…la ley ha venido a ser nuestro ayo para conducirnos a Cristo, a fin de que seamos justificados por fe. Pero ahora que ha venido la fe, ya no estamos bajo ayo, pues todos sois hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús. (Gálatas 3:24-26)
Sin duda, uno de los logros tecnológicos más apreciados por las parejas que esperan un bebé ha sido el acceso a imágenes cada vez más claras del feto. Comprensiblemente, la imagen captura por completo la mirada de los padres, pero no es menos cierto que, cuando el bebé «llega», es él quien acapara la atención —y no la imagen—. ¿Podría, acaso, ser de otra manera?
La ley, como se deduce de nuestro texto, era tan transitoria como una de estas imágenes. Mientras Cristo no viniera, alimentaría la espera, pero una vez que llegara, debería cederle su lugar. Este es el punto que Pablo está comunicando, pero a diferencia del ejemplo que hemos usado, el apóstol está, además, retratando la ley en términos opresivos: nos tenía «encerrados» y «confinados» (v. 23). Con el mismo efecto, también, la representa como un «ayo», personaje cuya función no era otra que la de asegurar la educación del niño tanto protegiéndolo como disciplinándolo: la ley separaba a Israel de las naciones, pero junto con ello, le reprendía en forma continua.
Cristo, por tanto, dejaría la ley en el pasado, pero más específicamente, nos haría también libres de su severidad. Aferrándonos a Él seríamos recibidos por Dios como hijos, y esto, como explica el apóstol, porque la fe nos une a Cristo. Dice que estamos «revestidos» de Él, y por lo tanto, nuestra identidad ahora es la suya. Su justicia, por ende, nos pertenece (v. 24), y como hemos visto anteriormente, también nos pertenecen las promesas que le estaban destinadas (v. 29).
Esto, finalmente, permite a Pablo explicar por qué, en cuanto a la salvación, ya no hay distinción alguna entre las personas —«todos sois uno en Cristo Jesús»; v. 28—, pero, más específicamente, aclara cómo es posible ser hijo de Abraham no importando si se es judío o gentil (una afirmación clave en el argumento de la carta; 3:7-9).
Hemos dicho, entonces, que la ley era transitoria (y que sólo descansando en Cristo somos aceptados por Dios), pero esta reflexión no implica que debamos ignorarla por completo. La ley, como ya dijimos, daría paso a Cristo en la línea histórica, pero si la usamos como un necesario recordatorio de nuestro pecado, debería dar continuamente paso a Cristo en la búsqueda de descanso para nuestra alma. ¿No es eso, acaso, lo que le da sentido al evangelio —que, parafraseando a John Newton, «Cristo es un gran Salvador» porque «yo soy un gran pecador»?
La ley, por lo demás, sigue condenando a quienes no han acudido a Cristo, y en consecuencia, si no la exponemos como corresponde, dejaremos a muchos sin la guía que Dios estableció para conducirlos a su Hijo. ¿Estamos predicando el evangelio completo? Procuremos que así sea.