Vosotros habéis oído acerca de mi antigua manera de vivir en el judaísmo, de cuán desmedidamente perseguía yo a la iglesia de Dios y trataba de destruirla, y cómo yo aventajaba en el judaísmo a muchos de mis compatriotas contemporáneos… (Gálatas 1:13-14)
Una consecuencia de conocer bien a las personas es que, con el tiempo, no sólo puedes predecirlas sino también descubrir cuándo algo les ha sucedido: un colega puntual que llega tarde, una amiga parlanchina que hoy apenas habla o ese pariente gourmet que dejó un exquisito plato a medio terminar.
Pablo, escribiendo a los gálatas, apela justamente a esta intuición con que analizamos las conductas de quienes conocemos. En su vida había ocurrido un cambio radical, pero en lugar de interpretarlo a la luz de los hechos, ciertas personas estaban atribuyendo su giro a razones que no concordaban con la realidad. «Pablo mismo inventó su nuevo mensaje», parecían decir.
¿Era lógico, no obstante, concluir eso? El apóstol pensaba lo contrario. ¿Cómo podría, con la vida que antes llevaba, haber llegado naturalmente a esto sin un hecho dramático que diera cuenta de su cambio?
¡«Ustedes ya están enterados de mi antigua conducta»! (1:13) ¿Cómo podía atribuírsele esta clase de vuelco? Anteriormente había intentado destruir la iglesia: ¿Era natural que ahora estuviese dispuesto a sufrir por ella? Antes había sido un judío modelo: ¿Era lógico que optase por un estilo de vida que afectaría su reputación? ¿Habría desechado una religiosidad en que sobresalía a menos que algo más grande lo hubiese sacado de ese camino para mostrarle uno superior?
«No me atribuyan esto a mí», parece decir, «porque, si de mí hubiese dependido, aún estaría persiguiendo a los cristianos e intentando ganarme el favor de Dios con mis obras: Eso, según yo, era lo que había que hacer».
Pablo refuerza, con esto, que el evangelio no es invención suya, pero sugiere, de paso, que el mensaje de Cristo es capaz de generar en nosotros impulsos contrarios a nuestro instinto natural. ¿No somos todos, por naturaleza, enemigos de Dios —activa o pasivamente—? (Ver Lucas 11:23) ¿No es verdad que, instintivamente, albergamos la esperanza de que Dios nos apruebe por nuestras «buenas acciones»?
¡El inmenso poder de Dios cambió incluso a un hombre tan difícil como Pablo! ¿No es esa una excelente noticia? Dale gracias si ya está trabajando en tu vida, y si aún dudas de que lo haya hecho, no dejes de pedirle que lo haga: ni el más grande pecador está fuera de su alcance.