La mayoría de nosotros está familiarizado con la heróica declaración de Martín Lutero en la Dieta de Worms cuando fue llamado a retractarse. «A menos que sea convencido por la Sagrada Escritura, o por la razón evidente, no puedo retractarme, puesto que mi conciencia está cautiva a la Palabra de Dios, y actuar en contra de la conciencia no es correcto ni seguro. Esto sostengo, no puedo hacerlo de otra manera. ¡Dios me ayude!».
Hoy rara vez escuchamos alguna referencia a la conciencia. Sin embargo, a lo largo de la historia de la iglesia, los mejores pensadores cristianos hablaron regularmente sobre la conciencia. Tomás de Aquino dijo que la conciencia es la voz interior dada por Dios que nos acusa o nos excusa en términos de lo que hacemos. Juan Calvino habló del «sentido de la divinidad» que Dios pone en cada persona y parte del sentido de la divinidad está en la conciencia. Cuando vamos a la Escritura, encontramos que nuestras conciencias son un aspecto de la revelación de Dios para nosotros.
Cuando hablamos sobre la revelación de Dios, hacemos una distinción entre la revelación general y la revelación especial. La revelación especial se refiere a la información dada a nosotros en la Palabra de Dios. No todas las personas en el mundo tienen esta información. Aquellos que la han escuchado, han tenido el beneficio de escuchar la información específica sobre Dios y su plan de redención.
La revelación general se refiere a la revelación que Dios le da a cada ser humano en la tierra. Es general en el sentido de que no está limitada a ningún grupo de personas específico. Es global y se extiende a cada ser humano. La audiencia es general y la información dada también es general. No tiene el mismo nivel de detalle como lo tiene la Sagrada Escritura.
Debemos hacer una distinción más amplia dentro del contexto de la revelación general, entre la revelación general mediata y la revelación general inmediata. La revelación general mediata se refiere a la revelación que Dios da a través de un medio externo. El medio es la creación, en donde Dios revela algo sobre quién es Él. Pablo insiste en el punto, particularmente, en Romanos 1 donde dice que la revelación general mediada por medio de la creación es tan clara que cada persona sabe que Dios existe y, por lo tanto, no tiene excusa.
La revelación general inmediata es la revelación que es transmitida a cada ser humano sin un medio externo. Es interno; no externo. Es la revelación que Dios siembra en el alma de cada persona. Dios revela su ley en la mente de todo ser humano al poner una conciencia dentro de todos nosotros.
No obstante, enfrentamos un problema: la conciencia es fluida; no es fija. Casi todas las personas ajustan sus conciencias entre su infancia y su adultez: el ajuste es casi siempre descendente; esto es, aprendemos cómo bajarle el volumen a nuestra conciencia y hacemos los ajustes necesarios para que nuestra ética se alinee a cómo queremos vivir y no cómo Dios nos dice que debemos vivir.
Con esto no sugiero que los niños no tengan pecado. Incluso los bebés pequeños tienen mentes pecadoras, pero la Biblia reconoce que el grado de maldad encontrado en un pequeño niño es característicamente diferente del grado de maldad manifestado en adultos. De modo que Pablo dice: «Sean niños en la malicia, pero en la manera de pensar sean maduros» (1Co 14:20). Él reconoció que los pecados de un bebé no son tan atroces como los de las personas que son de edad madura. En alguna parte de nuestro desarrollo, la gravedad de nuestros pecados aumenta. Nuestras conciencias se chamuscan a medida que comenzamos a aceptar aquellas cosas que como niños pensamos que eran inaceptables.
Hace casi cincuenta años, se publicó un libro que fue éxito de taquilla y que tenía un título extraño: La prostituta feliz, escrito por Xaviera Hollander, una prostituta. Hollander buscó silenciar a las personas que creían que ninguna prostituta en Estados Unidos podría encontrar alegría en lo que hacía. En su libro, Hollander celebra la alegría que ella experimentó en su profesión, diciendo que nunca se sintió culpable respecto a lo que hacía. Con certeza, Hollander decía, la primera vez que se vio envuelta en la prostitución, ella sintió remordimientos de culpa solo cuando escuchaba sonar las campanas de la iglesia. De pronto, su conciencia era perturbada porque recordaba que lo que ella hacía estaba bajo la condenación del Dios Todopoderoso. Incluso esta empedernida prostituta profesional no pudo destruir totalmente la conciencia que Dios había puesto en ella.
Esta es la suprema ironía y tragedia del pecado: mientras más repetimos nuestros pecados, más grande es la culpa que sufrimos, pero nos hacemos menos sensibles a los remordimientos de la culpa en nuestras conciencias. Pablo dice que las personas acumulan ira para sí en el día de la ira (Ro 2:5). Esa es la culpa objetiva: son culpables porque han quebrantado la ley de Dios. No obstante, algunas personas han destruido sus conciencias de tal manera que creen que realmente no importa lo que hagan mientras sea consensuado y no provoque daño. Su culpa subjetiva (el sentido de culpa que acompaña la maldad) disminuye.
Encontramos nuevas maneras para ver el comportamiento pecador como algo aceptable, tanto personal como culturalmente. Ahora hemos asesinado sesenta millones de bebés, despedazándolos extremidad por extremidad. Las personas usan las redes sociales para jactarse de esta realidad, diciendo cuán orgullosos están de cómo han mantenido la libertad de una mujer para abortar a su hijo. Ahora nos jactamos de los matrimonios de hombres con hombres, y mujeres con mujeres, sin vergüenza. No queda mucha conciencia colectiva en este país.
Pablo nos dice en Romanos 1 que las personas conocen el juicio justo de Dios y este conocimiento del juicio viene por medio de la revelación general inmediata. ¿Cuál es el punto más bajo de la lista de pecados en Romanos 1? Pablo dice: «Ellos, aunque conocen el decreto de Dios que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no solo las hacen, sino que también dan su aprobación a los que las practican» (v.32). La peor parte de la acusación hecha por Pablo no es que las personas practiquen tales cosas, sino que también aprueban a quienes las practican. Cuando las personas destruyen sus propias conciencias, hacen todo lo que esté en su poder para destruir las conciencias de sus prójimos. Para silenciar sus conciencias, las personas buscarán aliados y harán proclamaciones tales como: «somos los únicos haciendo una cruzada por la libertad aquí, por la libertad de decidir». Qué estrategia. «No soy pro asesinato; soy pro decisión». Eso es lo que el Padrino diría. «Soy pro decisión. Decido asesinar a mis enemigos».
Sin embargo, nuestro propósito al discutir estas cosas no es lamentarnos en cuán malo es el mundo, sino que, al contrario, en cuán mal estamos en que nosotros, los cristianos, hagamos lo mismo. Nosotros también ajustamos nuestras conciencias para encajar en la cultura. Intentamos todo lo que está en nuestro poder para excusar nuestro pecado. Es por eso que desarrollar una conciencia sensible a la Palabra de Dios es tan importante. En la Dieta de Worms, Lutero no dijo: «mi conciencia está sometida a la cultura contemporánea, por la última encuesta Gallup y por la última encuesta que describe lo que todos los demás están haciendo». Él no dijo: «mi conciencia está influenciada por la Palabra de Dios». En esencia, él dijo: «estoy cautivo a la Palabra de Dios, por eso no puedo retractarme de nada». Si su conciencia no hubiese estado sometida a la Palabra de Dios, él se habría retractado inmediatamente. Por eso, él dijo: «porque hacer algo en contra de la conciencia no es seguro ni saludable».
No queremos escuchar el juicio de la conciencia; queremos destruir el juicio de la conciencia. Eso está en nuestra naturaleza. El único antídoto es conocer la mente de Cristo. Necesitamos hombres y mujeres cuyas conciencias hayan sido capturadas por la Palabra de Dios. Gracias a Dios por su Palabra, pues expone las mentiras que nos contamos para hacernos sentir mejor. No vamos a ser juzgados en el último día si es que nos sentimos culpables, sino por si somos culpables. De todos modos, si te sientes culpable, dale gracias a Dios por eso. El sentimiento de culpa es la señal de que probablemente hay algo que hiciste mal. El Espíritu Santo nos convence de pecado, y con esa convicción, viene una misericordia tierna y segura que nos lleva al arrepentimiento y al perdón para que así podamos caminar en su presencia.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.

