Pero así como entonces el que nació según la carne persiguió al que nació según el Espíritu, así también sucede ahora. (Gálatas 4:29)
A diferencia de las «sillas musicales», juego en que, por diversión, la gente se disputa un asiento en que sólo cabe uno, la vida puede a veces convertirse en una disputa más seria: dos o más personas, por razones de convivencia, llegan a ser incapaces de compartir un ambiente en que el espacio, irónicamente, sobra.
Nuestro texto de hoy nos aclara que, lamentablemente, esto puede suceder incluso en el seno de la comunidad que profesa el cristianismo. Pablo no está, sin embargo, hablando de nuestros caracteres, sino reconociendo (y dando por hecha) una incompatibilidad espiritual entre dos grupos. ¿En qué consiste?
Consiste en que uno de los grupos —a saber, quienes confían en sus propias obras—es hostil al otro —es decir, a los que verdaderamente se aferran al evangelio—. Pablo dice: «…así como entonces el que nació según la carne persiguió al que nació según el Espíritu, así también sucede ahora»(v. 29). La referencia, desde luego, alude a la familia de Abraham (vv. 21-23), y lo que Pablo hace es extraer de ella una última ilustración: que así como Ismael, el hijo de la esclava, fustigó a Isaac, el hijo de la mujer libre (Gn 21:9), los esclavos de las reglas fustigan hoy a quienes confían en la gracia.
Eso era lo que sucedía en Galacia (aunque no sólo allí): los judaizantes no se conformaban con pensar distinto, sino que perseguían al apóstol dondequiera que fuese (y así, también, a quienes pensaban como él). «Espiaban», como dice Pablo en 2:4, «la libertad que tenemos en Cristo Jesús, a fin de someternos a esclavitud».
Lo mismo sucede hoy, y considerando el texto, no debería sorprendernos: lo que Pablo describe corresponde a un patrón. El legalismo se caracteriza por su activismo, y junto con hacer sus propias obras, presiona a los demás para que también las hagan.
Estamos, entonces, hablando de algo grave: estas personas anulan con sus reglas la mismísima libertad que a Cristo le costó la cruz. ¿Cómo ha de resolverse esto?
Pablo afirma que los dos grupos no están destinados a convivir por siempre. Uno de ellos tendrá que partir, y para tranquilidad de los creyentes, no serán los «hijos de la mujer libre»: «¿qué dice la Escritura? Echa fuera a la sierva y a su hijo, pues el hijo de la sierva no será heredero con el hijo de la libre» (4:30).
El mensaje, por tanto, es claro. Si somos «hijos de la mujer libre» (como Pablo asume), la presencia de estas personas no debería parecernos normal. Debería, más bien, alertarnos, y si escuchamos la voz de Pablo, tenemos que hacer algo al respecto. ¿Qué lugar tienen en la iglesia quienes son enemigos de su libertad? Jamás permitamos que la ahoguen.