Hace poco leí un buen artículo sobre la maternidad en el blog de Desiring God. Sin embargo, me llamó la atención una frase que me perturbó: «La maternidad es una maravillosa oportunidad para vivir el evangelio». Creo que la maternidad es una maravillosa oportunidad para vivir a la luz del evangelio. Estas tres palabras hacen una gran diferencia. Permítanme explicarlo. Primero les daré un ejemplo de algo feo que hice, y luego compartiré con ustedes lo «grandiosa» que soy. En ninguno de los dos casos soy el evangelio sino que ambos demuestran cuánto necesito seguir escuchándolo.
Durante el verano, mis hijos no están yendo a la escuela, lo cual significa que tengo el privilegio de llevarlos conmigo al supermercado. La sola idea me produce un tic en el ojo. Allí estoy, entonces, caminando por el pasillo de los productos horneados y escuchando al mismo tiempo una serenata de «Mamá, necesitamos esto; mamá, se nos acabó esto otro; mamá, ¿por qué NUNCA nos compras aquello?». Mientras tanto, trato de comparar precios y leer las etiquetas de información nutricional. Al llegar a las harinas, me pregunto cuánta voy a necesitar para preparar los panqueques con chispas de chocolate que mi marido les llevará a los niños de 4º. ¿Me queda suficiente en casa? Cojo el teléfono para pedirle a mi hija mayor que revise. Entremezclado con el tono de marcación, escucho: «¡Mamá, mamá, mamá!». Con voz de apremio, firme pero no demasiado elevada, digo: «Zaidee, ¡¿te puedes CALMAR?!» Y es entonces cuando la nueva miembro de nuestra iglesia aparece en la esquina del pasillo y me lanza esa especie de mirada. Ya saben, esa mirada de «¿Cómo puedes tener tan poca paciencia con tus hijos?» Y me da más vergüenza porque ella está embarazada de su primer hijo. No le di el ejemplo más piadoso en ese momento. Después de intercambiar saludos y girar hacia el siguiente pasillo, Zaidee me reprende con una gran sonrisa: «Sólo quería decirte que había visto a alguien de nuestra iglesia».
Y a continuación, lo grandiosa que soy: Tomé la decisión de no permitir que este verano se agotara viendo televisión, jugando videojuegos o con hijos que se aburren. Y con nuestras apresuradas noches de deporte, el tiempo de devoción familiar ha resultado realmente perjudicado. Esta era mi oportunidad de hacer que volviéramos a un modelo familiar saludable, así que hice un maravilloso programa de actividades matinales que incluye un tiempo devocional durante el desayuno. Estoy usando un fabuloso libro de Starr Meade sobre el Catecismo Menor: Training Hearts; Teaching Minds (Formando corazones; educando mentes). Enseguida, pasamos a media hora de aseo de cuartos y quehaceres domésticos seguidos por veinte minutos de una especie de acondicionamiento físico. Hemos hecho de todo: desde andar en bicicleta, correr, y seguir videos de ejercicios, hasta mi antiguo entrenamiento con discos deslizantes. Solanna funciona muy bien con un programa. Sencillamente le encanta la gratificación de ir marcando una lista. Zaidee es mi hija de espíritu libre. Al igual que yo, no le gusta estar tan encajonada por eventos cronometrados. Sin embargo, definitivamente se está beneficiando de la experiencia. Haydn simplemente se deja llevar. Disfruta de la seguridad que le da la rutina. Esta cosa de la mañana realmente ha estimulado grandes conversaciones y momentos juntos. Y luego, podemos ocupar el resto de nuestro día en cualquier otra cosa (aparte de los 20 minutos diarios en que los hago leer solos). ¿No soy grandiosa? En realidad, no. Y cuando lo soy, es especialmente entonces que necesito escuchar el evangelio.
Esto es lo que quiero decir: El evangelio es una proclamación. Es una buena noticia, y las noticias deben ser contadas con palabras. Como cristiana, puedo conocer la verdad del evangelio, pero no puedo ser dicha verdad. Soy cristiana; no soy el evangelio. El evangelio llega a mí desde afuera y dirige mi vista a la obra que Cristo hizo en mi favor. El hecho es que soy una pecadora que ha sido justificada por la rectitud de mi salvador Jesucristo. Nadie puede ser salvo mirándome a mí. Como dice Michael Horton, «Tu vida no es el evangelio, y eso es una buena noticia para quienes se sientan a tu lado». Sí, quiero que los espectadores vean mi vida y noten los efectos del evangelio en ella. Sin embargo, no quiero que nadie piense que mi vida es el evangelio. Mientras soy santificada, yo misma necesito ser constantemente animada por esta buena noticia. Mi defecto es confiar en mi propia rectitud y querer ganar algo para mí; sin embargo, sólo soy libre de ministrar a mis hijos y mis vecinos cuando sé que no lo estoy haciendo para ganar algo. Puedo amarlos de verdad con el amor de Dios porque Jesucristo ya lo ha ganado en mi favor y su Espíritu me lo ha aplicado.
La maternidad me humilla, pero a veces me edifica. Creo que la intención del artículo antes mencionado era animar a las madres diciéndonos que nuestra vocación es un lugar digno en el cual enseñar y vivir de acuerdo al evangelio. Cuando voy a la iglesia la mañana del domingo, soy desnudada por la ley y vestida por la justicia de Cristo, recibo el alimento y la fe para vivir el resto de mi semana a la luz de esa buena noticia. Concuerdo totalmente con la autora en que las madres que sirven a sus propios hijos en el hogar tienen una vocación valiosa. Sin embargo, las palabras aún son importantes en estos días, y quería hacer la aclaración.