Siempre fui malísimo para pintar. En las clases de arte en la secundaria, la profesora nos daba la tarea de estudiar un automóvil o una forma humana o una fuente de fruta. Nuestro deber era observar y luego pintar. Yo hacía lo que ella decía: miraba el objeto; lo estudiaba; observaba su forma, sus curvas, sus ángulos, sus colores, sus sombras. Sin embargo, cuando ponía el pincel en el papel nunca se veía como se suponía que debía verse. No se veía real, no se veía impresionista o abstracto, solo se veía como un desastre. Tuve una buena razón para saltarme las clases de arte en la universidad y así dedicarme a las humanidades (lenguaje, historia, humanidades). Ahí era donde debía estar.
Sin embargo, hay un área en la cual sé que tengo el llamado del artista. Puede ser que no tenga el ojo, la mano ni la habilidad para pintar, pero creo que Dios me ha dado todo lo que necesito para tener éxito en este otro tipo de arte. Francis Schaeffer lo describe de la siguiente manera: «Ninguna obra de arte es tan importante como la propia vida de un creyente. En este sentido, cada cristiano está llamado a ser un artista. […] La vida cristiana tiene que ser algo verdadero —debe haber verdad en ella— y algo hermoso —debe encontrarse belleza en la misma—, en medio de un mundo perdido sumido en la desesperación». Esa es la obra de arte que quiero crear. Dios nos llama y equipa para crear esa obra de arte. Incluso a ti.
Hoy quisiera comenzar una pequeña serie que estoy escribiendo teniendo en mente a cristianos más jóvenes. Si tienes dieciséis o dieciocho o estás en tus veinte, si estás en la secundaria o en la universidad o te acabas de casar o comenzar una carrera, quiero hablarte. Quiero hablar contigo. Quizás llegaste a este artículo solo o tal vez te lo envió uno de tus padres o abuelos, una tía o un tío. De cualquier manera, espero que lo leas y leas los que siguen. Espero que me escuches bien. Lo mejor de todo es que espero que leas los pasajes de la Escritura y ores lo que leíste en ella, pidiéndole a Dios que te ayude a ponerla en práctica en tu vida.
En estos artículos quiero enfocarme en un versículo clave: «no permitas que nadie menosprecie tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, fe y pureza» (1Ti 4:12). En estas palabras nos encontramos con arte; nos encontramos con las ideas de modelar e imitar, de estudiar una forma e intentar recrearla. No obstante, este arte no existe en un papel ni en un lienzo. Este arte existe en una vida. Tu vida es el lienzo.
Antes de concluir esta introducción, quisiera respaldar un par de versos. En el versículo 7 del mismo capítulo, Pablo usa una metáfora diferente, nos lleva por el pasillo del salón de arte hacia el salón de pesas. «…Más bien disciplínate a ti mismo para la piedad. Porque el ejercicio físico aprovecha poco, pero la piedad es provechosa para todo, pues tiene promesa para la vida presente y también para la futura» (1Ti 4:7b-8). El ejercicio físico es bueno, ya sea que entrenes para ser más fuerte, para mejorar tu velocidad, tu agilidad o tu capacidad de recorrer más distancias. Apenas esta mañana, mucho antes de que el sol saliera, estaba entrenando, estaba intentando romper mi record personal de correr 5K. Sin embargo, este tipo de entrenamiento físico necesita pasar a segundo plano para dar énfasis al entrenamiento espiritual: el entrenamiento en la piedad. Moldear tu carácter es mucho más importante que moldear tu cuerpo. El tipo de formación que le preocupa más a Dios no es el físico, sino el espiritual.
Existen muchas formas en la que puedes invertir tu tiempo en esta etapa de tu vida, pero ninguna es mejor que buscar la piedad. La Biblia te llama a ser un ejemplo con tus palabras, con tu conducta, con tu amor, con tu fe y con tu pureza. Veremos que estos cinco términos hablan a tu yo interior y exterior, a lo que piensas y a lo que dices, a lo que está oculto en tu corazón y a lo que se transmite en tu vida. Veremos que Dios quiere que tu vida sea un lienzo, el marco para una hermosa obra de arte. Y Él también espera que esta obra de arte sea vista, admirada e imitada.
Espero que te unas a mí por el resto de esta serie a medida que aprendemos cómo puedes entrenarte para ser un ejemplo para otros, incluso para personas que son mucho más mayores que tú. Volveremos a verlo la próxima semana.