Para libertad fue que Cristo nos hizo libres; por tanto, permaneced firmes, y no os sometáis otra vez al yugo de esclavitud. (Gálatas 5:1)
Para quienes están en una guerra contra los kilos, llevar a cabo una dieta constituye una lucha en dos frentes: la evidente lucha contra el deseo, y una lucha adicional contra el entorno (¡especialmente cuando debes comer en otra casa!).
Lo mismo sucede con otros cambios de conducta, y como era de esperar, también cuando intentamos vivir de acuerdo a la Palabra de Dios.
Pensemos, una vez más, en los gálatas. Lo que los arrastraba hacia la ley era un instinto pecaminoso (el deseo de autojustificarse), pero como si eso no hubiese bastado, también estaban siendo presionados (recordemos a los judaizantes). ¿Qué podía hacer Pablo?
El apóstol hizo lo siguiente: les recordó el evangelio, y a continuación añadió un imperativo (recordemos que los imperativos bíblicos deben entenderse a la luz de lo que Dios ya ha hecho gratuitamente por nosotros).
«Para libertad fue que Cristo nos hizo libres». Esta declaración puede parecer obvia, pero contiene importantes lecciones. En primer lugar, nos recuerda que la libertad no es nuestra condición natural. Podemos observarlo en nuestra conducta, pero también es la razón por la que no fuimos capaces de salvarnos a nosotros mismos. Cristo debió salvarnos, y esta es la segunda lección: que la salvación no está en nuestras manos. La frase, finalmente, añade un tercer punto, y este es que nuestra libertad es una realidad actual (no futura). Ni siquiera es una posibilidad, sino una realidad concreta —objetiva—. Cristo nos hizo libres, y sólo resta que vivamos como tales.
El imperativo, entonces, se deduce naturalmente, y éste es: «Permaneced firmes». Nada menos que eso puede garantizar que vivamos nuestra libertad. Debemos ejercer intencionalmente nuestra condición, y como añade Pablo, «no [someternos] otra vez al yugo de esclavitud».
¿Cómo podemos evitar someternos nuevamente a la esclavitud? En primer lugar, asumiendo que Cristo hizo todo. Su paso por la tierra no dejó las cosas inconclusas, y en consecuencia, debemos rechazar nuestra tendencia a creer que podemos agregar algo. Olvidémoslo: es imposible. Habrá muchos que se jactarán de lo que ellos hacen por Dios (y de cómo eso, según ellos, les hace dignos de Él), pero no te unas a ellos —aunque parezcan gente piadosa—. No son un modelo a seguir sino enemigos encubiertos de la cruz.
Finalmente, recuerda que nuestra obediencia a Dios no lo deja a Él en deuda con nosotros: es la obediencia que nosotros le debemos a Él, y además, una respuesta de sincera gratitud por todo lo que Él ya hizo en nuestro favor. ¿Es eso lo que nos motiva? Revisemos nuestro corazón a diario y pidámosle a Dios que nos lo recuerde.