En unos días, estaré un año más vieja. Un año más cerca de los grandes 40. Para algunos, aún soy bastante joven, mientras que para otros, soy una anciana. Sin embargo, para mí, solo estoy adolorida. Tengo problemas al estómago que me provocan tos. Sufro de fascitis plantar, por lo que debo usar zapatos especiales. Mis fibras musculares de contracción rápida que una vez me impulsaron a correr a velocidades de una estrella de atletismo de secundaria, ahora solo me permiten un lento trote. Tengo un extraño bulto en mi espalda que con el tiempo supe que era un lipoma —maravilloso—. Ahora uso anteojos, mi visión es bastante buena excepto cuando intento leer o manejar de noche. No obstante, a medida que mi cuerpo lentamente se desmorona, no estoy desanimada en ningún aspecto porque he pasado los años recordándome que esto vendría.
Por ocho años, fui una profesional del acondicionamiento físico antes de dedicarme al ministerio tiempo completo. Recuerdo que cada nuevo año marca el comienzo de las resoluciones, y el estado físico, históricamente, se ha ubicado en la cima de los objetivos de las resoluciones para la mayoría de las personas. Y así cada enero los gimnasios son inundados con nuevos miembros y nuevos participantes en el grupo de acondicionamiento físico (donde me habrías encontrado a mí haciendo clases). Asumo que parte de la razón para esto es que estas personas pasaron los dos meses previos comiendo enormes cantidades de comida celebrando Navidad y Año Nuevo. La otra razón es que cada año parece ser un tiempo para volver a comenzar.
Algún provecho
No estoy en contra de las resoluciones o de las metas para comenzar un nuevo año. Cuidar nuestros cuerpos puede ser una forma de honrar a Dios. Dios no nos creó para maltratar nuestros cuerpos, sino que para usarlos sabiamente para su gloria y sus propósitos. La piedad es de un valor supremo, pero también sabemos que el entrenamiento físico tiene algún provecho para el Señor. Pablo nos ayuda a ver esto cuando escribe, «pues aunque el ejercicio físico trae algún provecho, la piedad es útil para todo, ya que incluye una promesa no solo para la vida presente, sino también para la venidera» (1Ti 4:8).
Por lo tanto, podemos asumir que está bien buscar hacer ejercicio como una meta para una vida saludable y más importante aún para una vida piadosa. El ejercicio entrega fuerza para servir y puede ser restauradora y rejuvenecedora.
No obstante, el hecho de que haya una necesidad por hacer ejercicio es otro recordatorio de que vivimos en un mundo caído con cuerpos caídos. En alguna manera, cada nuevo cumpleaños para mí es como un año nuevo, y si el comienzo de un nuevo año sirve como recordatorio de que necesitamos hacer ejercicio y de que nuestros cuerpos se están desmoronando, es incluso un recordatorio más fuerte de que necesitamos a Dios.
La caída
La caída del ser humano trajo un daño significativo al mundo entero. No solo introdujo el pecado al mundo, maldiciendo incluso nuestras buenas obras, sino que también trajo enfermedad y muerte. Desde el momento en que nacemos, nuestros cuerpos comienzan el proceso de deterioro. Nos desarrollamos, crecemos y nos deterioramos. Veo esto en mí misma, al saber que no puedo saltar tan alto ni correr tan rápido como una vez lo hice. Y me doy cuenta de que me duelen lugares que nunca antes me dolieron.
Dios le informó a Adán que como parte del castigo por su pecado, la humanidad «volverá al polvo» (Gn 3:19). Al mismo polvo del cual Adán fue creado, una vez puro e incorrupto, allí volvería como polvo.
Hacemos todo lo que podemos para prevenir que nuestros cuerpos desfallezcan, cambien y se cansen. Intentamos cada medicamento experimental y varias formas de ejercicio para prolongar y evitar lo inevitable. Sin embargo, el botox, la cirugía plástica y una vida de maratones no pueden evitar el inevitable destino. Como Adán, somos polvo y volveremos al polvo (Gn 3:19).
No existe ejercicio ni tratamiento que pueda detenerlo. Y cada cumpleaños me lo recuerda.
Cuerpos resucitados y la belleza de Cristo
Mientras no hay nada para nosotros en esta tierra que podamos desear por toda la eternidad, en la bondad de Dios, él no nos deja solos en nuestra desintegración. Sabemos que en el tiempo él hará todas las cosas nuevas y lo que una vez fue forjado con enfermedad y dolor, algún día, resucitará a la gloria con Cristo. Pablo conecta la caída y nuestra resurrección cuando escribe, «Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo en su venida» (1Co 15:22-23).
Si esas no eran suficientes buenas noticias, Pablo nos recuerda que no solo estaremos con Cristo, sino que también estaremos con él y seremos como él, «Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo, el cual transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de su gloria, por el ejercicio del poder que tiene aun para sujetar todas las cosas a él mismo» (Fil 3:20-21).
¡Sí! Dios hará todas las cosas nuevas. Él transformará nuestros cuerpos, los que estamos estirando, reduciendo mediante cirugía plástica, privando de comida y reventando para intentar hacerlo más hermoso (sí, él hará nuestros cuerpos hermosos, puros y gloriosos cuando regrese). Nuestros cuerpos nunca más se atrofiarán ni morirán de nuevo. Y más importante aún, no tendremos pecado.
Incapaces de hacer cualquier cosa, menos adorar
Mientras otro año de mi vida comienza, otra era empieza para mí; mi cuerpo caído e imperfecto es otra manera en la que puedo mirar a Cristo. Por su gracia, podemos sacar los ojos de nosotros mismos y fijarlos como es debido en Jesús. Mirar a Jesús nos ayuda a soportar otro año.
Nuestros cuerpos están hechos para adorar y si el Señor nos hace vivir lo suficiente, podríamos quedarnos con cuerpos que son físicamente incapaces de hacer cualquier cosa, menos de adorar.
Cada dolor y cada músculo atrofiado que una vez fue fuerte, es otro recordatorio de que tenemos un Salvador que es perfecto en belleza y no está marcado por el pecado, y que viene a buscarnos para devolvernos a nuestro estado previo a la caída y a resucitarnos a una condición más gloriosa de la que podemos imaginar.
No hay duda de que este año me concentraré en el acondicionamiento físico, está en mi ADN y me encanta, pero no es el acondicionamiento físico lo que me va a sostener, es Jesús y la Palabra de Dios. El ejercicio físico trae algún provecho, pero si deseo vivir este año a fondo, entonces concentraré gran parte de mis energías en aquello y en QUIEN me sostendrá por la eternidad.