¿Has oído alguna vez el consejo de que, cuando hay una emergencia en el avión, la madre debe asegurarse de ponerse su máscara de oxígeno primero, o no será capaz de salvar a sus hijos? Solemos constantemente poner las necesidades de nuestros hijos por delante de las nuestras, así que entiendo por qué esta lección debe ser enseñada con antelación. A veces (o bueno, casi siempre) desearía secretamente poder aplicar este principio a mi taza de café matinal. Por alguna razón, sin importar cuán temprano me levante, mis hijos sienten mi presencia en la cocina. Uno de ellos (habitualmente el varón, aunque sus hermanas toman felizmente su lugar si él no puede cumplir con su deber) siempre se las arregla para llegar hasta la barra y empezar a pedir las cosas de su desayuno antes de que yo pueda preparar mi primera taza de café. Y luego, las otras dos aparecen mágicamente en la fila mientras yo empiezo a hacer malabares atendiendo pedidos rápidos y preparando loncheras. Y durante todo este tiempo, sueño con mi caliente y vaporosa inyección de combustible que instantáneamente levantará mi ánimo para servirles mejor. ¿Cómo es posible que no sepan que mamá es más simpática habiendo tomado café?
Lo que termina ocurriendo es que me sirvo mi propio café mientras doy bofetadas de mostaza sobre sándwiches, de queso crema sobre bagels, y asumo mi puesto como la que bebe en el camino aprobando vestimentas, obligando a tomar duchas, y ladrando órdenes. Mientras anhelo ese plácido momento en que pueda disfrutar de mi mágica infusión, el día simplemente empieza a transcurrir. Después de lo que suele parecer un evento olímpico para lograr que todos salgan al trabajo o la escuela (tareas hechas, carpetas firmadas, uñas cortadas, dientes cepillados, loncheras preparadas, discusiones zanjadas…), siento como si me mereciera un gran premio por mi valor en las multitareas.
Esta mañana, mientras volvía a pensar en mi «problema del café», se me ocurrió que había algo incluso más importante que empezar mi día con un expreso doble. Lo mejor de despertar es… Bueno, ¡despertar! ¿Dónde está mi gratitud para servir antes de haber sido servida (o, mejor dicho, servirme a mí misma)? ¿Puede una taza de café, tranquilamente disfrutada, realmente llenarme de todo lo que necesito para abordar mis responsabilidades con gozo?
Estoy segura de que ya sabes adónde quiero llegar con todo esto. ¿Dónde hago espacio para la oración? ¿Y por qué habría de simplemente hacerle un espacio, en lugar de empezar mi día dándole prioridad? Bueno, mi rutina habitual es sacar a todo el mundo de la casa, regresar, hacer una lista de aquello por lo cual deseo orar, y luego hablar con el Señor antes de continuar con mi día. Es evidente el beneficio de tener un momento de oración realmente tranquilo. Sin embargo, a veces suena el teléfono, o algún deber me distrae, o llega alguna visita. Tal como esa taza de cielo que bebo en movimiento, comienzo a orar abreviadamente mientras actúo. Pueden darme las 2 de la tarde antes de darme cuenta de que he dejado que todo mi día simplemente transcurra, siempre actuando reactivamente y dejando pasar las buenas oportunidades que el Señor ha provisto. Todo este tiempo he malinterpretado mi café matinal como si esa fuera mi máscara de oxígeno y no mi oración de la mañana.
Hoy quiero tomar la misma resolución que David:
Oh Señor, de mañana oirás mi voz; de mañana presentaré mi oración a ti, y con ansias esperaré. (Salmo 5:3)
En el primer tomo de El tesoro de David, Charles H. Spurgeon nos ilumina más sobre lo que significa «presentar» nuestra oración:
…el hebreo tiene un significado aun más pleno que este. «Presentaré mi oración». Es la palabra que se usa para poner en orden la leña y los trozos de la víctima sobre el altar, y se usa también para poner el Pan de la Presencia sobre la mesa. Significa esto: «Ordenaré mi oración delante de ti»; la dispondré sobre el altar en la mañana tal como el sacerdote dispone el sacrificio matinal.
Y después, esperaré con la expectativa de que mi Dios conteste mis oraciones. Esperaré las oportunidades que Él me provee a lo largo del día (aun mientras prepare sandwiches). Se me recordará continuamente que estoy en su presencia. Y cuando me sienta frustrada, me tranquilizará saber «que en todo Dios [será] glorificado mediante Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. Amén» (1 Pedro 4:11b).
Por lo tanto, como dice la canción, En la mañana, al levantarme, ¡quiero a Jesús!