Hace poco, uno de mis hijos, ya adulto, me hizo el comentario de que la familia tradicional es irrelevante. Entiendo perfectamente lo que quiso decir: la familia cristiana común y corriente está casi extinta, pues la cultura contemporánea está redefiniendo el concepto de familia —el matrimonio homosexual, la gama de creativos acuerdos de convivencia y la presión para aceptar la poligamia son todos ataques contra la familia cristiana—. La noción de que los padres, cuyo amor produce hijos, deben vivir juntos en matrimonio, trabajando en unidad para proveer estabilidad y un hogar piadoso a sus hijos, prácticamente se ha desvanecido como ideal cultural.
La familia cristiana común y corriente está compuesta simplemente por cristianos comunes y corrientes que viven las circunstancias comunes y corrientes de la vida desde la gracia extraordinaria del Evangelio. Esto no quiere decir que sean familias constituidas solamente por un papá y una mamá. Existen muchos padres y madres solteros que están honrando a Dios en sus hogares y muchos abuelos que valientemente crían a sus nietos. Tengo una nuera que fue bendecida con una mamá que, como madre soltera, crió a tres hijos que ahora son adultos cristianos que están criando a sus propios hijos. Ella les recordaba continuamente las normas bíblicas para la familia: «si tuvieras un papá, él estaría haciendo esto, pero como no es así, lo hago yo». En la ausencia de un marido, ella le enseñó a sus hijos a comprender el rol de un esposo y un padre en la familia.
Las dinámicas familiares
Efesios 5 describe a la familia cristiana común y corriente. Los esposos son llamados a ejercitar el liderazgo amoroso. En 1 Tesalonicenses 2, Pablo usa la paternidad como una metáfora para el ministerio pastoral. Él les recuerda los esfuerzos que hizo y las dificultades que enfrentó: cómo él predicaba durante el día y trabaja de noche para así no ser una carga para ellos. Éste es un maravilloso reflejo de lo que es un liderazgo piadoso. Pablo dio su vida como un sacrificio vivo. La autoridad piadosa no tiene que ver con hacer que otros sean nuestros sirvientes; al contrario, tiene que ver con servir y dar la vida como un sacrificio vivo.
Efesios 5 muestra una imagen igualmente poderosa de la esposa. Así como la iglesia se somete a Cristo, la esposa vive bajo el liderazgo del esposo. Ella lo ayuda a ser un eficaz líder de la familia. No es fácil subordinar la propia vida al liderazgo de otro, pero Efesios 5 lo muestra como un llamado normal para la esposa. En última instancia, una esposa se encomienda a Dios, buscando que Dios le traiga bendición mientras ella vive bajo la autoridad de su marido.
De manera similar, en Efesios 6, Dios promete que le irá bien al hijo que honre y que obedezca a sus padres. Los padres sabios presentan la necesidad de obediencia en maneras cautivantes. Animan a sus hijos al decir que la razón por la que deben obedecer es porque Dios le dio la autoridad a los padres. La obediencia no se debe a las demandas de los padres, sino que debe ocurrir porque es la voluntad de Dios para los hijos. En el contexto de la obediencia, las cosas van bien para los niños. Dios bendice su obediencia.
Es hermoso cuando los niños y los jóvenes abrazan la verdad de que los caminos de Dios son buenos. Ha sido mi alegría ver a mis nietos y nietas, niños y adolescentes comunes y corrientes, que disfrutan a sus padres y que aceptan la autoridad de aquellos que los aman lo suficiente para establecer límites sabiamente.
Hace poco, observé una interacción entre el padre y su adolescente en nuestra mesa que me hizo sonreír:
Niño adolescente: «Papá, ¿puedo tomar café?»
Papá: «Claro»
Niño preadolescente: «¿Puedo tomar yo también?»
Papá: «No, hijo, no creo que sea lo mejor»
Niño preadolescente: «No es justo. Él sí puede tomar café»
Papá: «Hijo, no tengo que ser justo, tengo que ser sabio»
Fue un intercambio agradable de palabras que pasó rápidamente. Sonreí porque el niño más pequeño aceptó el dictamen de su papá sin quejarse. Él ha aprendido a aceptar alegremente la autoridad de su padre. Algún día él, también, será una autoridad amable y sabia.
Una vez que las dinámicas de la relación están en un orden bíblico apropiado, existen tres llamados para la familia: la familia es una escuela de teología, una escuela de relaciones sociales y una escuela para entender el Evangelio.
Una escuela de teología
El llamado de Dios para una vida común y corriente se resume en las dos tablas de la ley: «…y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con toda tu fuerza.” El segundo es éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No hay otro mandamiento mayor que éstos» (Mr 12:30-31). Amar a Dios y a otros es una buena descripción de una familia cristiana común y corriente.
La familia como una escuela de teología es la primera tabla de la ley. La familia es un lugar para ser cautivados al ver la maravilla de quién es Dios y para inculcar en los niños un profundo sentido de la gloria de Dios. El salmista lo dice de la siguiente forma, «una generación alabará tus obras a otra generación…» (Sal 145:4). ¿En qué consiste esto? ¿De qué estamos hablando cuando una generación alaba a Dios a otra generación? El Salmo 145 nos lo cuenta: significa meditar en el glorioso esplendor de la majestad de Dios; contar las obras portentosas de Dios; declarar su grandeza; proclamar con entusiasmo la memoria de su mucha bondad; cantar de su justicia; decir la gloria de su reino; contar lo bueno que es; proclamar su alabanza (145:4-20). El amor por Dios es inculcado a medida que meditamos en su gloria y en su bondad. No podemos llevar a nuestros hijos a deleitarse en Dios en un vacío conceptual. Si los padres deben mostrarles a sus hijos la gloria de Dios, ellos, también, deben ser deslumbrados por él. La familia es una escuela de teología.
Una escuela de relaciones sociales
Amar a otros es la segunda tabla de la ley. Esto también es un asunto familiar. La vida familiar proporciona maravillosas oportunidades para mostrar el amor de Cristo a otros. ¿Por qué? Porque la convivencia familiar entrega las ocasiones más grandes para los conflictos relacionales. Santiago 4 aborda el conflicto social con preguntas reveladoras: «¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No vienen de las pasiones que combaten sus miembros?» (4:1). Normalmente, buscamos las razones para los conflictos fuera de nosotros: «él me hace enojar tanto»; «ella se ríe de mis errores». Santiago nos responsabiliza a nosotros, pues dice que los conflictos relacionales vienen de los deseos que batallan en nuestros corazones.
Nuestras pasiones y deseos producen conflictos. La familia es el lugar donde aprendemos sobre los deseos que desatan guerra dentro de nosotros y nos llevan a tener conflicto con otros. Es el lugar donde podemos identificar la fealdad del amor propio. La convivencia familiar entrega la oportunidad de aprender la excelencia del amor sacrificial por otros. Es un lugar excelente para aprender a buscar verdaderamente el bien de otros.
Los conflictos familiares no son interrupciones indeseadas para los asuntos de la vida. Son una parte vital para aprender a vivir en amor. La familia es un lugar donde podemos amar a otros.
Una escuela del Evangelio
Por último, la vida familiar cristiana común y corriente es una escuela para el Evangelio, un lugar para hacer realidad la gracia del Evangelio. Los conflictos que surgen a medida que nos esforzamos por vivir juntos en amor muestran nuestra profunda necesidad de la gracia del Evangelio. No podemos amar a Dios y a otros sin la gracia. Cristo vivió en un cuerpo humano sin pecado para entregarnos la justicia que no podíamos obtener de ninguna otra forma. Él murió para pagar la culpa de nuestro pecado, satisfaciendo completamente las demandas de la ley de Dios. Incluso ahora, él intercede por nosotros con el propósito de que podamos experimentar su gracia y vivir como personas que han conocido el perdón y pueden perdonarse mutuamente.
La familia cristiana común y corriente no es lugar de perfección. Pecamos y otros pecan contra nosotros. Nuestros hijos pecan y otros pecan contra ellos. Somos tentados a resolver los conflictos por medio de la sabiduría humana, pero perdemos el beneficio de nuestros conflictos si tratamos de resolverlos sin la referencia del Evangelio. Los conflictos inevitables de la convivencia familiar entregan oportunidades excelentes para ser «amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo» (Ef 4:32).
Los padres que entienden que ellos también son pecadores que se ven arrastrados por las pasiones y los deseos pueden empatizar con sus hijos que también pecan. El padre que entiende el problema del pecado, de la gracia y del poder del Evangelio es capaz de entender y ayudar verdaderamente a los hijos que pecan. La experiencia de ser un pecador que ha encontrado gracia capacita a los padres a entregar el poder y la gracia del Evangelio a sus hijos.
Los cristianos aman la idea de familias donde las personas aman y honran a Dios y viven juntos creciendo en gracia, pero las familias cristianas —que aman a Dios y a otros— no existen como una idea abstracta. No son un ideal en el mundo de las ideas. Las familias cristianas comunes y corrientes existen sólo a medida que las personas reales de carne y hueso dan sus vidas como sacrificios vivos. Esas familias son argumentos poderosos de la verdad y de la belleza de la fe cristiana.