El urgente llamado al arrepentimiento y a creer en el mensaje del evangelio resuena alrededor de todo el mundo. El evangelio se está predicando en lejanas selvas donde aviones misioneros deben aterrizar entre la vegetación; en cafeterías construidas en medio de arquitectura medieval; en lujosas boutiques de centros comerciales; y en destartalados taxis que avanzan lentamente por calles congestionadas de ciudades sobrepobladas.
Cuando escuchamos historias de “héroes misioneros”, nuestros corazones se llenan de gratitud por la obra que el Espíritu de Dios está haciendo en el mundo. Oramos por aquellos que están dispuestos a ir a las naciones y alegremente los apoyamos financieramente para que sean enviados.
Un día una mujer que acababa de ser mamá me dijo con un suspiro, “quiero ‘ir’, pero me temo que a lo más lejos que puedo ‘llegar’ (ida y vuelta) en estos días es a la cuna del bebé”. A veces las madres ven el ministerio con sus hijos como algo insignificante cuando lo comparan con otros ministerios. Después de todo, miles de personas se reúnen en teatros al aire libre y se alegran al escuchar las buenas noticias.
Debido a que la maternidad es misional, existe algo de valor eterno que está tomando su lugar en el reino de lo invisible. Es cierto, existen momentos en que lo único animante que una mamá escucha es cuando la tapa de un envase de helado se abre de golpe en la cocina. Sin embargo, a medida que madres comparten el evangelio con más almas de las que podamos contar y crían con fe a la próxima generación, el aplauso celestial resuena en la eternidad.
Misiones, maternidad y Segunda de Corintios
En 2 Corintios 4, podemos encontrar cuatro razones específicas para animarnos en nuestra maternidad misional.
1. Recordamos que somos vasijas de barro
Ni una sola madre puede afirmar saberlo todo. Ser frágiles y simples vasijas de barro significa que somos libres de disfrutar y de apropiarnos de la gracia suficiente de Dios y mostrarle al mundo que “tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros” (ver 2 Corintios 4:7-10). Somos libres para dejar de fingir que somos madres autosuficientes, puesto que el poder de Cristo se perfecciona en nuestra debilidad. En lugar de eso, podemos “gustosamente hacer alarde de nuestras debilidades para que el poder de Cristo permanezca en nosotras” y estimule nuestro contentamiento (2 Corintios 12:9-10).
2. Aprendemos a imprimir la eternidad en nuestros ojos
Esta frase pareciera hacer alusión a una especie de lentes de contacto muy elaborados, pero en realidad viene de una oración que se le atribuye a Jonathan Edwards. La maternidad misional es un trabajo a largo plazo que va mucho más allá de la última compra de pañales. La perspectiva que necesitamos ve más allá de todos los hitos terrenales de la vida de nuestros hijos y mira hacia la eternidad. Los ojos de nuestros corazones están fijos en lo perdurable “sabiendo que aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará también a nosotros con él y nos llevará junto[s] … a su presencia” (2 Corintios 4:14).
La eternidad nos recuerda que nuestros hijos no son “simples mortales”, como C.S. Lewis describe en su ensayo “El peso de la gloria”. Más bien, cada ser humano es un portador de la imagen de Dios con un alma eterna. La maternidad es misional pues ninguna mamá jamás le ha enseñado a un simple mortal que las “manos son para ayudar y no para golpear”, limpiado la cara sucia con comida de un simple mortal, orado por un simple mortal antes de ir a la escuela o escuchado a un simple mortal contar una interminable historia sobre una paloma en el balcón.
La eternidad significa que la crianza es un gozo enorme lleno de asombro.
3. Pensar que la gracia de Dios alcanza a más y más personas nos pone la piel de gallina
En la maternidad misional sabemos muy bien que estamos criando vida frente a la muerte. En este mundo envuelto con olor a muerte y deteriorado con las reprochables marcas del pecado, la gracia, la gratitud y la gloria no son cosas triviales ni ideas trilladas. El objetivo de todo nuestro trabajo es que “la gracia que está alcanzando a más y más personas haga abundar la acción de gracias para la gloria de Dios” (2 Corintios 4:15).
Nuestro trabajo como madres es glorificar a Dios, quien envió a su Hijo para llevar a cabo su poderosa obra en la cruz en nuestro lugar, y así pagar el castigo justo que debíamos enfrentar por nuestros pecados. Nuestra feliz misión en este mundo caído es recibir humildemente la gracia de Dios e invitar a nuestros hijos a compartir nuestra alegre gratitud por lo que Jesús ha hecho en la cruz.
4. Bromeamos diciendo que nos mantenemos jóvenes cuando cumplimos años; sin embargo, nos reímos porque tenemos algo mejor
Al mismo tiempo que nuestro “exterior” experimenta la inevitable entropía de la edad, Jesús está renovando nuestro “interior” día a día (2 Corintios 4:16). El mejor lugar para encontrar esta fuerza renovadora es en la Palabra de Dios. Por sobre todos los útiles consejos para ser madres, es mediante la Biblia que recibimos sabiduría de lo alto. Las mamás saben que necesitan estar cerca de Dios y simplemente entender cuán cerca él está de ellas.
Es por medio de su Palabra que “Dios se acerca a su pueblo diariamente, no desde lejos, sino desde cerca. En ella, él se revela a sí mismo día a día … las Escrituras son la continua comunicación entre el cielo y la tierra, entre Cristo y su iglesia, entre Dios y sus hijos. No nos ata simplemente al pasado; nos liga al Dios vivo de los cielos. Su Palabra es la voz viva de Dios” (Bavinck, RD 1:385).
La banda sonora del cielo
La maternidad misional está acostumbrada a todo el estrés, la ansiedad, los problemas y el dolor que provoca criar vida enfrentando la muerte, además de morir al yo cada día. Sin embargo, vemos con fe un destello de algo brillante que afirma el alma —un “peso de gloria”— (2 Corintios 4:17). Ese peso es mucho mayor que el niño de doce kilos que insiste en subirse al mesón y sigue atascándose.
En todo el mundo, es sólo por la gracia de Dios que las mamás pueden criar las almas de los más pequeños mientras la banda sonora del cielo suena en nuestros corazones: “¡La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!… ¡Amén! La alabanza, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, la honra, el poder y la fortaleza son de nuestro Dios por los siglos de los siglos. ¡Amén!” (Apocalipsis 7:10, 12).
Gloria Furman © 2015 Desiring God Foundation. Usado con permiso.
| Traducción: María José Ojeda

