Recuerdo vívidamente la primera vez que vi la pelicula Titanic. El amor apasionado entre Jack y Rose despertó algo intenso en mi pequeño corazón preadolescente. Antes de ver esta película, menospreciaba al matrimonio; ahora, consumía mis pensamientos y sueños.
Para mis amigas y para mí, correr hacia un atardecer junto a nuestro respectivo Jack Dawson se convirtió en el objetivo final en la vida. Rápidamente creímos la mentira de que una relación romántica y de compromiso era todo lo que necesitamos para estar bien. El matrimonio se convirtió en un salvador. Como dijo Rose al final de la película, «…existió un hombre llamado Jack Dawson y él me salvó… en todos los sentidos en que puede salvarse a una persona».
Aunque ya han pasado veinte años desde que se estrenó Titanic, el «romance como un salvador» aún está presente en nuestra cultura. Sin embargo, sorpresivamente, muchas iglesias no rechazan esta mentira; más bien, la cristianizan.
La idolatría al matrimonio
Los líderes de jóvenes, conscientes del deseo por romance y por intimidad sexual de los adolescentes de sus iglesias, están ansiosos por evitar que los estudiantes tomen malas decisiones, y con razón. Sin embargo, en vez de apuntar a un Cristo presente como el premio prometido en la pelea contra la lujuria, muchos de ellos apuntan al futuro cónyuge. Esta estrategia puede tener éxito en la preservación de la virginidad de los adolescentes cristianos, pero enfocarse en «pensar sobre tu futuro cónyuge» pierde el centro del mensaje de la Biblia que dice que solo Jesús puede satisfacernos.
Una manifestación específica de esto es la práctica de escribir cartas para un futuro cónyuge. Existen docenas de artículos cristianos sobre cómo y por qué escribirle a un futuro esposo o esposa. Aunque muchas personas creen en esta práctica y animan a otros a hacerlo, pone nuestro enfoque en el lugar incorrecto. Pone sutilmente (o abiertamente) nuestra esperanza en alguien más que no es Cristo.
Sin duda, el matrimonio es un regalo preciado que muchos cristianos van a recibir. Instituido por Dios antes de la caída y con el propósito de exhibir la belleza del Evangelio, el pueblo de Dios debe tener al matrimonio en alta estima. Sin embargo, el matrimonio no es un salvador. En última instancia, no puede rescatarnos, redimirnos ni satisfacernos. No tiene el poder final para salvarnos de nuestra soledad, vacío o sin sentido. Creer que el matrimonio puede hacer la obra de Dios mismo es servir a un ídolo.
Por lo tanto, con el interés de poner al matrimonio en el lugar que le corresponde, a continuación doy cuatro razones para poner tu esperanza en un Cristo presente en vez de en un futuro marido o esposa.
1. Dios no promete el matrimonio
Dios entrega muchas promesas para los que están en Cristo, pero ninguna de ellas incluye un cónyuge. Sí, el matrimonio es un maravilloso regalo y uno por el que vale la pena orar, pero Dios no nos garantiza que nos vayamos a casar. Incluso para aquellos que sí se les da este regalo, no se les promete de por vida, como pueden dar fe muchos viudos jóvenes.
Esta es una realidad escandalosa para muchos, probablemente debido a la mala interpretación del Salmo 37:4, «pon tu delicia en el Señor, y él te dará las peticiones de tu corazón». «Si deseamos el matrimonio», pensamos, «¡Dios dice que necesito solo deleitarme en él y él me lo dará!». Pero Dios no especifica cómo ni cuándo él nos concederá esos deseos.
Por ejemplo, otros deseos a menudo subyacen al deseo por casarse: intimidad, pertenencia, plenitud y compañerismo. Sin embargo, todos ellos son deseos que Dios promete satisfacer en él, ya sea que nos casemos o no. Él no necesita el matrimonio para satisfacer el dolor en nuestros corazones; solo él es necesario. Dios nos concederá los deseos de nuestro corazón, pero de tal manera que cantemos alabanzas a Jesús, no a nuestro cónyuge.
No pongas tu esperanza en una promesa que Dios no ha hecho; al contrario, ponla en un lugar seguro: en la roca de Cristo.
2. El matrimonio no puede manejar la presión
La canalización de todos nuestros anhelos en el matrimonio nos aplastará. Ninguna persona puede llevar el peso de nuestros deseos. La idea de un compañero perfecto puede perseguirnos cuando estamos viviendo junto a otro pecador.
Cuando escribimos cartas románticas e idealistas a un futuro esposo o esposa, ponemos nuestros corazones en el lugar incorrecto y construimos expectativas irrealistas. Mientras más invertimos en cartas, nuestro futuro esposo o esposa menos cumplirá con nuestros estándares.
La desilusión desesperante es común en los matrimonios cristianos, probablemente porque las parejas pusieron demasiada esperanza en el matrimonio mismo. El matrimonio es un terrible salvador. Pero si mantenemos a Jesús como nuestra fuente de esperanza y alegría, él nos sustentará a través de cada cambio en nuestro estado civil y de todos los altibajos de la vida de casados.
3. La soltería no es un alternativa mediocre
Esperar ansiosamente por un futuro cónyuge puede ser una manera de evitar el aguijón de la soltería prolongada y no deseada. Sin embargo, Dios no ve la soltería como una maldición (¡la ve como un don!). La Biblia considera a la soltería como una mejor alternativa, una que promueve una devoción por Jesús sin distracciones (1Co 7:32:35).
Aunque es cierto que la mayoría de las personas se van a casar, eso no demuestra que el matrimonio satisfaga. Existen tantos casados infelices como solteros infelices. Ambos grupos enfrentan la misma batalla diaria: ¿lucharé para encontrar mi gozo en Jesús hoy?
El anhelo por casarse sí pone al descubierto una cosa: la vida eterna se encuentra en la intimidad, en conocer y en ser conocido. Sin embargo, la intimidad para la que fuimos hechos no es una intimidad con un pecador como nosotros, sino que con Dios por medio de Jesús: «y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Jn 17:3).
4. Dios es sumamente valioso
Depositar nuestra alegría en nuestro futuro cónyuge supone que no podemos ser satisfechos ni completos sin el matrimonio. El matrimonio no es el gran premio de la vida; Dios lo es. Él es el tesoro en el campo por el que vale la pena vender todo que tenemos.
En Cristo, nuestro acceso a la intimidad con Dios es segura. Conocer a Dios por medio de Cristo es encontrar vida abundante. Aunque puede ser difícil de creer, en especial en aquellos días en que nuestras oraciones parecen rebotar en el techo, los Salmos dan testimonio de esta realidad en todos lados:
- «¿A quién tengo yo en los cielos, sino a ti? Fuera de ti, nada deseo en la tierra» (Sal 73:25).
- «Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos…» (Sal 84:10).
- «…En tu presencia hay plenitud de gozo; En tu diestra hay deleites para siempre» (Sal 16:11).
Aunque no podemos ver, tocar ni escuchar a Dios como podemos hacerlo con un ser humano como nosotros, él es más real y más disfrutable de lo que puede ser la intimidad humana. ¡Acércate a él y él se acercará a ti (Stgo 4:8)! Toma la energía que podrías poner en la meditación sobre un futuro cónyuge y medita en Dios, que se ha revelado a sí mismo a nosotros en las páginas de la Biblia.
El matrimonio que se nos prometió
El final de Titanic representa una reunión celestial de todos los que murieron en la tragedia de 1912. Una juvenil Rose atraviesa la multitud y se acerca a su único y verdadero amor, aquel que la salvó. Finalmente, ella se reúne con Jack. Para siempre, amén.
Cristianos, ¿reconocen esta narración? Es una sombra del final feliz que nos espera. Un día, nos reuniremos con nuestros amigos y familiares creyentes, y finalmente veremos a nuestro único y verdadero amor cara a cara, aquel que nos salvó en todos los sentidos en que puede salvarse una persona. Sin embargo, no será nuestro cónyuge, sino Jesús.
Su amor nos salva, nos satisface y nos sustenta. Casados o solteros, solo él puede ser la figura central en nuestras vidas. No pongas el peso de tus deseos, esperanzas y sueños en un matrimonio terrenal, sino que en Cristo. Solo su amor es lo suficientemente fuerte para sustentarte.