…cuando Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar a su Hijo en mí para que yo le anunciara entre los gentiles, no consulté enseguida con carne y sangre… (Gálatas 1:15-16)
«¿Dónde estaba usted la noche en que la víctima fue asesinada?» Así es como retratan, muchas veces, el comienzo de un interrogatorio destinado a chequear la coartada de un presunto implicado en un crimen. La idea es establecer una cronología que permita dilucidar si su participación en los hechos es o no descartable.
Pablo, al llegar a este punto, decide personalmente utilizar el recurso de la cronología como una forma de defender su mensaje ante los ataques de quienes han cuestionado su origen. Han sugerido que sólo se trata de una doctrina humana, y el apóstol, en respuesta, muestra que el desarrollo de los hechos de su vida excluye esta posibilidad.
Anteriormente, ha hecho entender que su vida pasada no habría desembocado naturalmente en esto, y ahora, junto con atribuir esta obra a la acción de Dios, descarta todo contacto con agentes humanos.
«Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar a su Hijo en mí para que yo le anunciara entre los gentiles» (1:15-16). No era Pablo quien había tomado la iniciativa —pues ni siquiera había nacido—, sino que Dios, por su gracia —y no los méritos de Pablo—, había hecho una obra interior en él dándole a conocer a Cristo.
El apóstol ofrece luego un detalle de los eventos que siguieron a su conversión, y no sólo descarta el contacto con personas en general, sino que muestra, asimismo, cuán escaso fue su trato con los demás apóstoles: apenas un encuentro con Pedro, y esto, tres años después y por espacio de tan sólo dos semanas.
Excluye, por tanto, que su mensaje hubiese sido moldeado por otros, o que él, de haberlo recibido, lo hubiese transmitido con alteraciones.
En el relato de su elección y llamado para convertirse en apóstol, Pablo usa términos que lo ponen en una misma línea con profetas como Jeremías (Jer 1:5) o incluso el «siervo» presentado en Isaías (Is 49:1, 5): «Me apartó desde el vientre de mi madre». Esta continuidad nos asegura que la actividad de Dios se extiende a través de las eras, y al mismo tiempo, que nuestra incorporación a ese plan es fruto de una decisión y una intervención completamente suya: Él nos aparta, y Él revela a Cristo en nosotros («tuvo a bien revelar a su Hijo en mí»).
¡Demos gracias a Dios porque su plan continúa en nuestros días, y alegrémonos contemplando una evidencia de su actuar en nuestro propio conocimiento de su Hijo!