El nuevo año viene con regalos.
Para algunos, es el regalo del alivio: alivio porque se acabó el año; para otros, trae esperanza: esperanza por el futuro y por un mejor año que el que acaba de irse. Un nuevo año también puede traer expectativa por lo que viene. Quizás hay una nueva aventura que esperamos con ansias o tal vez tenemos metas para este año y tenemos planes para llevarlos a cabo.
A menudo, cuando consideramos nuestras expectativas para el nuevo año, tendemos a planear cosas buenas y a esperarlas con entusiasmo. Tenemos expectativas de actividades entretenidas, nuevas experiencias y más bendiciones. Establecemos objetivos y hacemos planes para conseguir las cosas y las experiencias que por mucho tiempo hemos deseado. Resolvemos hacer mejor las cosas y mejorarnos a nosotras y a nuestras vidas.
Aunque a veces, como el feo suéter o ese nuevo electrodoméstico que nunca quisimos, el nuevo año trae regalos que no son deseados: miedo, incertidumbre, terror. El solo pensamiento del futuro desconocido puede traer preocupación o miedo paralizante. Si el año pasado fue especialmente difícil, podríamos tenerle pavor al pensamiento de otro año igual. Quizás sí sabemos qué esperar en este nuevo año. Tal vez tenemos agendado un espantoso examen o un procedimiento médico; estamos seguros de que una relación que tanto intentamos mantener finalmente se derrumbará; o que esa cuenta pendiente vencerá y sabemos que no tenemos manera de pagarla.
Cuando considero mis pensamientos sobre este nuevo año, parte de mí acepta el regalo de la dulce expectativa y espera con ansias las experiencias que me esperan. Sin embargo, otra parte de mí tiembla un poco de miedo por lo desconocido. La verdad es esta: sé que la vida está llena de dificultades y desafíos. No espero que este nuevo año sea fácil y que esté libre de preocupaciones. Y tal vez es por esa razón que hay miedo, porque sé que probablemente me esperan algunos desafíos, obstáculos o dificultades.
No obstante, ¿qué pasaría si este año tú y yo aceptamos todo lo que el nuevo año trae? ¿Qué pasaría si esperamos con entusiasmo todo lo que Dios quiere hacer en nosotras y por medio de nosotras este año?
¿Aun si es difícil?
¿E incluso si la historia que él ha escrito para nosotras este año involucra más desafíos, más obstáculos y más pruebas?
Santiago nos dice, «tengan por sumo gozo, hermanos míos, cuando se hallen en diversas pruebas» (1:2). Mientras miramos hacia adelante hacia el nuevo año, con expectativa de lo que Dios ha planeado para nosotras, necesitamos enfrentar ese futuro con gozo. No porque las pruebas sean entretenidas; no porque queremos pena adicional en nuestra vida. Al contrario, nos regocijamos en lo que esas pruebas producen en nosotras, «sabiendo que la prueba de su fe produce paciencia, y que la paciencia tenga su perfecto resultado, para que sean perfectos y completos, sin que nada les falte» (Stg 1:3-4).
Encontramos gozo en saber lo que las pruebas producen en nosotras. Dios usa los desafíos y las dificultades para hacernos más y más como Cristo. ¿Cómo se veía la vida de nuestro Salvador? Como una de sufrimiento. Pablo escribió: «Lo he perdido todo a fin de conocer a Cristo, experimentar el poder que se manifestó en su resurrección, participar en sus sufrimientos y llegar a ser semejante a él en su muerte. Así espero alcanzar la resurrección de entre los muertos» (Fil 3:10-11, NVI). Pablo estaba dispuesto a hacer lo que fuera, incluso soportar las pruebas, para transformarse más a la imagen de Cristo. Que ese también sea nuestro objetivo para este año, buscar a Cristo y ser más como él, sin importar lo que eso involucre.
Enfrentamos un nuevo año con gozo también porque sabemos quién gobierna y reina sobre nuestras pruebas. Podemos confiar que cada obstáculo, que cualquier prueba que soportemos y que cualquier dificultad que enfrentemos nos son dadas por Dios para nuestro bien. Él no usa los desafíos o las pruebas porque sí, sin propósito o sin sentido. Ni siquiera lo hace porque está enojado ni lo hace como un castigo. Al contrario, él usa las pruebas para nuestra disciplina y entrenamiento. Son usadas para quitar el pecado que aún queda en nosotras y para formarnos a la imagen de Cristo. Tales pruebas nos muestran nuestra necesidad de Dios y de su gracia. Nos enseñan humildad y dependencia. Son oportunidades para que podamos crecer en fe. También le muestran a un mundo que nos observa el poder de Dios en las debilidades, dándole honor y gloria.
Los desafíos y las pruebas vienen a nosotras desde un Padre bueno y justo que solo hace lo que es bueno y correcto. Podemos confiar en sus propósitos y planes para nosotras porque él es santo y justo. Él sabe exactamente en qué necesitamos ser enseñadas y entrenadas en el camino de la rectitud. Él sabe exactamente lo que necesitamos para ser santas.
Después de todo, todos somos sus hijos, adoptadas por medio del sacrificio de Cristo por nosotros. Somos sus amados, amados por Dios de la misma forma en que él ama a su Hijo. Él es misericordioso con nosotras y no importa lo que traiga el futuro, no nos deja solas. Él está con nosotras, dándonos paz en la ansiedad, fuerza de cara al sufrimiento y gracia para soportar. Asimismo, nos da hermanos y hermanas para caminar con nosotras: animándonos cuando tropezamos, ayudándonos cuando caemos y quedándose con nosotras hasta el final.
A medida que abrimos este regalo de un nuevo año, aceptémoslo con esperanza y gozo, en lugar de miedo y desesperanza. Puesto que conocemos a quien envía todos los regalos; y puesto que él nos dio el mayor regalo de todos, vida por medio de su Hijo, ¿cómo no confiar en él con el regalo de un nuevo año?
¿Y tú? ¿Cuáles son tus pensamientos sobre el nuevo año?