Leer El Dios pródigo de Tim Keller me ha motivado a pensar más profundamente sobre mi propia rebelión. También me ha hecho pensar más sobre la forma en que crío a mis hijos. No queremos que nuestros hijos caigan en un estilo de vida pecaminoso, y ciertamente somos responsables de la seguridad de ellos. Sin embargo, en esta misión de la paternidad, somos muy rápidos para etiquetar ciertos tipos de conducta como rebeldes o satisfactorios.
Calificamos ciertas conductas como malas sencillamente para poder dar a nuestros hijos una lista de cosas a evitar mientras empiezan a tomar decisiones por sí mismos. ¿Hay alguien aquí que haya crecido escuchando el aforismo «No bebas, no bailes, no consumas drogas ni salgas con chicos que lo hagan»? Entre quienes han sido criados bajo esta enseñanza, algunos bromean refiriéndose a ella como «el undécimo mandamiento». Sin embargo, todos tendemos a añadir nuestros propios preceptos a las reglas de la Biblia por causa de los principios a los cuales apuntan. La Palabra de Dios enseña la moderación y la pureza, y puesto que el cuerpo es un templo del Espíritu Santo, no debemos profanarlo. Sin embargo, temo que mis hijos solo perciban las conductas prohibidas como signos de rebelión sin agudizar sus capacidades de discernir. No me entiendan mal; no quiero que mis hijas «salgan con» chicos que beban, fumen y esas cosas. Pero esta es solo una manera de expresar la rebelión adolescente.
Hay un segundo peligro, y tiene la reputación de ser elogiable. Su veneno es sutil pero, mientras más se prueba su sabor, más se lo anhela. Como la polilla a la llama, somos atraídos hacia la luz del fariseísmo. Estoy hablando del horror del hijo bueno. El hijo bueno es como el hermano mayor de la parábola del Hijo Pródigo. Era un seguidor de reglas, pero el corazón de este hermano mayor quedó al descubierto cuando su padre abrazó amorosamente al más joven, arrepentido y pecaminoso hermano y preparó un banquete para celebrar. Da la casualidad de que el hermano mayor también era rebelde. Sus buenas obras eran el medio a través del cual se rebelaba contra la gracia expresada por su padre. Keller explica que hay dos formas de huir de Dios: siendo malo y siendo bueno. El Evangelio puede ser aun más ofensivo para el farisaico. Como el hijo mayor, podemos tratar de aumentar nuestro currículum y engañarnos creyendo que, de alguna forma, Dios está en deuda con nosotros. En su libro, Keller explica que el Padre es el verdadero pródigo —el que ha gastado profusamente todo—.
En la crianza de mis hijos, definitivamente necesito tener reglas y límites para ellos. Sin embargo, no son fines en sí mismos. Es muy fácil colmar de elogios a mis hijos cuando toman buenas decisiones. No obstante, no quiero que mi mayor objetivo en la crianza sea la buena conducta, sino que mis hijos conozcan a quien es verdaderamente bueno: Jesucristo. ¿Tengo alguna fórmula para esta clase de paternidad? No. De hecho, continuamente fallo en forma miserable, lo cual me conduce a dos consejos:
- Oye el mensaje del Evangelio
- Enseña el mensaje del Evangelio
Todos lo necesitamos. Cada día. Desafortunadamente, mi corazón también es rebelde. Aun como receptora de la gracia de Dios, necesito que se me recuerde una y otra vez su gloriosa obra. Mientras más crezco en su gracia, más me doy cuenta de que dependo totalmente de mi Salvador para todo. No quiero que mis hijos estén engañados pensando que estoy cerca de alcanzar el pináculo de mi buena vida. Quiero que sepan que Cristo es la fuente de todo lo bueno.
No lo olviden: Aun el hijo bueno necesita el Evangelio —quizás incluso más—. Pensemos siempre en formas creativas de enseñarlo a nuestros hijos en cada etapa de sus vidas.
Reflexión: Lucas 15:11-32