Yo tengo confianza . . . de que no optaréis por otro punto de vista; pero el que os perturba llevará su castigo, quienquiera que sea. (Gálatas 5:10)
Cada día, innumerables enfermos deben sentarse en la consulta de un médico sólo para terminar escuchando las palabras: «Esta enfermedad habría sido controlada si usted hubiese venido tras los primeros síntomas». Es importante captar las señales, pero es aun más necesario tomar medidas a tiempo.
Lo mismo sucede con la salud espiritual de la iglesia, y Pablo, escribiendo a los gálatas, está tomando medidas para poner atajo a las infecciosas ideas de quienes estaban corrompiendo la fe. El apóstol analiza las causas: «Vosotros corríais bien, ¿quién os impidió obedecer a la verdad? Esta persuasión no vino de aquel que os llama» (vv. 7-8).
Sólo podía, más exactamente, venir desde afuera. «Falsos hermanos», como había dicho Pablo (2:4), estaban contaminando la verdad introduciendo un error que podía causar grandes estragos. ¿Debía Pablo esperar más tiempo? Su respuesta es no: «Un poco de levadura fermenta toda la masa» (v. 9).
Pablo, en el fondo, no desconfiaba de todos los gálatas. A lo largo de su carta los había sacudido, pero su objetivo no era condenarlos sino librarlos del error: «…tengo confianza respecto a vosotros . . . de que no optaréis por otro punto de vista…» (v. 10). Los falsos maestros se condenarían, pero Pablo quería que sus hermanos fuesen libres de semejante destino («…el que os perturba llevará su castigo, quienquiera que sea»; v. 10).
El peligro, finalmente, acechaba también al propio apóstol, aunque en el caso de él, tomaba más la forma de un ataque: «…si todavía predico la circuncisión, ¿por qué soy perseguido aún?» (v. 11) Es evidente que Pablo no predicaba la circuncisión, pero sus palabras parecen indicar que sus oponentes le acusaban de hacerlo (insinuando, quizás, que finalmente era «uno más de ellos» cuando no había gentiles alrededor). Pablo expone la contradicción, pero al pasar, sugiere que la dificultad de aceptar la cruz radica en su exclusividad: «En tal caso [es decir, si también predico la circuncisión], el escándalo de la cruz [es] abolido» (v. 11).
¡No nos sorprende que Pablo quisiese detener a estos engañadores! El apóstol lo anhela con intensidad, y sus palabras —basadas, quizás, en la insistencia de sus oponentes sobre la circuncisión— expresan gráficamente la solución que tenía en mente: «¡Ojalá que los que os perturban también se mutilaran!» (ya que la circuncisión, en efecto, consiste en desvincular del cuerpo un trozo de piel).
La iglesia, en nuestros días, sigue expuesta a corrientes de enseñanza falsa, y al igual que Pablo, debemos luchar por mantenerla pura. Es cierto que la tolerancia puede ser una virtud, pero cuando se aplica a la difusión del error se convierte más bien en un grave peligro. No esperemos que la mentira se presente siempre como una perversión total de la verdad. Generalmente se introducirá de a poco, y será entonces cuando necesitaremos combatirla.