Probablemente, es la oración más poderosa que puedo recordar.
Mi suegro estaba en el hospital, sufriendo por un avanzado cáncer a los huesos. Era difícil estar en la sala sabiendo el fuerte dolor que él estaba experimentando. Sin embargo, cuando nos estábamos yendo, Bert pidió que oráramos. Él le dijo tres cosas al Señor:
Primero, agradeció a Dios por ser bueno en toda circunstancia, aun cuando no coincidía con nuestra definición de bueno. En segundo lugar, le pidió a Dios que lo ayudara a ser un buen ejemplo para otros en su sufrimiento. Finalmente, agradeció a Dios por la vida llena de bendiciones que le había dado.
Quedé pasmado. Él era un hombre que no fue al seminario. Él no podía comunicar la teología que yo pensaba que ya había dominado tan bien. Sin embargo, en ese momento, él reveló una comprensión más profunda y más rica de la soberanía de Dios de la que yo jamás había tenido.
Parecía ser que Bert tenía todo el derecho a quejarse, pero estaba gozoso. Él podría haberle pedido a otros que lo sirvieran, pero él le pidió a Dios que lo ayudara a servir a otros.
Bert no cuestionó a Dios ni le preguntó «¿por qué yo?». No llevó a Dios a su corte ni le dijo, «¿esto es lo que obtengo después de una vida sirviéndote?».
No, las palabras de mi suegro fueron edificantes. Su lengua era pura, su vocabulario honraba a Dios. ¿Por qué? Porque la soberanía de Dios gobernaba su corazón, y de la abundancia de su corazón habló su boca (Lc 6:45).
Estoy profundamente convencido de que la razón principal por la que nos quejamos, refunfuñamos y acusamos es porque la soberanía de Dios no gobierna nuestros corazones.
Cuando la gente nos frustra, cuando nuestros planes fallan y cuando el sufrimiento entra a nuestra vida, nuestros labios pronuncian palabras atadas con enojo, amargura, envidia, duda, confusión y miedo. Cuando falta entendimiento abundante y fe en la soberanía de Dios hay espacio para que crezcan todas esas emociones.
Hemos olvidado que el dominio de Dios es uno eterno y que él actúa conforme a su voluntad (Dn 4:34-35). No nos recordamos a nosotros mismos que sus juicios son indescifrables y sus caminos inescrutables (Ro 11:33). Hemos dejado de meditar en las verdades de que Dios gobierna sobre los detalles específicos de nuestras vidas para su gloria y para nuestro bien (Hch 17:26-27; Ef 1:4-6, 20-22 y muchos más).
Es fácil para nosotros proclamar estas verdades durante el servicio del domingo, pero en la cotidianidad, ¿tiene la soberanía de Dios raíces profundas en tu corazón?
Ese momento en el hospital fue uno en el que Dios me reveló su gracia. Él no me estaba rechazando ni condenando por mi débil teología, sino que, al contrario, estaba abriendo mis ojos, suavizando mi corazón y atrayendo mi alma para confiar más en él.
Mientras reflexionas en las preguntas a continuación, ¡es mi deseo que nuestro Señor haga lo mismo contigo hoy!
Preguntas para reflexionar
- Las palabras que dijiste la semana pasada, ¿revelan que estás descansando en el plan de Dios o que estás luchando contra él?
- ¿Tu comunicación con otros revela frustración o alegría hacia quienes Dios ha puesto soberanamente en tu vida?
- ¿De qué maneras usaste las palabras el mes pasado al intentar tener el control sobre tu vida?
- ¿Cómo te ha revelado Dios su soberanía en el pasado? ¿En qué acciones del pasado debes meditar?
Este recurso proviene de Paul Tripp Ministries. Si deseas recursos adicionales, visita su sitio web. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda

