¿Dónde está Jesús? Se había marchado y Pedro parecía estar al borde del pánico.
El día anterior había sido demasiado bueno para ser verdad. Jesús había revolucionado Capernaúm, la ciudad natal de Pedro. Era el día de reposo (Mr 1:21). Jesús enseñó en la sinagoga, y aquellos con quienes Pedro había crecido —sus amigos, familia y todos los nombres y rostros conocidos— estaban asombrados y maravillados. Primero, por la enseñanza de Jesús. Y, más tarde, cuando un hombre con un espíritu inmundo gritó, Jesús sencillamente contestó: «¡Cállate, y sal de él!». El demonio obedeció.
Capernaúm había quedado atónito. Inmediatamente la fama de Jesús se extendió. Acto seguido, Jesús fue a la casa de Pedro y sanó a su suegra de una fiebre.
Para el fin del día, esa misma tarde y noche, la casa de Pedro se había convertido en el centro de atención del pueblo (Mr 1:32-33). Jesús sanó a más enfermos y expulsó a más demonios. Había sido el día más grandioso de la vida de Pedro, el día más grandioso de la historia de Capernaúm. ¿Qué traería el día de mañana?
La mañana siguiente trajo otra sorpresa: Jesús se había marchado.
Cuando todavía estaba oscuro
Cuando Pedro se levantó al día siguiente, Jesús no estaba por ningún lado. Pedro reunió a su gente e inició una búsqueda. No tomó mucho tiempo recorrer Capernaúm y concluir que no estaba en la ciudad, así que extendieron la búsqueda hacia las áreas desérticas, a los lugares desolados fuera de la ciudad. Fue allí donde lo encontraron: solo, sereno, tranquilo.
Jesús, ¿qué haces aquí?, «Todos te buscan» (Mr 1:37). Por más que desearan más milagros, no habría repeticiones en Capernaúm. Jesús ya había hecho su trabajo, al menos por ahora. Era hora de ir «a los pueblos vecinos», les dijo, para que pudiera predicar allí también, «porque para eso he venido» (Mr 1:38). Había salido de Capernaúm para escapar de la fama de hacer milagros con el fin de predicar su mensaje en otro sitio.
También se había apartado, como nos dice el versículo 35, a orar y a tener un tiempo a solas con su Padre:
Levantándose muy de mañana, cuando todavía estaba oscuro, Jesús salió y fue a un lugar solitario, y allí oraba (Marcos 1:35).
Algo que hacer
Aquí tenemos algo más que Jesús modelando un «tiempo de devocional» moderno. No obstante, durante siglos, los cristianos han encontrado el anillo de la sabiduría aquí (aunque resulta difícil de articular exactamente cuáles son las lecciones precisas). Jesús escogió resucitar cuando todavía estaba oscuro. Favoreció la madrugada en lugar de escoger maximizar el sueño, incluso después de un día largo y cansador. ¿Tendremos nosotros algo que aprender de Él sobre la oportunidad que nos brindan las madrugadas?
Jesús no es el primer madrugador registrado en la Escritura. Cuando comenzamos a buscar, encontramos un legado sorprendentemente largo. Después de todo, los días de levantarse de madrugada a menudo han sido los que han hecho historia, el tipo de días que merece ser registrado. Los grandes hombres de antaño, al igual que hoy, madrugaban cuando tenían algo que hacer. ¿Por qué no maximizar tu sueño si no hay nada urgente o importante para lo cual levantarse? Sin embargo, cuando tenemos una gran necesidad, una gran oportunidad o un gran llamado, algo imperioso que atender, madrugamos para ocuparnos de ello.
Un legado de madrugadores
En los días más importantes, Abraham se levantó muy de mañana para comprobar la destrucción de Sodoma (Gn 19:27), para despedir a Agar (Gn 21:14) y para responder al llamado de Dios de ir a Moriah con su único hijo (Gn 22:2-3). Dios le dijo a Moisés que se levantara temprano para presentarse delante de Faraón y pedirle que dejara salir a su pueblo (Ex 8:20; 9:13). Posteriormente, se levantaría temprano para inaugurar el pacto entre Dios y su pueblo en el Sinaí (Ex 24:4; 34:4). El sucesor de Moisés, Josué, continuó con el legado de madrugar para atravesar el Jordán (Jos 3:1), para tomar Jericó (Jos 6:12, 15), para desenmascarar al traidor (Jos 7:16) y para clamar victoria después de una derrota (Jos 8:10).
Gedeón se levantó de mañana para perseguir al ejército de Madián en el célebre día que finalizaría con un ejército de trescientos hombres (Jue 7:1). El profeta Samuel, después de escuchar que Dios había rechazado al primer rey de Israel, se levantó muy temprano para confrontar a Saúl (1S 15:12). El joven David, el ungido siguiente, también madrugó para visitar a sus hermanos en el campo de batalla donde eventualmente enfrentó a Goliat (1S 17:20).
¿Qué nos hace madrugar?
Cuando el Espíritu de Dios nos habla por medio de sus instrumentos escogidos y nos promete la derrota de un ejército inminente, no nos levantamos tarde al día siguiente. Madrugamos tal como lo hizo Josafat y salimos al encuentro del enemigo con un coro en vestiduras santas guiándonos (2Cr 20:20-21). Cuando comienza un avivamiento nacional y movilizamos a los líderes para restablecer la adoración sagrada, no permanecemos en la cama. Nos levantamos temprano, como lo hizo Ezequías, para reunir a todos nuestros rostros y manos en la tarea (2Cr 29:20).
Después del exilio, cuando el pueblo se reúne para escuchar la lectura y la explicación de la Palabra de Dios, no esperamos hasta que sea más tarde en el día ni permitimos que otros asuntos los entorpezcan. Comenzamos el día de amanecida, como lo hizo Esdras, y continuamos hasta que hace demasiado calor al mediodía (Neh 8:3).
Cuando algo realmente importa, madrugamos para hacerlo. Cuando la mañana trae una promesa o alguna gran ansiedad (2R 19:35; Is 37:36), nos levantamos temprano para atenderla. Nos levantamos «muy de mañana» (1S 29:10-11) para iniciar un largo viaje (Gn 31:55; Jue 19:5, 8-9; 1S 1:19). Los reyes y los buenos ejércitos madrugan para la batalla (2R 19:35; Is 37:36). Los hombres se levantan de mañana para atender problemas urgentes (Gn 20:8) y para hacer pactos importantes (Gn 26:31). Nuestros antepasados espirituales se levantaron temprano para tomar la tierra (Nm 14:40), para revisar el vellón (Jue 6:38) y para espigar el campo (Rut 2:7).
Y se levantaron de mañana para orar. «Me anticipo al alba y clamo», dice el Salmo 119:147, «en tus palabras espero». David escribe en el Salmo 5: «Oh Señor, de mañana oirás mi voz; de mañana presentaré mi oración a ti, y con ansias esperaré» (Sal 5:3). Aun en el dolor (¿y la depresión?) del Salmo 88, Hemán el ezraíta no estaba tan desanimado como para no levantarse: «Pero yo, a ti pido auxilio, Señor, y mi oración llega ante ti por la mañana» (Sal 88:13).
¿Alguna vez has considerado cuáles son las cosas por las que estás dispuesto a levantarte temprano?
Pláticas matutinas
Lo que hacemos a primera hora de la mañana, con el tiempo, dice mucho sobre nuestras verdaderas prioridades. En general, estamos llenos de energía en la mañana, justo después de haber dormido y una vez que estamos totalmente despiertos. ¿A qué o a quién le daremos los primeros frutos de nuestro tiempo y atención cada día? Con el paso del tiempo, aprendemos a dar nuestras mejores energías a lo más importante, a lo que no podemos realizar sin habernos comprometido con atención y energía, lo que no podemos permitirnos que quede de lado por la invasión de las distracciones de cada día.
Es una tragedia levantarse e ir en pos del pecado y la idolatría (Is 5:11; Ex 32:6). Es inapropiado (y molesto para los vecinos) ser ruidosos temprano por la mañana (Pr 27:14). Lo que, para propósitos cristianos, puede hacer que las primeras horas de la mañana sean tan valiosas. La quietud. El silencio. Es la hora del día cuando menos nos distraemos.
Qué momento, cuando el mundo aún descansa, para escuchar y dar prioridad a la voz de Dios, y para responderle como lo hizo Jesús en la oración matutina. Qué momento tan precioso, antes de que el mundo se despierte y comience su alboroto, para recoger una porción diaria de la Palabra de Dios, al igual que el maná esperaba a los israelitas cuando despertaban cada mañana en el desierto. Que su voz sea lo primero que escuchemos cada día y sepamos que, sin importar lo temprano que nos levantemos, Él nos escuchará en oración.
Él resucitó de madrugada
El capítulo final del evangelio de Marcos comienza con otro madrugador, uno aún más sorprendente:
Muy de mañana, el primer día de la semana, llegaron al sepulcro cuando el sol ya había salido. Y se decían unas a otras: «¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro?». Cuando levantaron los ojos, vieron que la piedra, aunque era sumamente grande, había sido removida (Marcos 16:2-4).
Juan también mencionó la hora del mismo modo: «El primer día de la semana María Magdalena fue temprano al sepulcro, cuando todavía estaba oscuro, y vio que la piedra ya había sido quitada del sepulcro» (Jn 20:1 [énfasis del autor]). Lucas también añade su voz: «[Algunas mujeres] fueron de madrugada al sepulcro» (Lc 24:22).
Fue apropiado que, cuando Jesús resucitó de entre los muertos, lo hiciera temprano. Tenía mucho que hacer. Cuando la nueva era estaba amaneciendo, no había lugar para dormir hasta tarde. Él resucitó con un propósito. Él resucitó de madrugada.