Así también nosotros, mientras éramos niños, estábamos sujetos a servidumbre bajo las cosas elementales del mundo. (Gálatas 4:3)
Ser menor de edad tiene sus ventajas (como, por ejemplo, poder gozar de ciertas cosas sin pagarlas), pero, por otro lado, tiene también sus limitaciones (como, por ejemplo, ser excluido de participar en ciertas actividades). A medida que el niño madura, empieza a sentir las limitaciones como un peso, y en consecuencia, lo natural y esperable es que desee ansiosamente crecer.
Pablo, como vemos en este punto de su carta, ha debido hacer alusión a esto, y la razón es que los cristianos de Galacia han tenido problemas para dejar atrás lo que podría considerarse una etapa de inmadurez espiritual.
El apóstol, anteriormente, ha mostrado que la ley nos ha hecho ansiar la libertad por la vía de la opresión, pero ahora, desarrollando el tema de la edad (insinuado antes con la mención del ayo o tutor), nos muestra también que el período bajo la ley correspondía a una niñez destinada a ser superada.
Pablo expresa que Dios nos ha querido tratar como hijos, y por ello, aunque bajo la ley nos sintiésemos como esclavos, nuestro destino jamás fue permanecer en esa condición. La ley, más bien, tenía el fin de prepararnos para recibir una herencia, y por lo tanto, cuando Dios quisiese finalmente poner dicha herencia a nuestro alcance, tendríamos que dejar la ley atrás.
«Dios nos quiere como hijos, pero ustedes están queriendo permanecer como esclavos». Esa viene a ser la advertencia de Pablo. En esencia les está dando una nueva razón para empezar a mirar la ley por el espejo retrovisor, y adicionalmente, les muestra que se han aferrado a cosas más bajas que las reveladas por Dios para la época que estaban viviendo: «Así también nosotros, mientras éramos niños, estábamos sujetos a servidumbre bajo las cosas elementales del mundo» (v. 3). Estas «cosas elementales» son difíciles de definir con precisión (las suposiciones han ido desde principios religiosos rudimentarios hasta poderes demoníacos opresivos), pero cualquiera sea el caso, es clara la intención de llamarnos a la libertad de la madurez.
Los gálatas, por tanto, debían empezar a vivir como hijos, y para ello, necesitaban captar la insuficiencia de la ley como medio de reconciliación con Dios. Él, finalmente, había provisto a Jesucristo, y en consecuencia, gracias a su cruz el hombre podría acercarse definitivamente a Dios sin que el pecado amenazara su compañerismo.
¿Cómo estamos viviendo nosotros hoy? ¿Seguimos esclavizados a reglas? No importando cuáles sean, el mensaje de ellas es que, falibles como somos, jamás seremos aceptados por Dios intentando cumplirlas. Si quieres que tu alma, de una vez por todas, alcance la libertad y un reposo permanente, descansa en que Cristo cumplió por ti. Es a eso que Pablo llama madurez, y sólo entonces disfrutarás los auténticos privilegios de tener a Dios por Padre.