¿Por qué hablamos con otras personas?
Ante todo, hablamos porque es nuestro diseño natural. Dios nos diseñó con la capacidad y el deseo únicos de vincularnos con un entorno social.
Sin embargo, ¿qué nos motiva a escoger las palabras específicas que usamos?
Quizás hablas para conseguir algo: un ticket de tren, una botella de ketchup en la cena o datos importantes para ayudarte a completar ese gran proyecto.
Tal vez hablas para expresar emociones: frustración con un retraso, afecto por alguien que amas o retroalimentación en una tarea que se te asignó.
Los ejemplos son infinitos, pero este es el punto: cada palabra de nuestras conversaciones tiene una misión.
Ya sea que lo sepamos o no, e independientemente de cuán larga o corta sea nuestra conversación, usamos las palabras para cumplir una misión.
La pregunta es: ¿qué misión estamos intentando cumplir?
En 2 Corintios 5:20, el apóstol Pablo define cuál debe ser la misión de nuestras palabras: «Por tanto, somos embajadores de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros, en nombre de Cristo les rogamos: ¡Reconcíliense con Dios!».
Detente por un momento. No pases por alto este conocido versículo. Dios ha designado una posición de majestuoso honor para los pecadores indignos. Dejemos que el peso de esa realidad penetre en nuestras vidas.
Como embajadores, somos llamados a usar nuestras palabras para representar adecuadamente al Rey de reyes que no está presente físicamente. De la misma manera que Cristo reveló al Padre, nosotros somos llamados a revelar a Cristo.
Por lo tanto, ¿cómo podemos ser mejores administradores de nuestras palabras y mejores embajadores de Cristo? Cuando estoy con alguien, hay una pregunta que debo hacerme (internamente) antes de abrir mi boca:
«Señor, ¿qué quieres que vea o sepa esta persona de ti en la situación, lugar o relación actual de la vida en donde la has puesto?»
Esta es nuestra misión en la conversación: ¿cómo puedo ser usado fielmente y representar a Cristo hermosamente en el contexto específico de la vida de otra persona?
El problema es que tal vez no esté consciente de la oportunidad que tengo o llevo mis intereses egoístas a la conversación. Como resultado, muchas de mis conversaciones tienen poco o nada de misión embajadora.
Sin embargo, por cada oportunidad perdida, hay nuevas misericordias cada mañana para la próxima conversación. Y para cada motivo egoísta, existe una gracia rescatadora que nos libera de la esclavitud del reino del yo y nos recibe nuevamente como un embajador del Reino de Dios.
¡Consideremos la magnitud de nuestro llamado a ser embajadores y permitámosle que cambie radicalmente la forma en que nos vinculamos en conversación y escogemos nuestras palabras!
Preguntas para reflexionar
- ¿Cuándo fue la última oportunidad que perdiste de ser un embajador? ¿Qué causó que la perdieras?
- ¿Dónde se encuentran tus oportunidades actuales de ser un embajador esta semana? ¿Qué puedes hacer para prepararte?
- ¿Qué sacrificios te está llamando a hacer Dios para ser un embajador más efectivo? ¿Por qué son difíciles esos sacrificios?
- ¿De qué maneras las recompensas del Reino por ser un embajador de Cristo son mejores que los placeres temporales del reino del yo? Sé específico.