La facultad a la cual asistí se hallaba en una pequeña ciudad del oeste de Pennsylvania en un área densamente poblada por uno de los grupos más grandes de gente amish de los Estados Unidos. Los amish son un encantador grupo que se ha comprometido totalmente con una vida separada de este mundo. Se desviven por evitar toda mezcla social con los que no son amish; los «gentiles» presentes entre ellos. Son fáciles de identificar porque la vestimenta que usan es un uniforme claramente definido: comúnmente, mezclilla azul. Los hombres usan barba. Nunca adornan sus ropas con botones sino que las cierran con ganchos.
Los amish se trasladan de un lugar a otro en coches tirados por caballos. Evitan deliberadamente el uso de cualquier artefacto o comodidad moderna, como por ejemplo automóviles, tractores, electricidad, o agua de cañería. Una casa amish puede identificarse fácilmente porque las ventanas están cubiertas con sábanas y no las cortinas más decoradas que señalarían el hogar de alguien más mundano.
Como sea, todo el sistema religioso amish está dedicado a un tipo de separatismo que considera que el uso de las comodidades modernas como la electricidad y los motores a gasolina son un descenso a la mundanalidad. El estilo de vida amish es conducido en gran medida por un compromiso ético que considera dicha separación como una necesidad para el desarrollo espiritual.
El resto de la comunidad cristiana considera el uso de botones, electricidad y gasolina como un asunto de indiferencia ética o moral. Es decir, no hay un contenido ético inherente o intrínseco en el uso de motor a gasolina. Sin duda, usar motor a gasolina puede darnos la ocasión de pecar si usamos nuestros automóviles impíamente arriesgando las vidas y la integridad física de la gente al conducir, por ejemplo, a una velocidad imprudente. Sin embargo, la existencia misma de un automóvil y su función en la sociedad no tiene un contenido ético intrínseco. Consideramos los automóviles, la electricidad o los teléfonos como asuntos adiáfora —cosas moral o éticamente indiferentes—.
El concepto de adiáfora se desarrolló en el Nuevo Testamento cuando el apóstol Pablo tuvo que abordar nuevas preocupaciones éticas en la comunidad cristiana naciente. Los cristianos que venían saliendo de un trasfondo idolátrico eran particularmente sensibles a cuestiones tales como si era apropiado comer carne previamente ofrecida a los ídolos. Después de usar dicha carne en sus ceremonias religiosas pecaminosas, los paganos las vendían en el mercado. Algunos de los primeros cristianos estaban convencidos de que dicha carne estaba contaminada por el uso mismo que se le daba en la religión pagana, así que se esforzaban mucho por evitarla, pensando, de acuerdo a los escrúpulos con que entendían la vida piadosa, que era necesario no guardar contacto alguno con semejante carne. Pablo señaló que la carne misma no era inherentemente buena ni mala, así que comer carne ofrecida a los ídolos era un asunto de indiferencia ética. Sin embargo, al mismo tiempo, el apóstol dio importantes instrucciones sobre la manera en que la comunidad cristiana debe relacionarse con aquellas personas que desarrollan escrúpulos sobre ciertas conductas que por naturaleza no tienen una carga ética.
Este problema que se le planteó a la iglesia primitiva persiste en cada generación cristiana. Aunque nosotros, hoy en día, no luchamos con la cuestión de si debemos comer carne ofrecida a los ídolos, tenemos otros asuntos relacionados con el tema de la adiáfora. El fundamentalismo norteamericano, por ejemplo, ha elevado la adiáfora convirtiéndola en un tema de importancia mayor. En algunas áreas de la iglesia y de la comunidad cristiana, la pregunta de si debemos ver televisión, ir al cine, usar maquillaje, bailar o hacer cosas similares es considerada una cuestión de discernimiento espiritual. Es decir, a la gente se la instruye diciendo que la verdadera espiritualidad requiere evitar bailar, ir al cine, y otras cosas semejantes.
El problema de este acercamiento particular a la ética es que estos elementos, sobre los cuales la Biblia guarda silencio, se convierten en asuntos éticos de la más alta consideración para algunos cristianos. En una palabra, la adiáfora es elevada a la categoría de ley y las conciencias son atadas donde Dios las ha dejado libres. Aquí, surge una forma de legalismo destinada a entrar en conflicto con el principio bíblico de la libertad cristiana. Y lo que es más importante, una moral sucedánea reemplaza los verdaderos criterios éticos que la Biblia prescribe para las personas piadosas.
Aunque en la superficie parece rígido y severo definir la espiritualidad señalando que implica evitar bailar, usar maquillaje, o ir al cine, en realidad es una enorme y excesiva simplificación del llamamiento a la piedad que la Biblia dirige a los cristianos. Es mucho más fácil, por ejemplo, evitar ir al cine que manifestar el fruto del Espíritu. La verdadera piedad se relaciona con asuntos de mucho más peso que las formas superficiales de distinguirnos de nuestros vecinos incrédulos.
Al mismo tiempo, cuando estos asuntos adiáforos son elevados a la categoría de ley y las personas se convencen de que Dios les exige seguir un cierto camino, la Biblia da instrucciones sobre cómo debemos ser sensibles a ellas. Atropellar o ridiculizar a quienes tienen estos escrúpulos no es algo que pertenezca a la libertad cristiana. Somos llamados a actuar delante de ellos con sensibilidad. No debemos ofender innecesariamente a quienes la Biblia llama «hermanos más débiles». Por otro lado, la sensibilidad ante el hermano más débil se acaba cuando éste eleva su sensibilidad a la categoría de ley o regla determinante de la conducta cristiana.
En toda época y cultura, discernir la diferencia entre lo que Dios exige/prohíbe a su pueblo y lo que es indiferente, requiere tanto un conocimiento significativo de la Escritura sagrada como un deseo sincero de ser obediente al Señor. En principio, ya tenemos suficiente como para mantenernos afanosamente involucrados en la búsqueda de la piedad y la obediencia sin necesidad de añadir cosas éticamente indiferentes.
No es un asunto menor determinar cómo se aplica este tema a la gran cuestión de la adoración cristiana. Sin embargo, debemos luchar con ello si hemos de permanecer en obediencia al Dios vivo y recibir lo que Él ofrece mientras la iglesia lo adora: una degustación del cielo.