Hace diez años, me sujetaba aterrado de las manillas de una balsa al descender por unos rápidos en Costa Rica mientras mi esposa y yo estábamos de luna de miel.
Diez años más tarde, en nuestro aniversario, en la piscina de un hotel, un amable extraño le ofreció ayuda a mi esposa mientras ella hacía lo mejor que podía para levantar mi discapacitado cuerpo pues me estaba poniendo un flotador. Solo puedo imaginarme lo que estaba pensando ese hombre cuando me vio luchando para flotar en un río artificial.
El hermoso diseño de Dios
Hace diez años nunca hubiese pensado que tendría una discapacidad física. Sin embargo, Dios sabía que el hermoso diseño que él tenía para mí y para la expansión del Evangelio involucraría quitar la fuerza de mis manos.
Han habido momentos en los que no he podido levantar un vaso para tomar agua o abrir el refrigerador para poder alimentarme. La mayoría de las mañanas, mis hijas pequeñitas me ayudan a abotonarme la camisa. Algunas veces, he podido contar con una de mis manos para poder levantar a uno de mis tres bebés; hay otras, en las que ni siquiera puedo saludar con un apretón de manos.
En un viaje a los Estados Unidos, para una conferencia de pastores, estaba almorzando con un gran grupo de ellos. Sin decir una palabra, uno de los líderes de mi iglesia se acercó y gentilmente cortó la carne por mí para que yo pudiera comerla. Al darse cuenta de la incomodidad de los hombres en la mesa, que no tenían conocimiento de mi discapacidad, él bromeó diciendo, «¡así es cómo sirves a tu pastor!».
Ya han pasado cinco años desde que mi doctor descubrió que los nervios de mis brazos no estaban funcionando; estos enviaban señales de dolor crónico a mi cerebro, lo que provocaba dolorosos neuromas en mis brazos. He tenido cinco operaciones, he estado cientos de horas en terapia y me he dado un festín de medicamentos para aliviar el dolor.
Si bien estoy agradecido de la medicina moderna y del alivio que entrega, sé que mi mayor esperanza no viene en una receta médica.
La Palabra que fortalece
Como predicador, he visto el poder de la Palabra de Dios en las vidas de otros. Como pastor con una discapacidad, he sentido el poder de la Palabra de Dios en mis tiempos de necesidad.
Necesito que otros creyentes me animen con sólidos textos sobre el sufrimiento y la soberanía de Dios. Necesito que me recuerden que Dios tiene planes para glorificarse a sí mismo a través de mí por medio de mi dolor.
Como una persona que sufre dolor crónico y discapacidad física, necesito que me recuerden la bondad soberana de Dios. Necesito saber que Dios puede usarme sin importar mi potencial físico. Necesito ver rayos de la gracia de Dios caer en medio de mi depresión mientras batallo con el dolor que me provocan mis nervios en medio de la noche. Necesito que me recuerden el buen diseño de Dios en mi discapacidad para fortalecerme en medio de los recordatorios diarios de mi debilidad física.
El fuerte agarre de mi familia a la gracia
Dios en su gracia y sabiduría consideró apropiado quitarme la fuerza y la habilidad de mis brazos. Si Dios diseñó esta discapacidad para mi bien, entonces, puedo confiar en él incluso cuando duela. Mis brazos me duelen físicamente. Duele cuando no puedo bailar con mis hijas o jugar a luchar con mi hijo. A veces, soy tentado a desanimarme al ver el impacto a largo plazo que mi discapacidad tendrá en mis hijos. Con más razón debo confiar que Dios no diseñó mi discapacidad para hacerme daño a mí o a mis hijos.
Al contrario, esto resalta la capacidad superior de Dios. Dios es nuestro sostén y nuestro Padre. Quizás no podré atender físicamente las necesidades de mis hijos o defenderlos frente a las amenazas físicas. No obstante, Dios puede hacerlo y lo hace.
De muchas maneras, mi discapacidad física me ha preparado para liderar espiritualmente a mi familia. Como cabeza de ella, lidero a mi esposa y a mis hijos, los pastoreo y hago una inversión eterna en sus vidas. Dios hace esta importantísima obra en mí y por medio de mí, una vasija rota. Dios se lleva la gloria mientras yo dependo de él para tener la fuerza que necesito para hacer esas cosas.
Por eso puedo decir junto al salmista en el Salmo 90:17, «Que el favor del Señor nuestro Dios esté sobre nosotros. Confirma en nosotros la obra de nuestras manos; sí, confirma la obra de nuestras manos».