Tengo que confesar algo; es vergonzoso y humillante, pero estoy dispuesto a hacerlo público: no siempre me emociona leer y estudiar la Biblia.
Paso por momentos que describiría como “aburrimiento espiritual”, en los que “la antigua historia” ya no es tan emocionante para mí. En mis peores días, leer la Palabra de Dios se siente como un peso y mi corazón se ve más motivado por el deber que por el gozo de la adoración.
Cuando enfrento estos momentos, hay tres cosas que necesito recordarme:
1. Recuerdo la gracia de Dios
Isaías 55 es uno de mis pasajes favoritos de las Escrituras. Este capítulo nos entrega imagen tras imagen de la maravillosa gracia de Dios y, porque lo hace, no es sorprendente que el punto culminante de este capítulo sea una imagen de lo que la Biblia es capaz de hacer en nosotros y por nosotros.
Nunca encontrarás gozo al estudiar la Biblia hasta que entiendas que leer la Palabra de Dios no es primeramente un llamado al deber, sino que una invitación a recibir un regalo maravilloso. Tu Biblia es un regalo de la gracia de Dios que puede hacer lo que ningún otro regalo puede hacer: cambiar tu corazón y tu vida. ¡Las Escrituras realmente tienen el poder para transformar zarzas en cipreses!
2. Recuerdo a Jesús
Leer la Palabra de Dios es mucho más que leer teología abstracta y seria, familiarizarse con historias religiosas antiguas o encontrar principios para vivir el día a día. Nunca tendrás gozo al estudiar la Biblia a menos que entiendas que esto es una invitación de Dios para que tengas comunión con su Hijo, el Señor Jesucristo.
En Juan 5, las personas que afirmaban ser expertos en las Escrituras cuestionan las declaraciones de Jesús. Cristo dice: “Ustedes estudian con diligencia las Escrituras porque piensan que en ellas hallan la vida eterna. ¡Y son ellas las que dan testimonio en mi favor!” (Juan 5:39)
Al abrir tu Biblia, ¿con qué te encuentras? No con una cosa, sino que con una persona cuyo nombre es Jesús. La lectura y meditación en tu Biblia es el medio que Dios usa para darte la bienvenida a la comunión diaria con tu hermano, amigo, salvador y rey: Jesús.
3. Recuerdo que debo recordar
Tiendo mucho a olvidar a Dios, su gracia, mi identidad como su hijo, su provisión para todas mis necesidades, su imparable plan soberano y su reino eterno. Cuando olvido a Dios, mi tendencia es ponerme en su lugar y hacer que mi vida se trate de mí: mi voluntad, mis sentimientos, mi plan, mis deseos y mis necesidades.
Tomar yo el lugar de Dios siempre lleva a la insatisfacción espiritual, porque el mundo no fue creado para hacer lo que a mí se me antoje. Por lo tanto, cada día necesito recordarme la maravillosa gloria de Dios, su presencia misericordiosa en mi vida, y mi identidad especial como su hijo. Nos dio su Palabra para que día tras día podamos recordarlo.
Por esta razón, mañana, cuando sientas que no quieres abrir tu Biblia, recuerda la gracia de Dios; recuerda a tu amigo y hermano, Jesús; recuerda cuán pronto lo olvidas. No tomes la Palabra de Dios como una carga de culpabilidad o como un llamado al deber, sino que como lo que es: un regalo de un Dios de tierna misericordia y gracia.