Para mí, el año pasado fue un periodo de temor. Quizás supiste que lidié con un problema de salud. Tuve un tumor en mi tiroides que el doctor pensó que podría ser cancerígeno, pero por medio de la biopsia no pudieron establecer si lo era. A fines de julio del año pasado, me operaron para quitar el tumor (y la mitad de mi tiroides).
La situación completa fue desconcertante, inquietante, y a veces, aterradora. Por supuesto, todos los procedimientos médicos no fueron para nada divertidos, pero también el pensamiento de tener cáncer era aterrador. Era un fresco recuerdo de mi edad, de la etapa de la vida en la que me encuentro y de la forma en que el tiempo avanza para esfumarse entre mis dedos.
En este mundo caído, existen muchas cosas a las que podemos temer: enfermedad, desastres naturales, violencia, pérdida de trabajo, conflicto relacional, solo por nombrar algunos. El futuro desconocido puede ser aterrador; y ese miedo paraliza. Es como una nube pesada que nos envuelve, sofocándonos y cegándonos a ver todo lo demás.
Encontrando su gracia
Las situaciones como la mía, y quizás como la que tú estás viviendo en este preciso momento, requieren gracia extra. Gracia para saber que Dios está con nosotros y no nos dejará. Gracia para creer y confiar en su bondad. Gracia para descansar en el cuidado soberano de Dios.
Así que esa fue mi oración el año pasado: que Dios me diera gracia. Necesitaba que me guiara en lo desconocido. Oré para que pudiera ver obrar su mano; que pudiera encontrar su gracia, reuniéndola como un filamento de luces que iluminan el camino en la oscuridad.
Dios fue fiel.
Supe de amigos y familiares que oraron por mí y me lo dijeron.
Me encontré con doctores y enfermeras amorosas que me hablaron con confianza y consuelo.
Sentí paz cuando menos lo esperaba.
Dios proveyó incluso los detalles más pequeños como amigos para cuidar a mis hijos mientras estábamos en el hospital.
No solo vi su gracia en mis circunstancias, también recordé su amor y su fidelidad hacia mí en el pasado. Experimenté muchos eventos aterradores y desconocidos en mi vida y Dios nunca me falló. Él ha sido una roca y fortaleza una y otra vez. En todos los desafíos y las grandes pruebas de la vida, Dios ha demostrado ser fiel repetidamente. Y en mi necesidad más grande de todas, el perdón de pecados, él me dio a su propio Hijo.
Ya que me dio a Jesús, ¿cómo podría pensar que él fallaría en ser fiel en todo lo demás?
El Salmo 46 y el temor
Como sabes, me encantan los Salmos. Uno de los Salmos en el que siempre me detengo en mi lectura es el Salmo 46. «Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos aunque la tierra sufra cambios, y aunque los montes se deslicen al fondo de los mares; aunque bramen y se agiten sus aguas, aunque tiemblen los montes con creciente enojo».
Para una persona que a menudo es debilitada por el temor, le resulta difícil imaginar estar sin miedo de cara a algo terrible. Lo importante que hay que notar es que el salmista no dice «aun cuando lo peor suceda, si tienes una fe fuerte y crees con todas tus fuerzas, no tendrás nada de miedo». Al contrario, el salmista dice que debido a que Dios es nuestro refugio y fortaleza, y auxilio en las tribulaciones, no temeremos.
El salmista también recordó quién es Dios en su poder y santidad: «Hay un río cuyas corrientes alegran la ciudad de Dios, las moradas santas del Altísimo. Dios está en medio de ella, no será sacudida; Dios la ayudará al romper el alba. Bramaron las naciones, se tambalearon los reinos; dio él su voz, y la tierra se derritió. El Señor de los ejércitos está con nosotros; nuestro baluarte es el Dios de Jacob». La presencia de Dios mantiene a salvo a su iglesia. Este pasaje me recuerda las palabras tranquilizadoras de Pablo sobre que nada puede separarnos del amor de Dios en Cristo (Ro 8:38-39).
Luego el salmista recordó lo que Dios hizo en el pasado: «Vengan, contemplen las obras del Señor, que ha hecho asolamientos en la tierra; que hace cesar las guerras hasta los confines de la tierra; quiebra el arco, parte la lanza, y quema los carros en el fuego».
Puesto que Dios es fiel y misericordioso, puesto que es nuestra roca y nuestro refugio, debido a quién es y a lo que ha hecho, el Salmo concluye: «Estén quietos, y sepan que yo soy Dios; exaltado seré entre las naciones, exaltado seré en la tierra. El Señor de los ejércitos está con nosotros; nuestro baluarte es el Dios de Jacob (Selah)».
Justo después de mi operación, supe que no tenía cáncer (en caso de que te estuvieras preguntando eso). Sin embargo, sé que la vida en este mundo caído trae más cosas desconocidas y más temores. El salmista me recuerda que Dios está con su pueblo. Él es nuestro auxilio; él es nuestro refugio. Incluso cuando el mundo parece estar al revés e incluso cuando lo peor sucede, Dios gobierna y reina. Él es fiel. El Dios de Jacob es un Dios que mantiene su pacto; le pertenecemos.
La gracia de Dios está siempre presente en nuestros temores.