El deseo evidente de todo padre cristiano es el bienestar espiritual de sus hijos. Queremos que nuestros hijos sean salvos; que sean parte del grupo de los redimidos. Anhelamos las bendiciones de la gracia del pacto de Dios para nuestros hijos.
Si bien, reconocemos la soberanía de Dios en la salvación, este anhelo por ver una generación que sigue a otra en el conocimiento de Dios motiva el entrenamiento y la instrucción de nuestros hijos. El Salmo 78 captura esta idea:
…cosas que hemos oído y conocido, y que nuestros padres nos han contado. No las esconderemos de sus descendientes; hablaremos a la generación venidera del poder del Señor, de sus proezas, y de las maravillas que ha realizado. Él promulgó un decreto… ordenó a nuestros antepasados enseñarlos a sus descendientes, para que los conocieran las generaciones venideras y los hijos que habrían de nacer, que a su vez los enseñarían a sus hijos. (vv. 3-6).
Puesto que ansiamos que nuestros hijos conozcan la gracia que nosotros hemos conocido, declaramos las obras poderosas de Dios a la nueva generación (Sal 145). Enseñamos los caminos de Dios con el fin de que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos sigan a Dios (Dt 6).
Queremos que nuestros hijos tengan fe en Dios, pero, ¿qué significa tener una fe salvadora? Martín Lutero comenzó a explicarlo y más adelante Philip Melanchthon y otros que lo seguían también lo hicieron; tradicionalmente, la teología reformada ha usado la definición de la fe que contiene tres elementos: notitia (conocimiento), assensus (asentimiento) y fiducia (confianza). Nuestra confesión de fe más importante muestra este entendimiento. En la Confesión de Fe de Westminster (en el capítulo 14.2) se sostiene que la fe que salva va acompañada de creer en la Palabra de Dios, aceptar las afirmaciones de Cristo y «recibir y descansar sólo en Cristo», por todo lo que esa salvación entrega.
La respuesta a la pregunta 21 en el Catecismo de Heidelberg, «¿qué es la fe verdadera?», entrega quizás la descripción más clara de la fe salvadora que pueda encontrarse en cualquier confesión:
No es sólo un seguro conocimiento por el cual considero cierto todo lo que el Señor nos ha revelado en su palabra, sino también una verdadera confianza que el Espíritu Santo infunde en mi corazón por el Evangelio, dándome la seguridad, de que no sólo a otros sino también a mí mismo, Dios otorga la remisión de pecados, la justicia y la vida eterna, y eso de pura gracia y solamente por los méritos de Jesucristo.
Como un padre que desea que sus hijos ejerciten la fe salvadora, estoy interesado en estos tres aspectos. Por lo tanto, mi pastoreo debe promover intencionalmente notitia, assensus y fiducia.
Notitia. Nuestra palabra en español noticia deriva de esta palabra latina. Comunica el contenido informativo básico de la fe cristiana. Nuestros hijos tienen que entender el contenido básico del Evangelio. Esa es una de las razones por las que la práctica de la adoración familiar es tan esencial. Existe verdad que debe conocerse. No es posible ejercitar la fe sin el contenido. «…¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?…» (Ro 10:14).
Sabemos que el conocimiento no salva, pero la fe debe actuar en base al conocimiento. La fe no es «un salto a ciegas en la oscuridad». Si nuestros hijos van a poner su fe en Jesucristo, debemos entregarles razones para esa tener esa fe. Ellos no pueden creer en Jesucristo sin conocer la verdad sobre él. Existe un corpus de conocimiento sobre ellos mismos, sobre Dios y sobre el orden creado de Dios que tienen que conocer y en algún sentido entender si es que van a ser hijos de fe. Ellos pueden creer sólo en lo que conocen.
Éste fue el peso que impulsó la preocupación de Pablo para comunicar la verdad:
Ahora, hermanos, quiero recordarles el evangelio que les prediqué, el mismo que recibieron y en el cual se mantienen firmes. Mediante este evangelio son salvos, si se aferran a la palabra que les prediqué. De otro modo, habrán creído en vano. Porque ante todo les transmití a ustedes lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras (1Co 15:1-4, énfasis del autor)
Sin el conocimiento, la fe no es posible puesto que tenemos que saber algo de aquel en quien estamos creyendo. Ser simplemente sinceros no es suficiente. El conocimiento correcto importa; sin embargo, el conocimiento no es la fe.
Assensus. La palabra española asentir proviene de este término latino. Asentir significa creer en algo que es verdad. Es posible conocer (notitia) algo y no creerlo personalmente (assensus). Nuestros hijos deben entender el contenido del Evangelio y creerlo. Conocer toda la información histórica sobre Jesucristo, tener, por medio del conocimiento, toda la información sobre la salvación, no le hará ningún bien a nuestros hijos si es que no creen que esos hechos son verdad.
Pablo, en su defensa ante el Rey Agripa, afirmó que este rey conocía y que incluso creía los hechos sobre Jesucristo. «Rey Agripa», preguntó Pablo, «¿cree usted en los profetas? ¡A mí me consta que sí!» (Hch 26:27).
Sin embargo, el mero conocimiento e incluso el asentimiento de la verdad, aunque son esenciales, no son suficientes para que nuestros hijos tengan una fe salvadora. El conocimiento capacita a nuestros hijos para decir, «Cristo murió y se levantó de la tumba». El asentimiento los lleva a dar el siguiente paso: «estoy convencido de que Cristo murió y se levantó de la tumba». De acuerdo con los reformadores, estos dos pasos no son suficientes. Alguien dijo que ambos califican para describir a un demonio, pues los demonios tienen el correcto conocimiento e incluso creen en su verdad. Se necesita algo más para tener una fe salvadora.
Fiducia. El mejor equivalente en español para fiducia es la palabra confianza. Nuestros hijos deben tener el conocimiento, deben creer que es verdad y deben confiar en él. Una cosa es saber que Cristo murió por nuestros pecados; otra, es creer en que ese conocimiento sobre Cristo es verdad. Es esencial dar el próximo paso, para así poner mi confianza en Cristo con el fin de salvarme de mis pecados.
Charles Wesley captura esta diferencia de manera brillante en su himno, «¡Oh, que tuviera lenguas mil»:
Quebranta el poder del mal,
al preso libra hoy;
Su sangre limpia al ser más vil,
¡Su sangre me limpió!
La frase final capta la idea de confianza. Nuestros hijos pueden conocer e incluso creer que la salvación se encuentra en Jesucristo, pero la frase «¡su sangre me limpió!» expresa confianza; la confianza esencial para la fe salvadora. Esta fe involucra un cambio interno (la gracia regeneradora) que capacita nuestros hijos a confiar en Cristo para nuestra salvación.
Existe un elemento en la fe salvadora que no es una simple aceptación objetiva de verdades sobre Dios. No es suficiente decir que Jesús es el Salvador de los pecadores. Nuestros hijos deben ser capaces de decir, «él es mi Salvador». Ellos deben creer en él para tener salvación. Deben aceptarlo y descansar en él puesto que ha dado gracia gratuitamente por medio de su vida santa y su muerte sacrificial.
La confianza puesta sólo en Cristo se describe en muchísimos pasajes en la Biblia. Los profetas a menudo la describen como «volver a» Dios (Ez 33). En Juan 1 se explica cómo «recibirlo». En el discurso del Pan de Vida, Jesús la describe como la acción de «comerlo» (Jn 6). El escritor de los Hebreos dice en el capítulo 6 que tenemos que «aferrarnos» a la esperanza. Aunque pueden expresarlo, nuestros hijos deben confiar en Jesucristo para ser salvos.
¿Cómo esto impacta el pastoreo de nuestros hijos? Siempre debemos poner frente a ellos la verdad del Evangelio. Cada familia debe tener tiempos estructurados e intencionales en los que se les enseñe a los hijos el contenido de la Escritura. Tenemos que alentarlos fielmente a creer en las cosas que les hemos enseñado. Un poco de apologética básica será inevitablemente esencial mientras los persuadimos a creer en la verdad.
Nada de esto será suficiente a menos que ellos mismos confíen en Jesucristo. Si van a ser participantes de la vida eterna, deben confiar en este Jesucristo que salva. Nuestros hijos deben recibirlo, volverse a él, aferrarse a él y descansar sólo en él para la salvación. Finalmente, la obra del Espíritu Santo debe transformar a nuestros hijos en personas que descansan sólo en Cristo para salvación. Nuestro rol es llevarles el Evangelio y alentarlos a aceptar a Cristo el Salvador.
Solía contarles a mis hijos sobre un hombre que miraba a un equilibrista cruzar las Cataratas del Niágara empujando una carretilla. Después de observar tal hazaña una y otra vez, el artista le preguntó al hombre, «¿puedo cruzar las cataratas empujando una carretilla?». La respuesta fue «sí» (notitia). Luego el artista hizo otra pregunta, «¿crees que puedo hacerlo nuevamente?». «Sí» (assensus). Por último, pregunta, «¿te subirías a la carretilla y me permitirías empujarte a través de la cuerda floja?» (fiducia). Ésta es la pregunta de confianza.
Nuestros hijos tienen que conocer que Jesús es el Salvador que murió por los pecadores. Deben creer que él salvará a los pecadores que se vuelven a él. Sin embargo, para cruzar de muerte a vida deben creer que Jesús es su Salvador. Tienen que subirse a la carretilla. Lo que encontrarán es que él está dispuesto y es capaz de llevarlos al otro lado a salvo.