Recientemente, una amiga me pidió un consejo sobre cómo criar a sus hijos. Sonreí y le dije que no podía porque no soy una experta en el tema y porque realmente no sé lo que estoy haciendo. Ella se rió y comentó las formas en que nos vemos humillados en la etapa de la crianza. Mi amiga no se daba cuenta de cuán cierto era lo que estaba diciendo. Por muchos años, enseñé, aconsejé y preparé a padres en cuanto a esto. Es un testimonio extraordinario de la gracia de Dios en mi vida que yo haya llegado a un punto en el que no me siento lista para dar consejos.
Muchas personas describen el matrimonio como un laboratorio donde se desarrolla y perfecciona el crecimiento espiritual; para mí es lo mismo con la crianza de mis hijos. Dios ha usado esta etapa de mi vida para pulirme y cambiarme en formas que nunca imaginé. Él me dio un hijo que exige más de lo que yo puedo entregar para así depender más de Dios que de mis propias fuerzas. También he aprendido cosas que nunca supe de mí misma y en mi corazón he visto cosas que nunca hubiese querido ver. Me he encontrado cara a cara con pecados que no sabía que estaban profundamente ocultos dentro de mí: la impaciencia, el egoísmo, la irritabilidad y la insatisfacción son algunos de ellos. Aunque sea incómodo y a veces realmente doloroso, la obra santificadora de la crianza es necesaria y buena.
Renunciando a la independencia
La crianza es una etapa ideal para la santificación de nuestras vidas. Es un área que tratamos de controlar desesperadamente. En una cultura que depende del acceso inmediato al conocimiento y la información, muchos de nosotros acudimos a blogs, artículos, tuits y pins para encontrar soluciones a los desafíos que enfrentamos día a día en la crianza de nuestros hijos. Dependemos de libros, sistemas y planes, y cuando estos fallan, nos desesperamos y empezamos nuestra búsqueda nuevamente —al menos, eso es lo que yo he hecho—.
Sin embargo, Dios abrió mis ojos para ver que había algo más bajo los desafíos que la crianza de mis hijos conlleva. Comprendí el por qué era tan difícil: Dios la usa para que renunciemos a nuestra independencia y al pecado que nos impide permanecer en Él. Mi verdadera necesidad no era encontrar el sistema perfecto para que mis hijos se duerman, el mejor plan para que aprendan a ir al baño, o las diez mejores formas de lograr que arreglen su propio desorden. En lugar de eso, se trataba de comprender mi gran necesidad de descansar en la gracia de Dios. Muchas veces busqué el gozo y el contentamiento en lo bien que se habían comportado mis hijos o la tranquilidad con que había transcurrido el día. No obstante, Dios sabía que lo que más necesitaba solo lo encontraría en Él.
Mientras buscaba maneras de facilitar la crianza de mis hijos, Dios hizo que atravesara por el fuego purificador, trayendo a mi vida desafíos en esta área. Esos desafíos dirigían mi vista a Él, mi única verdadera fuente de gozo y satisfacción.
Hay días en que el proceso purificador es doloroso y me gustaría preguntarle a Dios, «¿cuándo vas a terminar tu obra en mí?». En aquellos días en que juzgo más de lo que me importa, en que las mentes de mis niños no pueden mantenerse concentradas en la escuela y cuando la secadora se descompone, una vez más me pregunto por qué la maternidad tiene que ser tan difícil. No obstante, recuerdo el Evangelio y el gran amor de Dios por mí. «Y ya han olvidado por completo las palabras de aliento que como a hijos se les dirige: Hijo mío, no tomes a la ligera la disciplina del Señor ni te desanimes cuando te reprenda» (Heb 12:5). Él no quiere dejarme en el mismo lugar en el que estoy, pues tiene algo mejor. Ninguno de los desafíos que enfrento como madre será en vano; ninguno. Él usa todos y cada uno de ellos en la historia de su victorioso Evangelio en mi vida.
Su objetivo no es hacer que mi vida sea cómoda, segura y predecible, sino santificarme.
Porque a los que Dios conoció de antemano también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó también los glorificó (Romanos 8:29-30).
Rendida ante su obra
Quizás también estés pasando por lo mismo. Tu vida no parece funcionar de la manera en que pensaste que lo haría. Tus hijos no son perfectos, tienes poca paciencia y no recuerdas cuándo fue la última vez en que pudiste dormir bien. Debes saber que Dios está obrando en medio de todos esos días difíciles y cada desafío que enfrentas en la crianza de tus hijos.
Sé sensible a la obra de las manos de Dios y ríndete ante ella. Toma el pecado que Él te revele y llévalo directamente a la cruz. Recuerda que Jesús murió por cada uno de los errores que hemos cometido y que cometeremos en el futuro criando a nuestros hijos. Busca tu gozo en Él y depende solo de sus fuerzas y sabiduría. Encuentra esperanza en esta verdad: «estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús» (Fil 1:6).