A medida que se avecina la Semana Santa, podemos escuchar el alma de Jesús mientras canta silenciosamente los Salmos. Jesús citó los Salmos más que a cualquier otro libro del Antiguo Testamento:
Él ofreció un pan verdadero mejor que el maná dado por Dios en el Salmo 78:24 (Jn 6:31).
Él interpretó los «hosannas» de los niños como un eco del Salmo 8:2 (Mt 21:16).
Anunció con el Salmo 118:26 que vendría el día en el que todo Israel lo vería en el triunfo final y diría: «Bendito aquel que viene en el nombre del Señor» (Mt 23:39).
Él vio en sí mismo la maravilla de una piedra rechazada convirtiéndose en la piedra angular del Salmo 118:22-23 (Mt 21:42).
Él absorbió el odio de sus enemigos con las palabras del Salmo 35:19 (Jn 15:25).
Él abrazó el trágico rol de Judas con el Salmo 41:9 (Jn 13:18).
Él desvió la acusación de blasfemia con el Salmo 82:6 (Jn 10:34).
Dejó aturdido al sumo sacerdote al reclamar un puesto a la diestra de Dios con el Salmo 110:1 (Mt 26:64)
Su clamor de abandono en la cruz estalló del Salmo 22:1 (Mt 27:46).
Con su último aliento, Él encomendó su espíritu a Dios con el Salmo 31:5 (Lc 23:46).
Cuando Jesús citó los Salmos, Él nunca miró un manuscrito. No puedes sostener un manuscrito en la corte cuando tus manos están atadas o clavadas a una cruz. Él se los sabía. Muchos de ellos, sin duda, de memoria.
En otras palabras, Jesús no solo cumplió los Salmos; estaba lleno de ellos. Él no solo dijo: «Era necesario que se cumpliera todo lo que sobre mí está escrito… en los Salmos» (Lc 24:44); también dijo: «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4:4). Los Salmos fueron su alimento; y Él era su cumplimiento.
Su guión y su fuerza
Para Jesús, los Salmos eran la mismísima Palabra de Dios. Él dijo que David escribió sus salmos «por el Espíritu Santo» (Mr 12:36). Es por eso que «era necesario que se cumpliera[n]» (Lc 24:44). Es por esto, después de citar el Salmo 82:6, que dijo: «La Escritura no se puede violar» (Jn 10:35). Por esa razón, eran su alimento y Él era su cumplimiento.
Toda la Escritura (pero en especial los Salmos) era el guión y la fuerza de la vida de Jesús. Jesús era verdaderamente Dios y verdaderamente hombre. Como verdadero Dios, Él era omnipotente y no necesitaba nada. Como verdadero hombre, Él era frágil y necesitaba fuerza. Él necesitaba el alimento de la Escritura para tener la fuerza para cumplir la Escritura. De esta manera, Él se hizo para nosotros un ejemplo de la vida por fe.
Cristo sufrió por ustedes, dejándoles ejemplo para que sigan sus pasos, el cual no cometió pecado, ni engaño alguno se halló en su boca; y quien cuando lo ultrajaban, no respondía ultrajando. Cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a quien juzga con justicia (1Pe 2:21-23).
En su perfecta calidad de hombre, Jesús no era autosuficiente. Él buscó a su Padre para encontrar todo lo que necesitaba con el fin de llevar a cabo la voluntad de su Padre. Él sabía que debía morir. Y Él sabía que sin el poder sustentador de su Padre, la debilidad de su carne humana fallaría en la hora de la prueba, por eso oró.
Cristo… habiendo ofrecido oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas al que lo podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente (Heb 5:7).
No es que fue salvado del evento de la muerte, sino que fue salvado de la maldición de la muerte que destruye la fe. La muerte vino, pero no ella venció.
Escucha lo que su alma canta
La fuerza para conquistar la incredulidad, cuando Jesús murió, vino de la Palabra segura de Dios; especialmente los Salmos. Él no obtuvo su poder del pan; lo obtuvo de «toda palabra que sale de la boca de Dios». Él confió en las promesas de su Padre; y siguió el plan de su Padre.
El plan fue escrito en los Salmos; la fuerza le fue dada por medio de los Salmos. Ellos eran su alimento que sustentaba la fe para que Él pudiera ser el cumplimiento obediente de su Padre. Por lo tanto, el ejemplo que nos dejó fue cómo vivir por fe en la gracia futura; la gracia futura prometida a Él en los Salmos. No porque necesitaba gracia, sino porque necesitaba la ayuda que para nosotros es toda gracia.
Jesús no tenía pecado (1Pe 2:22). Cuando su Padre escuchó sus oraciones, Él era digno de ser escuchado. Jesús no suplicó por la sangre de Jesús para ser escuchado. Sin embargo, Él sí oró pidiendo ayuda; y sí confió en las promesas, en la provisión y en el poder de su Padre. Así es como Él se convierte en nuestro ejemplo en el sufrimiento.
El alimento sustentador de los Salmos y el guión infalible de los Salmos llevó a Jesús a la Semana Santa (y a la cruz). Por lo tanto, te invito de nuevo: ven, escucha al alma de Jesús mientras canta silenciosamente los Salmos en sus días finales. Sintoniza tu corazón con los Salmos con el sonido de la fe de Jesús.