¿Te ha pasado alguna vez que has estado en un grupo de amigos y de pronto se encuentran hablando de un tema raro y se preguntan cómo llegaron a hablar de eso? Mi hijo mayor está fascinado con el rumbo que toman las conversaciones. Le encanta desenrollar los hilos enredados y enmarañados para descubrir cómo un tema lleva a otro. Cuando me toca liderar grupos, tengo que estar atenta en las conversaciones dispersas porque es fácil que las personas se salgan del tema y mientras más nos desviamos de él, más difícil es volver.
Propensos a divagar
Esto pasa con nuestros pensamientos también. Seguimos las desviaciones en nuestras mentes, bajando por caminos sinuosos, rutas tortuosas, y yendo a través de pasajes oscuros. Comenzamos con un pensamiento y, como un niño distraído, lo seguimos donde quiera que nos lleve.
Toma en cuenta la última vez que te hicieron daño de alguna forma. Puedes haber pensado lo injusto que fue y cómo no merecías ese trato. Este pensamiento te llevó a pensar en otros momentos en los que te dañaron. Quizás comparaste la forma en que te trataron con la manera en que otros son tratados. Tus pensamientos continúan avanzando y se tuercen hasta que, antes de que te des cuenta, estás ardiendo de rabia.
Lo mismo pasa cuando enfrentamos pruebas o sufrimiento. Comenzamos a pensar sobre cuán difícil es y que no tenemos la fuerza para superarlo. Pensamos en todas las cosas que pueden salir mal. Nos preocupamos e inquietamos por el futuro; seguimos esos pensamientos a lugares oscuros hasta que nos paralizan de miedo y nos sobrepasan con desesperanza.
Nos encontramos de forma natural con esos tipos de pensamientos divagantes. Como hijos de Adán, en nuestra naturaleza pecaminosa, somos llevados por caminos de pensamientos dispersos, pecaminosos, de verdades a medias, de mentiras.
A veces, ni siquiera nos damos cuenta de la influencia que nuestros pensamientos tienen en nosotros, tampoco de cuánto importan. La verdad es que ellos tienen un gran poder sobre nosotros tanto a nivel emocional como espiritual y conductual. Las cosas por las que nos preocupamos y sobre las que reflexionamos son como el timón de un barco: éstas conducen y guían nuestras emociones y afectos. Como una planta invasiva, nuestros pensamientos dispersos pueden crecer y propagarse, envolviendo nuestros corazones hasta sofocar y asfixiar nuestro gozo. A lo largo del tiempo, nuestros pensamientos pueden afectar nuestras acciones. Como Jesús dijo, “… de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12:34).
Alertas y listos
Como creyentes, lo que pensamos importa. Somos nueva creación porque Jesús nos compró y nos redimió del pecado. Hemos muerto a nuestra vieja naturaleza (Ro 6:6), en donde nuestros pensamientos están incluidos. Cuando tenemos pensamientos incorrectos y pecaminosos, no estamos viviendo como la nueva creación que somos. “Así que les digo esto y les insisto en el Señor: no vivan más con pensamientos frívolos como los paganos… no fue ésta la enseñanza que recibieron de Cristo, si de veras se les habló y enseñó de Jesús según la verdad que está en él. Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos pecaminosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad” (Ef 4:17, 20-24).
Debido a que somos nuevas criaturas en Cristo, la Escritura nos pide que estemos alerta respecto a nuestro pensamiento. El apóstol Pablo escribió que tomó cautivo todo pensamiento para someterlo a Cristo (2 Co 10:5). Este es un lenguaje militar fuerte. Necesitamos ser agresivos y fuertes, buscando intencionalmente pensamientos desobedientes para someterlos. Es por esta razón que estamos en medio de una batalla espiritual y de una guerra; por lo tanto, no podemos ser pasivos (ver Efesios 6).
Esto también quiere decir que necesitamos ser intencionales respecto a los tipos de pensamientos que tenemos. Debemos adecuar nuestros pensamientos para que así obedezcan y glorifiquen a Cristo. Como Pablo escribió en Filipenses 4:8, “por último, hermanos, consideren bien todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio”. Pensamientos como estos son los que queremos promover, asentar y desarrollar.
John Piper señala en su libro A Godward Life: Seeing the Supremacy of God in All of Life (Una vida hacia Dios: la supremacía de Dios en toda tu vida) que la Biblia habla de un acercamiento intencional a nuestros pensamientos, que “fije tu mente”:
“Concentren su atención en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col 3:2)”. “Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza…” (Ro 5:8a). “Nuestras emociones son gobernadas en gran medida por las cosas en las cuales ‘fijamos nuestros ojos’ —lo que preocupa nuestras mentes—. Por ejemplo, Jesús nos dijo que superáramos la emoción de ansiedad fijándonos en otras cosas, ‘no se preocupen…fíjense en los cuervos… fíjense cómo crecen los lirios’ (Lc 12:22, 24, 27). La mente es la ventana del corazón. Si permitimos que nuestras mentes habiten constantemente en la oscuridad, nuestro corazón se llenará de oscuridad. Si abrimos la ventana de nuestra mente para que entre la luz, el corazón sentirá la luz… Sobre todo, esa gran capacidad de nuestras mentes para concentrarnos y fijarnos en algo está diseñada para hacerlo en Jesús: ‘Por lo tanto, hermanos, ustedes que han sido santificados… consideren a Jesús… Así, pues, consideren a aquel que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores, para que no se cansen ni pierdan el ánimo’ (Heb 3:1; 12:3)… Es cuando fijamos nuestras mentes en la gloria de Cristo que somos transformados con más y más gloria (2 Co 3:18)”. (p. 229)
Los pensamientos verdaderos y correctos que debemos tener se encuentran en la Palabra de Dios. En ella se nos dice quién es él y lo que ha hecho por nosotros en Cristo. Necesitamos habitar en esas verdades, en el amor de Dios por nosotros en el evangelio y en lo que Cristo logró por nosotros por medio de su vida, muerte y resurrección. Necesitamos meditar en quiénes somos a la luz de Dios gracias a Cristo y lo que significa ser un hijo del Dios viviente. Necesitamos tener esos pensamientos, no como parte de una lista de quehaceres espirituales o como un ejercicio para obtener mayor satisfacción personal, sino que por nuestra identidad en Cristo (Col 3:1-2).
Aunque tendemos a vagar, especialmente con nuestros pensamientos, Jesús no nos ha dejado solos. Nos ha dado su Espíritu que nos convence de pecado y nos recuerda la verdad e incluso ora por nosotros cuando no podemos hacerlo nosotros mismos. Si luchas con pensamientos caprichosos como yo, ora para que el Espíritu te recuerde las verdades cuando tus pensamientos se pierdan. Pide discernimiento para saber lo que es verdadero y lo que es falso. Evalúa tus pensamientos y compáralos con la Palabra de Dios. Está alerta, vigilante y mantén la guardia. Y por sobre todo, fija tu mente en Cristo.