Cuando fui mamá por primera vez, me rodeé de otras madres que estaban en la misma etapa que yo. Todas estábamos juntas en las trincheras de la maternidad, animándonos, ayudándonos y apoyándonos mutuamente. Esos primeros años fueron difíciles y todo lo que podía ver era la batalla que tenía frente a mí. Vivía cada minuto y pasaba mis días apagando incendios y zambulléndome en la maternidad diaria.
Ahora que los primeros años ya pasaron, he podido tomar aire y ver a mi alrededor. Puedo ver que mientras una etapa ya terminó, hay muchas más que están por venir. Mi búsqueda ahora no es la ayuda y el apoyo de otras mujeres que están en la misma etapa que yo, sino que de otras mujeres que ya pasaron por esto y están enfrentando otras cosas.
El mandato de Tito 2
En la iglesia, tenemos muchos ministerios orientados hacia mujeres. Tenemos grupos y estudios específicos para madres y señoras mayores: estudios bíblicos, cenas y retiros. Aunque la Escritura no nos da grandes detalles sobre cómo son específicamente los ministerios hacia y para las mujeres, sí entrega esta clara instrucción:
De manera similar, enseña a las mujeres mayores a vivir de una manera que honre a Dios. No deben calumniar a nadie ni emborracharse. En cambio, deberían enseñarles a otros lo que es bueno. Esas mujeres mayores tienen que instruir a las más jóvenes a amar a sus esposos y a sus hijos, a vivir sabiamente y a ser puras, a trabajar en su hogar, a hacer el bien y a someterse a sus esposos. Entonces no deshonrarán la palabra de Dios. (Tito 2:3-5 NTV)
En el libro de Tito, Pablo da instrucciones sobre cómo debería funcionar la iglesia; sobre cómo elegir a los ancianos y diáconos; y sobre la importancia de predicar la Palabra. En Tito 2, Pablo da instrucciones específicas para que las mujeres mayores de la iglesia entrenen a las más jóvenes. Las que son más maduras en la fe deben servir a las que aún no lo son. Deben enseñar a las mujeres lo que significa amar y someterse a sus maridos, cómo glorificar a Dios en su etapa de crianza y cómo debiese verse una mujer de Dios.
Necesitamos mujeres maduras en la fe
He conversado con otras mujeres que están en la misma etapa que yo y estamos todas de acuerdo: necesitamos mujeres mayores en la fe. La verdad es que siempre las hemos necesitado en nuestras vidas. Necesitamos sabiduría y guía para criar a nuestros hijos; necesitamos ánimo para amar a nuestros esposos. Para mis amigas y para mí, a medida que nos acercamos a los 40, queremos aprender cómo envejecer bien; queremos aprender cómo terminar la carrera de la fe sin remordimientos; queremos la sabiduría de las ancianas de nuestra iglesia para guiarnos en medio de los momentos difíciles de nuestras vidas.
Mientras deseamos esa sabiduría y guía, el desafío está en encontrar mujeres mayores que estén dispuestas y sean capaces de entregar lo que esperamos. Debido a esta necesidad, en algunas iglesias han diseñado programas basados en Tito 2, juntando mujeres mayores con jóvenes para hacer discipulado. Sin embargo, aquellas que no tenemos acceso a ese tipo de programas, ¿cómo podremos juntarnos con ellas?
Guiar a otras y ser guiadas
Si eres una mujer joven que anhela ser discipulada por una mujer más madura en la fe, ora para que Dios provea esto para ti. Acude a una mujer madura de tu iglesia y pídele que se junten; dile que te gustaría aprender de su sabiduría y recibir su discipulado. A veces ese tipo de mujeres llegan a tu vida cuando menos lo esperas. Quizás incluso no sea la persona más obvia para ti, sino que alguien a quien nunca consideraste; o tal vez sea más de una persona. Confía y recuerda que Dios nunca falla en proveernos justo lo que necesitamos.
Si eres una mujer mayor, por favor, considera estar disponible para nosotras. Es probable que pienses que ya pasó tu momento de invertir en el cuerpo de Cristo. Pasaste años enseñando en la Escuela Dominical o preparando comidas para las madres primerizas. Quizás pienses que ya no eres valiosa ni útil en la iglesia, pero eso simplemente no es verdad. Observa a las jóvenes de tu iglesia y considera acercarte a una o a varias de ellas. Invítalas a almorzar, conoce sus vidas; conversa con ellas sobre sus luchas y su camino en la fe; pregúntales cómo puedes estar orando por ellas. No importa la edad que tengas, nunca vas a dejar de ser útil en el Reino de Dios.
Si estás en la misma etapa de la vida en la que estoy yo, puedes ser discipulada y discipular a otras. Puedes servir a otras madres jóvenes al mismo tiempo que una mujer mayor te sirve a ti. A veces, pensamos que nuestro tiempo de acompañar y discipular a otras ya pasó, cuando nuestros hijos ya crecieron. Sin embargo, hay maneras en las que puedes animar a otras mujeres que ahora están viviendo la etapa que tú acabas de dejar atrás. Puedes orar con y por ellas; puedes estimularlas al amor y a las buenas obras (Heb 10:24). Cuando sus vidas están llenas con los quehaceres ingratos de la maternidad, puedes recordarles al Dios al que sirven y la verdadera esperanza que tienen en Cristo.
Esta es la verdad, mujer mayor: cualquiera sea la edad que tengas, te necesitamos. Necesitamos tu sabiduría; por favor, enséñanos.