El contentamiento no se trata simplemente de conformarnos con lo que tenemos, sino de confiar en lo que Dios dice. Tanto la ansiedad como la avaricia se levantan en nuestros corazones mientras las palabras de Dios caen.
Cuando el autor de Hebreos quiso enseñarles a sus lectores sobre el contentamiento, él les contó una vieja historia con un refrán conocido. Él calmó sus miedos y enfrió su avaricia al recordarles lo que Dios había dicho: «Sea el carácter de ustedes sin avaricia, contentos con lo que tienen, porque él mismo ha dicho: “Nunca te dejaré ni te desampararé”» (Heb 13:5). Esto empujó a Charles Spurgeon a hacer esta pregunta:
Las penas de la vida y los dolores de la muerte, las corrupciones internas y las trampas externas, las pruebas del cielo y las tentaciones de la tierra, ¿no parecen como ligeras aflicciones cuando nos escondemos bajo el baluarte de lo que «Él ha dicho»?
La semilla del temor innecesario en el corazón de un cristiano es el olvido: la incapacidad de recordar y confiar en lo que el Dios del universo ha dicho y hecho. Nadie ha tenido nunca un motivo para acusar a Dios de no cumplir su Palabra. Ni una sola frase en ninguna oración en ninguna declaración que haya hecho alguna vez ha fallado (Jos 21:45).Solo estaremos verdaderamente contentos con lo que tenemos cuando sepamos lo que tenemos en Él. Recordaremos lo que tenemos cuando escuchemos y creamos en su voz.
Dios había dicho
Cuando Dios dijo: «Nunca te dejaré ni te desampararé», Él estaba hablándole a Josué antes de que el pequeño Israel subiera a tomar posesión de la tierra de Canaán por la fuerza. Una nación nómada estaba a punto de invadir una tierra llena de enemigos más grandes y más fuertes que ellos. No un ejército, sino que muchos (Jos 3:10) —y no nuestro territorio, sino que el de ellos. La única confianza de Israel era que Dios les había dicho que fueran. Él había dicho.
¿Qué dijo? La tierra extranjera en la que estás a punto de entrar ya es tuya (Jos 1:3). Ningún enemigo, no importa cuántos o cuán fuertes sean, podrán vencerte (Jos 1:5). Lo más prometedor de todo: «Nunca te dejaré ni te desampararé».
«Nunca te dejaré»
Esta gran promesa fracasará si es que pensamos principalmente en términos geográficos y no de fidelidad. Por supuesto, Dios nunca nos dejará porque Él está en todos lados todo el tiempo. «Si subo a los cielos, allí estás tú; si en el Seol preparo mi lecho, allí tú estás» (Sal 139:8). No obstante, vemos la fidelidad de Dios en cada uno de los versículos que siguen: «Si tomo las alas del alba, y si habito en lo más remoto del mar, aun allí me guiará tu mano, y me tomará tu diestra» (Sal 139:9-10). Si le perteneces, Él no te dejará; Él te guiará y te protegerá.
Cuando Josué miraba fijamente en las imposibles circunstancias y la enorme oposición, Dios dijo:
No te dejaré ni te abandonaré… «¡Sé fuerte y valiente! No temas ni te acobardes, porque el Señor tu Dios estará contigo dondequiera que vayas» (Jos 1:5, 9).
Cuando el autor de Hebreos vio lo que los seguidores de Jesús enfrentarían y cómo serían tentados a desviarse, él regresó a estas mismas palabras (la única vez que esta promesa es citada en el Nuevo Testamento): «Él mismo ha dicho: “nunca te dejaré ni te desampararé”» (Heb 13:5).
Nunca estarás solo. No importa cuán desesperado y solo te sientas, no importa cuánta oposición enfrentes, no importa cuán precarias lleguen a ser tus circunstancias, Él ha dicho: estaré contigo. Su presencia puede calmar cualquier miedo, si no olvidamos que Él está ahí, que está cerca, que está atento.
Aquello que no tienes
El autor de Hebreos, sin embargo, no estaba haciendo una advertencia sobre los cananeos, los hititas, los heveos, los ferezeos, los gergeseos, los amorreos ni los jebuseos. Sus lectores, que eran judíos convertidos, estaban enfrentando una persecución intensa, pero desde dentro de su propia nación, desde sus propias comunidades, incluso dentro de sus propias familias. Y cuando cayó el fuego abrasador, un enemigo aún más amenazante emergió dentro de sus corazones: sus propios antojos y deseos.
Él dice: «Sea el carácter de ustedes sin avaricia, contentos con lo que tienen, porque él mismo ha dicho: “Nunca te dejaré ni te desampararé”» (Heb 13:5). Cuando los cristianos occidentales leen hoy: «conténtate con lo que tienes», podríamos asumir que el cristiano tiene suficiente. Podríamos escuchar: «no desees más cosas de las que necesitas». Sin embargo, muchos de estos jóvenes convertidos habían sido expulsados de sus familias, excluidos de toda provisión y protección. Seguir a Jesús era aceptar el abandono y la pobreza. Por tanto, muchos de ellos eran llamados a estar contentos con lo que no tenían.
El descontento, de pronto, no parecía tan irrazonable. Algunos de ellos se fueron sin comida, por Cristo; otros, con la única ropa que tenían sobre su espalda, por Cristo; personas perdieron sus hogares, por Cristo; algunos de ellos, «aceptaron con gozo el despojo de sus bienes, sabiendo que tienen para [ellos] mismos una mejor y más duradera posesión» (Heb 10:34).
Si ellos podían estar contentos con lo que tenían y con lo que no tenían, ¿cómo no aprender a estar contentos con lo que tenemos?
Gracia suficiente
Estemos contentos con lo que tenemos. ¿Existen seis palabras más aterradoras en una cultura como la nuestra? Ciertamente, se posan sobre mí como seis bombardeos de fuertes cañones. No dejes que tu corazón suspire una y otra vez por lo que alguna vez podrías tener, sino que cultiva la satisfacción en lo que Dios te ha dado hoy.
La palabra para contentamiento es la misma palabra en 2 Corintios 12:9, cuando Jesús le dice al apóstol Pablo: «Con mi gracia tienes más que suficiente, porque mi poder se perfecciona en la debilidad» (RVC). Pablo responde: «Por tanto, con muchísimo gusto me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí. Por eso me complazco en las debilidades, en insultos, en privaciones, en persecuciones y en angustias por amor a Cristo, porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2Co 12:9-10).
El mensaje de Pablo no es como el de muchos evangelios de contentamiento: si el Señor te da menos, haz limonada. Al contrario, él dice: si Cristo te da menos, gloríate en lo poco, porque puedes ver más de Él en lo poco. Su gracia es suficiente para cubrir cualquier deficiencia en nosotros. Si Dios es así de grande, y la gracia tan dulce, entonces somos capaces de decir lo que la gran mayoría no puede decir: «Si tenemos qué comer y con qué cubrirnos, con eso estaremos contentos» (1Ti 6:8).
No solo seremos simplemente satisfechos, sino que estaremos contentos, porque nuestra alegría más profunda no se levanta ni cae con lo que tenemos (Fil 4:11).
Cómo la plata mata a un hombre
Sin embargo, si queremos estar contentos con lo que tenemos, tenemos que ser libres del amor al dinero. Así nos advierte Pablo: «Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se torturaron con muchos dolores» (1Ti 6:10). A través de este anhelo, muchos han perdido el contentamiento y han olvidado lo que Dios ha dicho. La intimidad con Dios pierde su valor a medida que nos enamoramos más profundamente con nuestro dinero (y todo lo que compra para nosotros).
Si seguimos coqueteando con el dinero, nos transformaremos en hijos de Judas, quien intercambió a Dios mismo por treinta penosas monedas de plata (Mt 26:15). No obstante, incluso antes de que muriera, Judas sabía que había sido engañado (Mt 27:3). Él había sobreestimado sumamente el dinero y había juzgado mal el amor que ninguna cantidad de plata podía comprar: «No te dejaré ni te abandonaré».
¿Acaso no vio cuán terriblemente infelices eran los fariseos (Lc 16:14)? Aun así no pudo debilitar sus anhelos por más, incluso si le costaba todo. Si pudiéramos sentir la horrible comprensión que él sintió después de haber cambiado a Jesús por dinero, ¿no correríamos a toda velocidad para deshacernos de toda posesión necesaria para tener a Dios? ¿No tendríamos poco alegremente en esta vida para ganarlo a Él en la venidera y para siempre?
Contentos y valientes
¿Cómo suena el contentamiento? El verdadero contentamiento no suena barato, tímido ni dócil porque a menudo requiere profunda fuerza e intrépida valentía. Hebreos continúa diciendo: «Él mismo ha dicho: “Nunca te dejaré ni te desampararé”, de manera que decimos confiadamente: “El Señor es el que me ayuda; no temeré. ¿Qué podrá hacerme el hombre?”» (Heb 13:5-6). Mientras mira a este pequeño ejército de seguidores de Jesús, enfrentando la necesidad y los deseos, y que es peor, pasa de Josué 1 al Salmo 118, que continúa diciendo:
Es mejor refugiarse en el Señor
que confiar en el hombre.
Es mejor refugiarse en el Señor
que confiar en príncipes (Sal 118:8–9).
La valentía ata al Salmo 118 a la promesa de Josué 1 porque Dios le dice a Josué tres veces: «sé fuerte y valiente» (Jos 1:6-7, 9). Antes de que Josué escuchara estas cuatro palabras, Moisés le había dicho: «Sean firmes y valientes, no teman ni se aterroricen ante ellos, porque el Señor tu Dios es el que va contigo; no te dejará ni te desamparará» (Dt 31:6).
Cuando eres tentado a preocuparte por cuánto tienes, pon tu mente en lo que Él ha dicho. Si el Dios verdadero es tu Dios, Él va contigo. Él sabe lo que necesitas (Mt 6:32). Al saber todo lo que necesitas, todo lo que enfrentarás, Él nunca te abandonará. Por lo tanto, puedes ser valiente, donde sea que su mano te lleve, puedes huir de las brillantes promesas de la plata y regocijarte en lo que tienes. Por encima de todo, podemos regocijarnos en que lo tenemos a Él.