El siguiente extracto ha sido traducido a partir del blog publicado originalmente en inglés por Crossway.
¿Qué significa la crianza para la mujer?
Hace poco, estaba leyendo y chateando con unas amigas en Facebook cuando mi corazón se descolocó al darme cuenta de la diversidad de nuestras experiencias de vida.
Un par de padres expectantes subieron un video de ellos mismos cortando un pastel que era de color rosado por dentro para anunciar que estaban esperando a una niñita; una madre primeriza compartió su frustración respecto al llanto de su bebé porque le estaban saliendo los dientes y pedía consejo; una mujer soltera escribió que se había juntado recién con algunas de las chicas de nuestro grupo de jóvenes; una ex-colega publicó una fotografía de su pequeño hijo con tubos de oxígeno en su nariz y suplicaba, “por favor, continúen orando. Todavía estamos esperando un transplante; aún no está fuera de peligro”; luego, apareció una foto de mi sobrino vestido con el uniforme de su equipo de fútbol americano; después, se actualizó mi página principal y vi un video de manifestantes pro-vida que eran atacados en un campus universitario.
Un poco más tarde, mi hijo llegó a mi dormitorio, sus mejillas estaban enrojecidas y se estaba frotando los ojos, y me dijo, “mami, simplemente te necesito”. Lo llevé a la cocina para que tomara un poco de agua y me fijé en unas fotografías especiales que estaban en nuestro refrigerador. Había una foto de uno de nuestros profesores del seminario junto a su esposa. Aunque ya están en edad de jubilación, aún viajan a Filipinas de un lado a otro para visitar las iglesias que plantaron hace décadas. También, había una foto de Navidad de unos amigos parados junto a una silla vacía que está a la espera de recibir a su hijo adoptado que aún está en el extranjero.
Mientras llevaba a mi hijo pequeño de vuelta a su habitación, mi mente divagó y me acordé de una querida amiga –como me pasa a menudo– y oré al Señor para que la consolara, pues aún llora la muerte de su hijo que falleció hace tres años, él tenía la misma edad que el mío. En la oscuridad del dormitorio de mis hijos, miré y vi a mis hijas profundamente dormidas, sus brazos y piernas se movían adorablemente en sus camas con las sábanas y sus juguetes desordenados –sentí que mi corazón explotaría–. Experimentamos tanta alegría, emoción y vida; y al mismo tiempo, tanto dolor, ansiedad y muerte. ¿Qué corazón finito podría contener todas estas cosas? ¿Cómo lo logran las madres? En medio de toda esta complejidad, ¿qué significa la crianza para la mujer?
Veamos la maternidad a través de la Biblia
El fundamento para este tema de las mujeres y la crianza es la Palabra de Dios. Tenemos que encontrar las implicaciones nosotras mismas, como creación de Dios, al mirarlo primero a él, nuestro Creador.
En todas las etapas y experiencias de nuestra vida, desde las abuelas hasta las bebés en Bombay hasta Mobile, la Biblia contiene verdades eternas y aplicables respecto a aquel por quien fuimos hechas. En la Palabra de Dios, vemos su buen diseño para la masculinidad y la femineidad: el Dios trino hizo hombres y mujeres a su imagen para mostrar su gloria. No llegamos a comprender el propósito de la femineidad cuando nuestro entendimiento está amarrado a los estereotipos culturales, a la simple biología o a las habilidades de procreación.
En la Palabra de Dios, vemos que la femineidad no puede describirse aparte de la imagen de Dios, del evangelio y de cómo Jesucristo nos está restaurando. El hecho de haber sido creadas como mujeres a la imagen de Dios sin duda es algo lleno de maravilla.
La maternidad (con este término me refiero a la crianza de niños y a la crianza de hijos espirituales/discípulos) de ninguna manera es un ídolo al cual servimos, más bien es un don intencional que Dios diseñó estratégicamente; él nos dio este don para que pudiéramos ver su gloria y lo hiciéramos brillar a él. Estamos llamadas a aprender a regocijarnos en Jesús porque la maternidad es obra de sus manos.
La crianza a la manera de Cristo
Si la femineidad no puede estar amarrada a la simple biología, ¿puede, entonces, estar relegada a la procreación? A través del evangelio, vemos que la fertilidad y el mandato de “llenar la tierra” son cosas que se amplían al discipulado, dando fruto que permanece –un privilegio y una responsabilidad que cada mujer cristiana puede disfrutar–. Es sólo por medio de la claridad del evangelio que podemos vernos en el gran panorama de la historia de Dios. Él está buscando adoradores de las naciones y nos usa para reunirlos.
A la luz y en el poder del evangelio, el objetivo de la crianza es el desarrollo del ser humano en su capacidad más gloriosa posible: que todas las naciones vean y disfruten a Jesucristo para siempre. El llamado a la crianza es uno que nos lleva a ocuparnos amorosamente de las necesidades de otros en el nombre de Jesús (2 Co 4:5).
La maternidad cruciforme
Debido a que toda maternidad existe para Jesús, ésta debe realizarse a la manera de Jesús. En nuestra obediencia a la Gran Comisión, cada mujer debe mirar al Hombre que está gobernando desde el cielo a la diestra de Dios. Cristo mismo pone personas en nuestras familias y en nuestro círculo de influencia y descansamos sabiendo bien que quien construye la casa es él. Es Dios mismo quien hace crecer el jardín, incluso aunque nosotras plantemos y reguemos diligentemente. Por la gracia de Dios, podemos servir a personas –a nuestros maridos, a nuestros hijos, a nuestros vecinos, a nuestros colegas, a quien sea– porque Jesús es soberano y él está construyendo su iglesia.
Jesús es quien redime personas para hacerlas suyas. Esta verdad nos asegura que esta obra será efectiva. Somos libres de obtener reconocimiento por cualquier fruto de nuestra crianza como si fuera nuestra obra y somos libres de la maternidad trabajólica que infunde miedo que nos lleva a pensar que todo debe ser hecho por nosotras.
Criamos a otros con la fuerza que Dios nos entrega (1 Pe 4:10-11). Toda esa energía –para cuidar, disciplinar, servir y hacer mil cosas al mismo tiempo– es su energía. Todo lo que no tenemos podemos encontrarlo en él. Cuando estamos exhaustas, cuando sentimos la tierra polvorienta del camino del Calvario, podemos recordar que es en ese momento en especial que la vida de Jesús se manifiesta en nosotras (2 Co 4:10). Es en ese momento que Jesús nos da más de sí mismo, probando una y otra vez que él es suficiente, que él es bueno, que hay más gozo en él que en el grano y en el vino que abundan (Sal 4:7) –o que en los niños que nunca desordenan, o que en la cena que se prepara sola, o los programas que funcionan ininterrumpidamente–. Él es mejor.
Sólo Jesús
Necesitamos fe como la de un niño para criar a los hijos del Señor –una fe que él nos da alegremente–. La vida de Cristo en nosotros es nuestra energía que nos fortalece, nos equipa y nos lanza para criar a otros. Es su fuerza la que nos da lo que necesitamos para criar vida en medio de la muerte, incluso a través de las millones de muertes al yo que morimos cada día. Necesitamos recordar que los frutos del porte de un arándano producidos por el Espíritu Santo son parte de su reino.
No existe forma en que un corazón finito y dispuesto a criar pueda sostener todas estas cosas, pero Jesús puede, Jesús lo hace y Jesús lo hará.
Esta publicación es una adaptación del capítulo “The Nature of a Woman’s Nurture” [La naturaleza de la crianza en la mujer] escrito por Gloria Furman, del libro Designed for Joy: How the Gospel Impacts Men and Women, Identity and Practice [Diseñados para el gozo: cómo el evangelio impacta a hombres y mujeres, su identidad y práctica], editado por Owen Strachan y Jonathan Parnell.

