Cuando se trata de sexo, nos hemos vuelto culturalmente locos. Tan solo piensa en cuán sexualmente explícito y sexualmente impulsado es el material que ponen frente a nuestros ojos cada día.
Con todo esto disponible de manera inmediata, es muy tentador culpar al sexo, a los valores sociales, a los medios de comunicación corrientes o a la tecnología como el problema. Sin embargo, esta es la humillante verdad: el sexo no es el problema, ni nuestro ambiente es el problema principal.
El acto del sexo, como Dios lo diseñó, es hermoso y gratificante; no es malo. Y no podemos intentar vivir como monásticos modernos, como si alejarse de la televisión y del Internet de pronto curara nuestros corazones del pecado sexual.
La realidad contraintuitiva es que es solo el mal dentro de nuestros corazones lo que nos atrae al mal que se encuentra afuera en nuestro mundo. Asimismo, es solo nuestro pecado lo que convierte los regalos puros del Creador en ídolos peligrosos.
En resumen, todos somos el problema. Más específicamente, nuestro corazón y lo que este pide del sexo, es el problema.
Si buscas en lo que Dios creó algo que no fue diseñado para darte, tienes dos opciones: o te desanimas rápidamente y sabiamente abandonas esas esperanzas o vuelves una y otra vez, y al hacerlo, comienzas a descender por el peligroso camino que te lleva a la adicción.
El sexo te dará una pizca de placer a corto plazo y podría incluso hacer parecer que tus problemas desaparecen por un momento, pero odiarás cuán corto es. Por lo tanto, tendrás que volver rápidamente a tener otra inyección y dentro de poco habrás pasado demasiado tiempo, habrás gastado demasiada energía y dinero en algo que no puede satisfacerte.
Debido a lo que brevemente ha hecho por ti en cada oportunidad, te convences de que no puedes vivir sin él. Estás enganchado porque lo que una vez deseaste, ahora tienes la convicción de que lo necesitas, y una vez que lo nombraste como necesidad, te tiene en su adictivo control.
Sin embargo, el sexo no tiene la capacidad de satisfacer tu corazón. En una palabra, no puede ser tu salvador.
Si buscas fuera del Salvador algo para que sea tu salvador, esa cosa terminará no siendo tu salvador, sino tu amo. El placer sexual que esperabas que te sirviera ahora te atrae para que tú seas su servidor. Lo que parecía libertad termina siendo esclavitud.
Verás, el sexo nunca ha sido el problema; sí lo es lo que le pedimos al sexo.
¿Hay sabiduría al protegernos (y al proteger a otros) de lo que vemos? Absolutamente. No obstante, nuestra locura por el sexo necesita ser tratada espiritual y teológicamente para experimentar una sanidad perdurable.
Continuaré escribiendo más sobre la teología del sexo, pero quiero terminar esta semana con esta pregunta: ¿le estás pidiendo al sexo (o a algo más que Dios haya creado) que te entregue lo que solo Jesús puede ofrecer?
El sexo es glorioso, pero fue creado para ser una señal que te apunta hacia la única gloria para la que fuiste diseñado y que puede satisfacer verdaderamente tu alma: la gloria de Dios.
Preguntas para reflexionar
- ¿De qué maneras has sido tentado a culpar a tu ambiente esta semana por las luchas de tu corazón?
- ¿Qué pasos puedes dar para protegerte de un ambiente potencialmente tentador? Toma medidas, pero recuerda que tus luchas se pelean internamente antes que externamente.
- ¿Cuáles son algunas de las promesas vacías que el «sexo» nos ofrece y cómo Cristo nos ofrece mucho más? Sé específico en tu aplicación.
Este devocional es una adaptación de mi nuevo libro, Sex In A Broken World: How Christ Redeems What Sin Distorts[Sexo en un mundo quebrantado: cómo Cristo redime lo que el pecado distorsiona].