¿Alguna vez te has detenido a pensar en lo que debería componer la vida de una iglesia? Hay elementos que no son negociables, elementos que forman parte del ADN mismo del pueblo de Dios. Otros son simplemente preferencias o tradiciones. Pero entre los no negociables, ¿qué es lo que nunca debería faltar? Estoy convencido de que un elemento esencial es este: una cultura de entrenamiento. Una cultura de discípulos que, a su vez, hacen discípulos.
Lamentablemente, esto no es común en muchas iglesias. Y quizás esa sea una de las razones por las que es tan difícil encontrar líderes para dirigir grupos pequeños, grupos de consejería o ministerios infantiles. Tal vez incluso ayude a explicar por qué muchas iglesias no tienen pastores y por qué los seminarios teológicos suelen tener tan pocos estudiantes.
Creo que la respuesta es sí: la falta de una cultura de entrenamiento es un factor decisivo.
Una prioridad bíblica
¿Esto es sólo mi opinión o es algo bíblico? Es absolutamente bíblico.
Jesús nos manda en Mateo 28 a «hacer discípulos de todas las naciones». Pablo, en 2 Timoteo 2, le dice a Timoteo que confíe el Evangelio a personas «idóneas para enseñar también a otros». Y a lo largo de toda la Biblia vemos este mismo patrón repitiéndose una y otra vez.
En Marcos 3:13-19, vemos que Jesús llama a sus discípulos, en primer lugar, para estar con Él y, luego, para enviarlos. En los evangelios, vemos a Jesús enseñándoles, compartiendo su vida con ellos y enviándoles a servir, sin dejar de tener «reuniones de retroalimentación», como en Marcos 6.
El patrón es sencillo, pero poderoso:
- Estar con
- Enviar
- Repetir
Pablo sigue el mismo modelo con Timoteo. De hecho, podríamos rastrear este principio hasta Adán en el Edén, quien primero disfrutó de comunión con Dios antes de ser enviado al mundo para llevar su imagen.
¿Por qué no sucede?
Se me ocurren dos grandes razones:
- Aunque es obvio, no es algo que se enseñe intencionalmente. En mi tiempo en el seminario, nunca se habló de la cultura de discipulado. Sospecho que esto es mucho más común de lo que pensamos.
- Los pastores están ocupados. Lo urgente muchas veces desplaza lo importante, y el ministerio semanal puede absorber el tiempo necesario para entrenar a otros.
No obstante, si vieras el discipulado como algo esencial para la vida de la iglesia, ¿apartarías el espacio necesario para llevarlo a cabo?
¿Por dónde empezar?
Si el pastor principal no lo ve como una prioridad, probablemente no sucederá. Pero si lo ve así, te propongo el siguiente camino:
Paso 1: orar
Empieza con Mateo 9:38: «Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies».
Paso 2: comenzar pequeño
No te asustes por la magnitud de la tarea. No digas: «no hay nadie para enviar al seminario» o «no hay nadie listo para ser aprendiz». En cambio, comienza con una sola persona.
Busca a alguien con potencial, que camine fielmente con Cristo, sin crisis personales graves y que algún día pueda liderar a otros.
Paso 3: estar con y enviar
Este es el modelo que usó Jesús. Pasen tiempo juntos en la vida diaria: comidas, compras, conversaciones, y también con la Biblia abierta. Muéstrale quién es Dios y lo que está haciendo en el mundo. Apliquen la Palabra a la vida, y luego haz una pregunta clave: «¿cómo explicarías lo que vimos a otra persona?». Varía la pregunta: «¿cómo se lo explicarías a tu cónyuge? ¿A un amigo no cristiano? ¿A un niño de cinco años?».
¿Por qué es tan importante? Porque desde el principio siembras la idea de que el objetivo es la multiplicación. Y, además, porque da confianza. He visto a personas, que pensaban que nunca podrían enseñar, darse cuenta de que ya lo estaban haciendo semana tras semana, al responder estas preguntas.
Paso 4: enviar y revisar
Cuando comiencen a discipular a otra persona (quizás después de 6 a 12 meses) tengan una conversación de seguimiento, así como Jesús lo hizo con sus discípulos. Vean cómo les fue. Anímalos. Corrige lo necesario. Ora con ellos.
Cuando veas que lo han entendido y que están entrenando a otros para que entrenen a otros, empieza de nuevo con una nueva persona. Con la ayuda de Dios, este patrón sencillo puede crecer hasta convertirse en una cultura vibrante y multiplicadora de discípulos para el bien de tu iglesia.