Si has pasado tiempo en círculos de mujeres cristianas, tal vez te has dado cuenta de que hemos dedicado muchas reuniones a explorar nuestra identidad.
En retiros, conferencias y estudios bíblicos temáticos se nos ha asegurado con urgencia que somos redimidas y valiosas, que nuestras vidas tienen un propósito, y que nuestras acciones tienen una importancia eterna. Si solo entendiéramos quiénes somos —es lo que dice el mensaje— renegaríamos de nuestros patrones pecaminosos y de nuestra baja autoestima espiritual para experimentar la vida abundante de la que Jesús habló.
Hace poco, asistí a una conferencia de mujeres en la que, como era de esperar, este mensaje tomó protagonismo. Una tras otra, cada oradora nos llevó al Salmo 139:14, instándonos a vernos a nosotras mismas de la manera en que Dios nos ve, como una creación asombrosa y maravillosa. Pudo tratarse de casi cualquier evento de mujeres, con prácticamente cualquier orador típico. Las mujeres cristianas queremos que el Salmo 139:14 nos calme cuando nuestra imagen física languidece o cuando, simplemente, no nos sentimos tan inteligentes, valiosas o capaces. Deseamos que nos reafirme cuando nuestras debilidades nos agobian. Sin embargo, basándome en la frecuencia con que lo oigo expuesto, sospecho que el mensaje no nos sostiene por mucho tiempo.
¿Por qué sucede eso?
Creo que se debe a que hemos errado en el diagnóstico de nuestro problema principal. Mientras mantengamos el énfasis en nosotras en vez de ver lo que hay más arriba, hablar de identidad nos consolará sólo un poco —y el cambio no será perdurable—. Nuestro problema principal como mujeres cristianas no es que no tengamos autoestima; no es que nos falte un sentido de relevancia o propósito: es que carecemos de asombro.
Asombrémonos
En una visita reciente a San Francisco, mi esposo y yo tuvimos la oportunidad de ir de excursión al Parque Nacional de Muir Woods. Al caminar por sus senderos, nos detuvimos, boquiabiertos, levantando la vista para contemplar unas secoyas de unos 76 metros de altura que han existido desde que se firmó la Carta Magna. Altísimas y antiguas, nos recordaron nuestra pequeñez.
El Parque Nacional de Muir Woods fue un lugar donde alucinamos. Sin embargo, no es necesariamente así para todos. Aún recuerdo a un niño de unos ocho años que jugaba un videojuego mientras sus padres contemplaban el paisaje. No estoy juzgando a sus padres —también he estado de vacaciones con mis hijos—, pero la ironía de la imagen era fascinante.
Estudios muestran que, cuando los seres humanos experimentamos asombro —maravillándonos de secoyas o un arco iris, de obras de Rembrandt o piezas musicales de Rachmaninoff—, comenzamos a dejar de ser individualistas, nos centramos menos en nosotros mismos y empezamos a ser menos materialistas, nos conectamos más con quienes nos rodean. Al maravillarnos de algo más grande que nosotros, somos más capaces de acercarnos a otros.
Al principio, esto suena contraintuitivo, pero al examinarlo más de cerca, comienza a parecerse mucho a los más grandes mandamientos: ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas (maravíllate de Alguien más grande que ti mismo) y ama a tu prójimo (acércate a otros).
El asombro nos ayuda a preocuparnos menos de la autoestima al dirigir nuestra mirada primero hacia Dios y luego hacia otros. También ayuda a establecer nuestra autoestima de la mejor forma posible: comprendemos nuestra insignificancia dentro de la creación y nuestra importancia para el Creador. No obstante, tal como el niño que juega con el iPad a los pies de una secoya de 800 años, podemos perdernos la majestad que está justo frente a nosotros.
Tengan una verdadera conciencia de sí mismas
Se nos ha hecho habitual recurrir al Salmo 139:14. Es fácil escucharlo como un “versículo rosa” cuando una mujer lo lee en voz alta en un salón lleno de mujeres. Es más difícil escucharlo de esa manera cuando consideramos a quien lo escribió. Imagina al rey David escribiéndolo para motivarse respecto a su apariencia o valor personal. No, el Salmo 139:14 no fue escrito para hacernos sentir importantes. Sólo debemos tomar distancia y considerar el salmo completo para darnos cuenta. Sin duda, el tema del Salmo 139 no somos nosotras. En vez de ser una reflexión sobre mí, admirable y maravillosamente creada, es una celebración extendida y bellísima de Dios, temible y admirable.
El asombro nos lleva a dejar de enfocarnos en nosotras mismas. Cuando ponemos enfáticamente el foco en nosotras y, en consecuencia, omitimos el desinterés, erramos el tiro. Puedes decirme que soy una hija del Rey; puedes asegurarme que soy un poema de Dios o su obra maestra; puedes decirme que el corazón de Dios se complace en mí, que soy su canción y su deleite, que soy hermosa a sus ojos, que fui apartada con un propósito sagrado. Puedes decirme todas estas cosas; de hecho, debes hacerlo. Sin embargo, te imploro: No me digas quién soy sin primero llevarme a admirar con asombro al «Yo Soy». Aunque todas estas afirmaciones son verdades preciosas, su hermosura no puede percibirse apropiadamente mientras no se enmarque en el resplandor de su completa santidad. No podemos tener una verdadera conciencia de nosotras mismas sin un correcto y reverente asombro ante Dios.
Levanten su mirada
Por lo tanto, les imploro, mujeres que nos enseñan, llévenme a quitar mi mirada de mí misma para mirar a Dios. Enséñenme a temer al Señor (Proverbios 31:30). Encontrar nuestra identidad en los lugares incorrectos es un síntoma de ceder frente al temor al hombre. Nos medimos con estándares humanos en vez de hacerlo con uno divino. Sin embargo, la solución al temor al hombre no consiste en afirmarnos repetidamente que somos amadas y aceptadas por Dios; consiste, más bien, en el temor a Dios.
- Cuando me pregunte: «¿se deleita Dios en mí?», enséñame que «el Señor se deleita en los que le temen» (Salmo 147:11).
- Cuando me pregunte: «¿me llama Dios su amiga?», enséñame que «el Señor es amigo de quienes le temen» (Salmo 25:14).
- Cuando me pregunte: «¿es Dios bondadoso conmigo?», enséñame que «grande es la bondad que [ha] reservado para quienes le temen» (Salmo 31:19).
- Cuando me pregunte: «¿me dará Dios sabiduría?», enséñame que «el temor del Señor es la base de toda sabiduría» (Salmo 111:10).
- Cuando me pregunte: «¿podré dejar de pecar?», enséñame que sí puedo «con el temor del Señor» (Proverbios 16:6).
- Cuando me pregunte: «¿ve Dios el camino que tomo?», enséñame que «el Señor vela por quienes le temen» (Salmo 33:18).
- Cuando me pregunte: «¿Me ama Dios?», enséñame que «su amor es inagotable para quienes le temen» (Salmo 103:11, 17).
El temor del Señor está conectado con el contentamiento (Pr 15:16; 19:23), con la confianza (Pr 14:26), con la bendición (Pr 28:14), con la seguridad espiritual (Pr 29:25) y con la alabanza y la adoración (Sal 22:23). No es de sorprenderse, entonces, que la famosa mujer de Proverbios 31 sea llamada digna de alabanza porque teme al Señor.
Enseñen sobre el asombro
Como bien diagnosticó Ed Welch, debemos combatir el temor con temor. Dejemos de ofrecer reverencia y asombro a un estándar humano para ofrecérselo a quien corresponde: Dios mismo. Esto es adoración, y cuando «[adoremos] al Señor en todo su santo esplendor» (Sal 96:9) sucederá algo interesante: realmente redescubriremos nuestra verdadera identidad —la de pecadores redimidos por gracia, de una manera que desafía a la comprensión humana—.
En ese momento, cuando temblamos y tartamudeamos diciendo «aléjate de mí, que soy pecadora», nuestros corazones están listos para nutrirse de las buenas nuevas de que somos hijas del Rey. La perla invaluable de su amor por nosotras puede al fin ser valorada adecuadamente. El milagro de nuestra aceptación por medio de Cristo finalmente puede saborearse como corresponde.
Ya es tiempo de que las mujeres que enseñan y escriben sobre estos temas abandonen la débil dieta de reflexión centrada en la persona en favor de un mensaje que nos sostenga perdurablemente. Las mujeres necesitan urgentemente ser discipuladas en la alegre práctica de la adoración desinteresada. Ayúdennos a levantar nuestra mirada a la imponente majestad de Dios; ayúdennos a aprender a asombrarnos; ayúdennos a temer al Señor.