Dios debe tener un plan especial para mí con los estacionamientos.
Hace poco escribí sobre dos cosas que Dios me enseñó en el estacionamiento de una tienda de comestibles. Hoy les escribiré una historia diferente sobre lo que sucedió en el estacionamiento de un parque de entretenciones.
Luella y yo habíamos planeado un día especial para nuestra familia. Amamos a nuestros hijos y queríamos darles una experiencia tan entretenida que no olvidarían. En ese tiempo era un padre inocente y asumí que mis hijos reconocerían nuestra generosidad y nos devolverían el favor con buen comportamiento.
Mirando hacia atrás, esto parece tonto, pero realmente esperaba que mis hijos se comportaran debidamente esa tarde. No tenía intenciones de hacer cumplir una orden amorosamente, ni intervenir gentilmente en una discusión de hermanos, tampoco confrontar amablemente una decisión egoísta o explicar pacientemente un principio bíblico por milésima vez.
Sin darme cuenta, de alguna forma, había hecho que el paseo al parque de entretenciones se tratara de mí. En mi mente, vi que mis pequeños hijos me abrazaban, diciéndome cuánto me apreciaban, para luego correr a disfrutar del sol de verano por horas siendo una familia feliz libre de preocupaciones en ese momento. Además, si Dios me hubiese dado una esposa con deseos de sólo servirme esa tarde, ¡lo hubiese hecho todo aun más agradable!
EL ÚLTIMO REFRESCO
No pasó mucho tiempo para que el engaño en el que me encontraba fuese descubierto. Llegamos al estacionamiento y antes de que mis hijos se bajaran de la camioneta, uno de ellos me preguntó, “papá, ¿puedo tomar algo antes de entrar al parque?” No parecía ser una petición peligrosa, pero la situación estaba a punto de ponerse fea.
Abrí la hielera, llena de refrescos, sándwiches y colaciones, pero simultáneamente, todos mis hijos se fijaron en el único refresco de chocolate que empaqué. Lo que pasó después sólo puede compararse con una guerra nuclear mundial.
Mis hijos comenzaron a abrirse paso a empujones, agarrándose el pelo, dando manotazos y haciendo muchos comentarios desagradables. No podía creerlo, ¡ni siquiera habíamos pasado el torniquete de la entrada del parque de entretenciones y mi día ya estaba arruinado!
Ya había decidido que este día no tendría complicaciones, por lo que comencé a gritar: “¿quieren pelear? ¡Pues bien, para eso no tenemos que gastar todo este dinero! Los llevaré a casa, pondré una hielera en el patio con un solo refresco dentro y podrán pelear por siempre!”.
Mi táctica funcionó, o al menos eso creí. Nuestros hijos pararon de pelear rápidamente por el último refresco, pero no porque sintieron la convicción del Espíritu Santo después de mi amoroso regaño. De hecho, sucedió completamente lo opuesto: ¡mis hijos estaban avergonzados por la multitud de personas que se detuvieron a ver cómo yo perdía el control en el estacionamiento del parque de entretenciones!
¿DIFICULTAD U OPORTUNIDAD?
Analicemos lo que sucedió en el estacionamiento esa tarde y lo que pasó dentro de mi corazón. Primero, veamos lo que ocurrió en el estacionamiento.
Dios había tomado un momento rutinario de mi vida familiar para usarlo como algo maravilloso para mis hijos y para mí. ¿Qué bueno puede haber en las discusiones entre hermanos? Dios muestra la condición de los corazones de los niños a sus padres con el objetivo de crear conciencia, preocupación y un deseo de ver un cambio permanente.
Todos los niños son pecadores, pero luchan con el pecado de diferentes formas. Estos momentos son oportunidades para tomar conciencia: ¿en qué áreas mi hijo necesita ayuda específicamente? Así que si amas a tu hijos y quieres lo mejor para ellos, estas tendencias pecaminosas que ellos han mostrado deben preocuparte, porque sabes el daño que el pecado puede hacerles. Por último, porque has visto su pecado y te preocupa, comenzarás a desear que Dios te use como instrumento para cambiar sus vidas.
Al menos eso es lo que debiese suceder, sin embargo, no siempre es así. ¿Por qué? Por lo que sucede en mi corazón.
Verán, nuestros niños no son los únicos que lidian con el pecado que mora en ellos. Los padres también lo hacemos, tanto como nuestros hijos. Vemos estos momentos de oportunidad como de dificultad porque nuestra tendencia al pecado desea comodidad, control y predictibilidad. Estas discusiones no son agradables para nosotros; son un problema y haremos lo que sea para que se acaben rápidamente.
CUATRO RESPUESTAS
¿Ya te diste cuenta por qué respondí como lo hice? Quería estar cómodo, tener el control y predecir lo que sucedería; esa discusión en el estacionamiento amenazó a mis ídolos. En respuesta, tomé el camino más rápido que se me ocurrió para terminar la discusión: gritar.
Permíteme desglosar esto con una explicación detallada de lo que creo que hacemos como padres:
1. Nos enojamos
Lo primero que hacemos es tomar los momentos dados por Dios para ministrar a nuestros hijos y convertirlos en momentos de enojo. La discusión en el estacionamiento fue una oportunidad, no un problema, pero yo respondí enojado para defender a mis ídolos.
2. Lo tomamos como algo personal
Otra razón por la que respondemos con enojo es porque tomamos personal lo que no es. Mis hijos no trasnocharon la noche anterior y montaron esta discusión en un intento de desalentarme a mí especialmente. Ellos simplemente estaban actuando como lo hacen los niños pecadores y egoístas. Sin embargo, yo lo tomé como un ataque personal a mi carácter: “hago todo esto por ustedes y, ¡¿así es como me responden?!”.
3. Respondemos confrontacionalmente
Debido a que tomamos como algo personal lo que no es, nuestra respuesta es confrontacional. Cuando me siento atacado personalmente, lo mínimo que hago es defenderme y es mucho más probable que me desquite con ataques individualizados. La situación completa ahora se ha intensificado y con seguridad alguien saldrá lastimado con un comentario hiriente.
4. Encontramos una solución temporal
Finalmente, ahora que la situación completa se ha intensificado, haré lo que sea para que desaparezca rápidamente. En el caso de la crianza, debido a que los adultos son más grandes, más fuertes y pueden hablar más alto, usualmente podemos hacer que la situación desaparezca con un grito o una amenaza. No obstante, nada ha cambiado; la solución es temporal y probablemente ha hecho más daño de lo que podemos ver.
UNA FORMA MEJOR
Esta es la realidad bíblica de la crianza: si tus ojos alguna vez ven o tus oídos alguna vez escuchan el pecado, la debilidad, la rebelión o el fracaso de tus hijos, nunca es una molestia; nunca es una interrupción; nunca es un problema. Siempre es gracia.
Dios ama a tus hijos. En su soberanía, él los ha puesto en una familia de fe y en su gracia incesante él te irá revelando una y otra vez las necesidades que ellos tienen para que seas su instrumento para crear consciencia, convicción, arrepentimiento, fe y cambio.
Esta oportunidad de gracia no es sólo para nuestros hijos; también es para nosotros, porque Dios usa esos momentos en que te pide que renuncies a tu pequeño reino para que le sirvas a él en su gran reino.
No tengas miedo. Las Escrituras te dan la sabiduría que necesitas, y tu Mesías, que está siempre presente contigo, te da la gracia que necesitas para estar listo cuando tengas que responder debidamente en los 10.000 pequeños momentos de oportunidades que Dios envía a tu camino para criar bien a tus hijos.
Este recurso proviene de Paul Tripp Ministries. Si deseas recursos adicionales, visita www.paultripp.com. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda

