Las mujeres somos muy buenas para hacer cosas. Escribimos listas, hacemos tareas múltiples, y logramos que las cosas se lleven a cabo. Dios creó a las mujeres para ser una ayuda y nos ha equipado con mucha fuerza para lograrlo. Sin embargo, hoy quiero proponer que quizás nuestros mejores dones son un poco más inertes. Hay muchas cosas que no podemos ni deberíamos hacer. Uf… Sé que esta idea suena extraña en esta cultura feminista que exalta el poder de las mujeres. Sin embargo, las mujeres no pueden ni deberían hacer todo lo que se les fije en la mente. A veces es mejor recibir.
Como lo afirma el Catecismo Menor de Westminster, los seres humanos fueron hechos para glorificar a Dios y gozar de Él para siempre. Puesto que Dios es grandemente glorificado por medio de su Hijo, Jesucristo, tengo que preguntarme de qué manera nosotras, como mujeres, exhibimos el evangelio y reflejamos a Cristo. Yo diría que gran parte de ello es a través de recibir. Quisiera hablar de lo que recibimos en nuestra vida natural, en nuestra vida espiritual, y de cómo nuestras ambiciosas labores entran en la ecuación
Lo que recibimos en nuestra vida natural
En nuestra vida natural, lo primero que recibimos es vida. El relato de la creación nos dice que Eva fue hecha de la costilla del hombre. Enfocándonos en lo que eso significa para una mujer, vemos que desde el comienzo hay un componente de liderazgo en el sacrificio de Adán por su esposa. Además, Adán llama a Eva Isha (mujer) porque ella viene del Ish (hombre). La terminación hebrea femenina suaviza el nombre de la mujer.
Habiendo Eva recibido su nombre de Adán, en muchos lugares ha continuado la tradición de que una mujer adopte el apellido de su esposo al casarse. Actualmente, muchas mujeres no desean que se las identifique por el apellido de sus esposos: esto sería un acto inmediato de sumisión que reconocería la prioridad gubernamental del marido en la relación. Sin embargo, la mayoría nace con el apellido de su padre, el cual también han recibido.
Lo que recibimos en nuestra vida espiritual
En las vidas espirituales tanto de hombres como de mujeres, hay mucho que se recibe. Gracias al Espíritu Santo recibimos un nuevo nacimiento por medio de la fe, la cual también se obtiene como un regalo (Ef 2:8-9). Cada domingo recibimos una dosis especial de la gracia de Dios a través de la Palabra predicada y los sacramentos. Por medio de esto, recibimos a Cristo y todos sus beneficios. En nuestra nueva identidad espiritual, recibimos una vez más un nombre: cristianos. En el mundo natural, el rol especial de una mujer como ayuda y receptora refleja a Cristo y su evangelio de muchas maneras. Jesús estaba en completa sumisión a la voluntad de su Padre. Siempre lo estará. Nuestra sumisión en el matrimonio y el liderazgo de la iglesia es un modelo de la sumisión de Cristo. También es un modelo de la sumisión de la iglesia a Cristo. Las mujeres reflejamos el evangelio cuando, como dijo Elizabeth Elliot: «…recibimos lo dado, como María, sin insistir en lo no-dado, como Eva»*. Elizabeth explica que Eva rechazó su femineidad al rehusarse a aceptar la voluntad de Dios. ¿Queremos seguir comportándonos como Eva, obrando en contra de los preciosos dones que Dios nos ha dado a nosotras?
¿Y qué de todas nuestras ambiciones?
Como dije, Dios ha equipado misericordiosamente a las mujeres con muchas fortalezas diferentes. Así, podemos ayudar tanto en la realización humana del Mandato Cultural como en nuestra responsabilidad de discípulos cristianos —cumplir la Gran Comisión—. En lo que a mí respecta, en mi cabeza se está cocinando toda clase de ideas sobre las cosas que se podrían hacer en cuanto a estos dos llamamientos. Sin embargo, que Dios me haya dado ciertos dones o una mente ambiciosa no significa que mis metas para el cumplimiento de dichas tareas sean lo mismo que su gran plan. Hay tres barreras de contención que me encauzan a lo largo del camino: el liderazgo de mi iglesia, el liderazgo de mi esposo, y la providencia de Dios. En primer lugar, tengo que hacerme la pregunta: ¿Estoy operando dentro del perímetro bíblico y correcto que me enseña mi iglesia? Los líderes de la iglesia deberían trazar claramente las funciones y los roles apropiados para los hombres y las mujeres. Segundo: ¿Impiden mis ideas que mi marido cumpla sus responsabilidades? En otras palabras: ¿Estoy funcionando dentro del rol en que Dios me ha llamado a ser ayuda? Y además: ¿Tengo el apoyo de mi marido? Si aún tenemos luz verde, podemos avanzar con nuestras ambiciones en la medida en que glorifiquen a Dios. Entre tanto, necesitamos tener conciencia de que nuestra importancia se encuentra en Cristo, quien es suficiente. Ningún objetivo propio me hará jamás realizarme ni adquirir valor. Mi valía se encuentra sólo en Cristo: no en mi esposo, ni en mi maternidad, ni en mi servicio, ni en mi carrera.
La tercera barrera de contención es un poco más complicada: Dios puede ponernos en un cierto camino; puede darnos una pasión, equiparnos bien para servir en una cierta área y darnos todas las luces verdes para procurar alcanzarla. Podemos avanzar en ello con seguridad y diligencia sólo para encontrar una puerta cerrada al final. ¿Hemos fracasado? No necesariamente. Sólo lo llamaría un fracaso si hubiésemos pecado (y, asombrosamente, nuestro misericordioso Dios puede incluso tomar nuestros fracasos y usarlos para su gloria). Te aliento a ser humildemente ambiciosa. Recibe los dones y pasiones que Dios te da, y ve tras ellos. A lo largo del camino, mantente lista para poder en cualquier momento dejar de aferrarte y así alcanzar la Satisfacción Máxima —la perla de gran precio—. Acepta las respuestas de Dios con seguridad y sin enfurruñarte.
¡En la vida no hay una «lista de tareas»! No podría escribirla. Debo decir que me siento más fuerte que nunca en cuanto al plan de Dios para mi vida, ¡pero no podría tener menos idea de cuál sea realmente ese plan! Estoy segura en su verdad, en su forma de dirigirme y en lo que sucederá con mi vida al final, pero no en muchos de los detalles que Él está trabajando para llevarme hasta allí. Mientras considero en oración todas las rutas desconocidas que se me presentan en el camino, digo con resignación: ¡Reina, Señor, como tú lo desees!
Para seguir meditando: Ef 5:22-33; Fil 2:1-11
*Recovering Biblical Manhood and Womanhood, editado por John Piper y Wayne Grudem, Crossway, 2006