Me encantaba derrotar a los hombres en el baloncesto. Cuando estábamos en la secundaria, hubo dos chicos que nos desafiaron a mi hermana Bethany y a mí a un juego de dos contra dos.
Ummm… Sí. Estábamos totalmente dispuestas a aceptar el desafío.
Se podía oler el orgullo que sentían cuando entramos a la cancha. Esto sería divertido.
Digamos simplemente que el juego no duró mucho. Los dejamos en cero. Bethany y yo salimos de la cancha mirándonos disimuladamente con sonrisas de satisfacción.
Nos sentíamos fenomenales. Para nosotras, derrotar chicos en el baloncesto era la máxima proclamación de que «las chicas son mejores que los chicos».
En aquel entonces, mi actitud hacia los chicos podría haberse resumido usando las palabras de un popular anuncio de Nike: «Cualquier cosa que puedas hacer, yo puedo hacerla mejor».
Me encantaba ser mejor que los chicos.
Me encantaba competir contra ellos en todo y ganar. No tenía nada contra ellos… Simplemente me gustaba derrotarlos.
Mi espíritu competitivo frente a los chicos no era una cosa singular.
Actualmente, la mayoría de las chicas se enorgullecen mucho de estar por sobre el género masculino. Sea en los deportes, los estudios o el ambiente laboral, las chicas reciben aliento y aplausos cuando superan a los chicos.
Al buscar en Internet la frase «¿Son las chicas mejores que los chicos?», obtuve inmediatamente 80 millones de resultados. Encontré títulos como «14 cosas que las mujeres hacen mejor que los hombres», «Por qué las chicas son mejores que los chicos», y «10 razones por las cuales las chicas son mejores que los chicos».
Existe un viejo refrán, muy anterior a mis días de diversión en el patio de juegos, que dice: «Las chicas al mando y los chicos babeando». La idea puede parecer simpática e inocente en los columpios, pero más tarde no es muy bonita.
Vivimos en una cultura que promueve que las mujeres y las chicas deben estar por sobre los hombres cada vez que sea posible.
De hecho, ese es un aspecto destacado de la mentalidad feminista. En lugar de animar a los dos géneros a complementarse recíprocamente, los hemos alentado a combatirse.
Llamamos a esto «la guerra de los sexos».
Sin embargo, esta guerra no es nueva. Se remonta al inicio del tiempo y se origina en el Jardín del Edén. En el minuto en que el pecado entró al mundo, aquella perfecta armonía entre el chico y la chica se destruyó para siempre.
El diseño original de Dios para el sexo masculino y el femenino estaba perfectamente equilibrado en todo sentido. Cuando el pecado entró a la escena, recién entonces se salió de control. Una de las maldiciones que tú y yo recibimos fue que desearíamos gobernar sobre nuestros maridos, y en lo que respecta a ellos, que desearían gobernar sobre sus esposas (Génesis 3:16-17).
La guerra de los sexos se declaró oficialmente.
Gracias a nuestra encantadora naturaleza pecaminosa, nuestra tendencia y deseo natural es dominar a los hombres. Sin siquiera darme cuenta, esa era exactamente la mentalidad que yo tenía en la secundaria. Nadie tuvo que enseñarme a ser así; sencillamente ocurrió de manera natural. Añade a eso un poco de aliento por parte de nuestra cultura y —¡BAM!— ¡que comience el juego!
¿Te sientes identificada conmigo?
Gracias a Dios, Él tenía un plan de redención para salvarnos de nuestros pecados y darnos un nuevo deseo. Cuando Cristo murió en la cruz, rompió las cadenas de nuestro pecado y nos dio el poder de conquistar nuestros anhelos retorcidos.
Como chicos y chicas cristianas, estamos llamados a amarnos unos a otros, no a competir.
«Nada hagáis por rivalidad o por vanidad; antes bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores…» (Fil 2:3).
Como chica cristiana, si Dios te bendice un día con el matrimonio, Dios te ordenará respetar, honrar, y someterte al liderazgo de tu esposo (1 Pedro 3:1). Allí no habrá espacio para la competencia agresiva. Nada destruirá más rápidamente un matrimonio que combatirse en forma mutua.
Gracias a Dios, he progresado mucho desde mis días en la secundaria. Para quienes aún se lo estén preguntando, ya no acepto desafíos de baloncesto por parte de cualquier chico. La mejor noticia, sin embargo, es que Dios ha estado reorientando y desafiando mis actitudes competitivas hacia los chicos.
Ya no tengo la «necesidad» de validarme y confirmarme derrotando al género masculino.
Ahora, mi objetivo es confirmar y alentar a los hombres de mi entorno a ser grandes líderes y guerreros para el Señor. La verdadera guerra es contra nuestro enemigo mutuo: Satanás.
- ¿De qué formas sientes la necesidad de competir contra los hombres?
- ¿Te sientes más validada como chica si puedes desempeñarte mejor que los hombres en ciertas áreas?
- ¿Aceptas la pauta de nuestra cultura cuando dice «Las chicas al mando y los chicos babeando»?