¿Es Benny Hinn, el extravagante curandero de fe, un hereje? Así fue tildado por Hank Hanegraaff, el «hombre de las respuestas bíblicas», en su reciente libro Cristianismo en crisis. La acusación de Hanegraaff dio origen a un estallido radical de gritos de indignación dirigidos no a Hinn sino al propio Hanegraaff.
Hoy pareciera que la única herejía verdadera e intolerable es el despreciable acto de llamar a alguien hereje. Si el acusado es culpable, probablemente despertará más simpatía que su acusador. Hoy, cualquiera que grite «¡Hereje!» se arriesga a ser identificado como oriundo de Salem, Massachusetts (donde se llevaron a cabo los juicios por brujería).
Después de que Hanegraaff hiciera su acusación por la vía impresa, sucedió un par de cosas. Una fue que Hinn se retractó y se disculpó por haber enseñado que la Trinidad se compone de nueve personas. Ese tipo de retractaciones ha sido escaso en la historia de la iglesia y es gratificante que, al menos en este caso, Hinn se arrepintiera de su falsa enseñanza.
La segunda nota de interés en la saga Hanegraaff-Hinn fue la publicación de una editorial escrita por el editor de una de las revistas carismáticas principales, en la cual Hanegraaff fue censurado por llamar hereje a Hinn. Yo estuve presente en la convención de la Asociación de Libreros Cristianos de 1993 y fui testigo de una discusión entre Hanegraaff y el editor de la revista. Le hice algunas preguntas al editor. La primera fue: «¿Existe lo que se llama una herejía?» El editor reconoció que sí. Mi segunda pregunta fue: «¿Son las herejías una cuestión seria?» De nuevo estuvo de acuerdo en que sí. Mi siguiente pregunta fue obvia: «¿Entonces por qué critica a Hanegraaff por decir que Hinn enseñó una herejía cuando hoy el propio Hinn lo admite?»
El editor expresó preocupación por la tolerancia, la caridad, la unidad de los cristianos y asuntos de ese tipo. Expresó preocupación por las cacerías de brujas que ocurren en el mundo evangélico. Sin embargo, mi opinión al respecto es clara: No necesitamos cazar brujas en el mundo evangélico. No hay necesidad de cazar lo que no se está ocultando. Las «brujas» están a la vista, día tras día, en la televisión nacional, enseñando herejías flagrantes sin temor a la censura.
Piense en el caso de Jimmy Swaggart. Por años Swaggart ha repudiado públicamente la doctrina clásica de la Trinidad. Hasta donde yo sé, la iglesia de Swaggart no lo ha desafiado por su herejía. Fue censurado por inmoralidad sexual pero no por herejía. Supongo que esta iglesia considera que jugar con prostitutas en privado es una ofensa más seria que negar la Trinidad a la vista del mundo.
Como lo documenté en The Agony of Deceit [La agonía del engaño], Paul Crouch enseña herejías. También Kenneth Copeland y Kenneth Hagen. Estos hombres parecen enseñar sus herejías con impunidad.
Pero ¿a qué nos referimos con herejía? ¿Es todo error teológico una herejía? En un sentido general, todo alejamiento de la verdad bíblica puede ser considerado una herejía. Sin embargo, en el uso general de la reflexión cristiana, el término herejía ha estado habitualmente reservado para distorsiones flagrantes y atroces de la verdad bíblica; para errores tan graves que amenazan o la esencia (esse) de la fe cristiana o el bienestar (bene esse) de la iglesia.
Lutero fue excomulgado por Roma y declarado hereje por enseñar que la justificación se basa exclusivamente en la fe. Él contestó que la iglesia había abrazado una visión herética de la salvación. La cuestión aún arde en lo que respecta a quién es el hereje.
En la respuesta de Lutero a la Diatriba de Erasmo, él reconoció que muchos de los puntos en cuestión eran frivolidades. No justificaban que se rompiera la unidad de la iglesia. Podían ser «cubiertos» por el amor y la paciencia que cubren multitud de pecados (1P 4:8). Sin embargo, cuando se trató de la justificación, Lutero cantó una canción diferente. Llamó a la justificación «el artículo sobre el cual la iglesia permanece en pie o cae»; una doctrina tan vital que toca el mismísimo corazón del Evangelio. Una iglesia que rechaza la justificación basada exclusivamente en la fe (y la anatemiza como una herejía mortal) ya no es una iglesia alineada con la tradición cristiana. En dicho asunto Lutero no estaba luchando contra un adversario imaginario; la Reforma tampoco fue un simple malentendido entre facciones opuestas de la iglesia. No había un vaso de agua que fuera lo suficientemente grande como para contener la tempestad que se había provocado.
Cuando asistí a la universidad en Holanda, mi tutor, el Profesor G.C. Berkouwer, tenía la costumbre de centrar sus clases en una doctrina por año. En 1965, él dejó su programa habitual para dar clases sobre «La historia de la herejía en la iglesia cristiana».
Berkouwer examinó cuidadosamente las luchas más importantes que la iglesia enfrentó contra la herejía. Fue el canon herético de Marción el que hizo necesario que la iglesia formalizara los contenidos del verdadero canon de la sagrada Escritura. Fue el adopcionismo de Arrio el que exigió los decretos conciliares de Nicea. Fueron las herejías de Eutiques (monofisismo) y Nestorio las que provocaron el decisivo concilio ecuménico de Calcedonia en 451. Las herejías de Sabelio, Apolinario, los socinianos y otros han llevado a la iglesia a través de las épocas a definir los límites de la ortodoxia.
Uno de los puntos fundamentales del estudio de Berkouwer fue la tendencia histórica de las herejías a engendrar otras herejías; particularmente herejías en la dirección opuesta. Por ejemplo, los esfuerzos por defender la verdadera humanidad de Jesús condujeron frecuentemente a una negación de su deidad. El celo por defender la deidad de Cristo condujo a menudo a una negación de su humanidad. De la misma forma, el celo por la unidad de la Divinidad y el monoteísmo han llevado a la negación de las distinciones entre las personas del ser de Dios, mientras que el celo por sus rasgos personales distintivos ha conducido al triteísmo y a una negación de la unidad esencial de Dios. De la misma forma, los esfuerzos por corregir la herejía del legalismo han producido la herejía antinomiana y viceversa.
Vivimos en un clima en que la herejía es abrazada y proclamada con la mayor facilidad. De estas herejías principales, no recuerdo ninguna que no haya sido repetida y abiertamente proclamada en la televisión nacional por los así llamados «predicadores evangélicos» tales como Hinn, Crouch, y otros semejantes. Mientras que nuestros padres vieron estas cuestiones como asuntos de vida o muerte —o en realidad de vida o muerte eterna—, nosotros nos hemos rendido a tal punto ante el relativismo y el pluralismo que simplemente no nos preocupamos por los errores doctrinales serios. Preferimos la paz en lugar de la verdad y, a quienes son doctrinalmente fieles, los acusamos de ser divisivos cuando llaman a los herejes por su nombre. Es el hereje el que divide a la iglesia y altera la unidad del cuerpo de Cristo.