Para las mujeres que tenemos más de cuarenta años, la posibilidad de haber escuchado la canción, «Como toda mujer» de la fallecida María Marta Serra Lima, es bastante alta. No resulta muy difícil identificarse con la letra de dicha canción y llegar a reconocer que situaciones así nos ocurren. Frases como: «…a menudo me da por callar injusticias y luego llorar en silencio»; o «explotar por alguna idiotez»; o «tan segura de sí y otras veces un poco cambiante», han provocado en mí más de una risa sutil. Pareciera que como mujeres, mayoritariamente somos identificadas por tener las emociones más a flor de piel.
Las neurociencias que han estudiado el cerebro humano, han descrito diferencias entre el cerebro del hombre y la mujer. Existe una estructura en nuestro cerebro, que es un verdadero puente comunicador entre ambos hemisferios llamado cuerpo calloso, que en la mujer es treinta por ciento más grande. Esto tendría que ver con la capacidad de la mujer de hacer varias cosas al mismo tiempo, ¡tengo amigas que pueden cocinar, contestar el celular, mientras mecen el coche de su bebé! Existe otra estructura cerebral que sería la responsable de nuestra facilidad para llorar, por dar otro ejemplo entre muchos.
Sin embargo, más allá del sentido común expresado en la canción de María Marta Serra Lima o lo que describen las neurociencias acerca de nuestras emociones, debemos acudir a la Palabra de Dios y ver qué nos dice nuestro Padre Celestial acerca de ellas.
Dios nos diseñó con emociones
¡Las emociones fueron idea de nuestro Creador! En Génesis 1:26, Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza». A diferencia de los animales, fuimos creados para tener una íntima relación con nuestro Creador. Al final de ese mismo capítulo y al terminar su obra creadora, Dios vio que toda era bueno en gran manera.
Las emociones fueron parte de dicha creación perfectamente buena, diseñadas para que reflejáramos su imagen y disfrutáramos de nuestra relación con Él y con nuestro prójimo. ¡Toda relación requiere emociones y nuestro Dios lo sabía!
En ese escenario ideal, donde aún no había pecado, vemos a Adán y a Eva experimentando plenitud, gozo, y confianza en las palabras de su Creador. Ellos disfrutaban de una estrecha y transparente relación matrimonial. El hombre y la mujer estaban desnudos, y no se avergonzaban.
Las emociones fueron afectadas en la caída
Pero sabemos que el ideal no duró mucho. Adán y Eva dudaron de la bondad de su Creador. Escucharon la voz de la serpiente y desearon y comieron del único fruto que Dios les había prohibido, el fruto del conocimiento del bien y del mal.
El pecado de Adán y Eva rompió la relación estrecha y transparente que tenían con su Señor. ¿Y qué sucedió?, apareció por primera vez el miedo, el instinto de esconderse, la vergüenza y la culpa. Sus ojos fueron abiertos a su desnudez y por primera vez se sintieron incómodos con ellos mismos y se cubrieron entre los árboles. La relación perfecta que disfrutaban como matrimonio abrazando aquellas diferencias que los complementaban, se rompió.
Identificarse con Adán y Eva no resulta difícil. Muchas veces creemos tener una mejor idea de cómo conducirnos en esta vida, dudamos de la guía y cuidado de nuestro Dios. Cuando desobedecemos, en vez de correr a los brazos de nuestro Padre Celestial, confiando en su perdón, nos escondemos avergonzados y llenos de culpa. Tenemos miedo de ser descubiertos en nuestra debilidad y nos cubrimos para ocultar cuán vulnerables somos.
¡Y hay más!, el pecado no solo afectó el corazón del hombre, sino que también a sus cuerpos y a la hermosa creación que debían cuidar. Hasta hoy, experimentamos diversas emociones por vivir en un cuerpo que se enferma y se deteriora con los años. A la luz de esto, podemos entender que no siempre la tristeza y la angustia serán el reflejo del pecado actual de nuestro corazón, sino de vivir en un cuerpo que sufre los efectos de la caída: las diferentes y diversas enfermedades que nos producen dolor e incapacidad, por mencionar algunas. Además, mirar un mundo lleno de conflictos, injusticias, y tragedias tampoco nos deja emocionalmente indiferentes.
Claramente, las emociones fueron afectadas por el pecado y la Biblia tiene cientos de ejemplos a lo largo de ella. Y hoy, no tendríamos ninguna esperanza si Dios mismo no hubiera intervenido a favor nuestro.
La buena noticia del Evangelio: ¡Cristo vino a restaurarlo todo!
Jesús en esta tierra fue el hombre que al contrario de Adán y de toda la humanidad, obedeció en todo a su Padre Celestial. Se relacionó íntimamente con Él reflejando perfectamente su imagen. El Padre mismo dijo de Él, «este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia». Cada pensamiento, emoción y conducta de Jesús dieron testimonio honroso de su posición de Hijo.
El pecado que nos separaba de Dios, desde el huerto del Edén, fue cargado y castigado en Jesús. Mediante su sacrificio y por medio de la fe podemos nuevamente acercarnos y relacionarnos con el Padre Celestial. Jesús, restableció la relación que se quebró en el Edén permitiéndonos nuevamente conocer, confiar y amar a nuestro Creador.
Viviendo nuestras emociones mientras esperamos el retorno de Cristo
Hoy, estamos en aquel tiempo, entre la resurrección de Jesús y la espera de su retorno glorioso. Aún vivimos en este mundo caído y sufrimos las consecuencias de vivir en un cuerpo que se enferma, en una creación que se deteriora y con corazones que todavía luchan contra el pecado. Batallamos internamente y nuestras emociones son una constante expresión de todo lo que nos sucede. Creo que es importante meditar en algunos aspectos que nos llevarán a luchar con una mayor claridad.
Tendemos a catalogar las emociones como buenas o malas
La primera vez que reflexioné en esto fue hace unos años en la conferencia: «Sentimientos encontrados», que dictó una misionera. ¡Qué rápido tendemos a categorizar nuestras emociones!
Casi sin mayor reflexión pensamos que la angustia, la tristeza e incluso la ira son emociones «malas» que debiéramos desechar rápidamente y en contraparte buscar a toda costa las emociones «buenas», como la alegría, la paz interna, la sensación de plenitud, etc. Sin embargo, una emoción es solo un reflejo de algo que nos sucede internamente y que da cuenta de lo que estamos pensando, creyendo o valorando y que puede ser o no pecaminoso. Por ejemplo, puedo estar plena y satisfecha porque gracias a mi trabajo tengo todo lo que necesito para vivir y esto ser el reflejo de un corazón autosuficiente que no está confiando en Dios. También, puedo estar contenta porque ya no tendré que lidiar con aquella vecina enojona que me incomodaba la vida.
Por otra parte, podemos llorar y sentir tristeza al pasar por situaciones difíciles: pérdida de seres queridos, enfermedades dolorosas, siendo estas emociones adecuadas para expresarlas en oración a nuestro Padre Celestial. Los Salmos dan muestra de esto, si los revisas con detención podrás encontrar el lamento de muchos hombres que llegaron a los pies del Señor para expresar su angustia, dolor y tristeza.
El mismo Señor Jesucristo, viviendo en esta tierra sin pecado, experimentó emociones intensas de angustia, tristeza, e incluso ira. En Mateo 26:36, vemos su angustia antes de morir. En el Getsemaní, apartó a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo diciéndoles «siéntense aquí mientras voy más allá a orar», «…es tal la angustia que me invade, que me siento morir, quédense aquí y manténganse despiertos conmigo».
Me reconforta pensar que el Hijo de Dios, quien tenía plena comunión con su Padre y quien nunca pecó, experimentó en el Getsemaní angustia y tristeza, y no tuvo vergüenza de decírselo a sus discípulos. ¡Qué bueno es pensar que muchas veces la angustia y el llanto no son falta de fe y que podemos correr a los brazos de nuestro Padre Celestial para recibir nuevas fuerzas! Si el Hijo de Dios pudo expresar sus intensas emociones a sus amigos, nosotros también.
Nuestras emociones siempre son una oportunidad para conocer más a nuestro Dios y a nosotros mismos
Las emociones son una oportunidad para preguntarnos qué está pasando en nuestro interior. Qué estamos valorando, creyendo o deseando y qué está gobernando nuestro corazón.
Cuando estoy enojada tengo una oportunidad para mirar dentro de mí, y preguntarme qué es lo que verdaderamente me tiene furiosa. A veces, nos arrepentimos de nuestro enojo pero no necesariamente de las profundas razones que lo provocan. Puedo perder la paciencia y enojarme con mis hijos porque me desobedecen y pedir al Señor perdón por dicha emoción, pero no necesariamente busco honestamente saber la verdadera razón de mi descontrol, una buena pregunta que puedo hacerme es, ¿qué hay en mi corazón pecador que frente a la desobediencia de mis hijos me hace simplemente explotar?
Por otro lado, cuando experimento el temor, tengo una inmensa oportunidad de correr al trono de la gracia y confiar en la ayuda de nuestro Padre Celestial. Estar confundido y agobiado, es una oportunidad de buscar con mayor deseo la sabiduría que solo Dios nos da en su Palabra. Podrás descubrir las verdades del Evangelio que Dios usará en su fiel obra santificadora.
Me alegra saber que nuestro Padre celestial, en su amor fiel, llegará a las razones más profundas de nuestras emociones. El objetivo final no será quitarnos de encima las emociones desagradables, sino que llevarnos a ser más como Cristo y esto a veces sucederá en medio de emociones difíciles de soportar, pero recuerda, ¡Él obrará a través de ellas para transformar nuestros corazones!
Dios ha provisto herramientas de gracia en nuestras luchas emocionales
¡No estamos solos ni desprovistos! Nuestro Dios ha provisto herramientas de gracia para nuestras luchas emocionales. De todas, no puedo dejar de mencionar tres: la oración, su Palabra y la comunión unos con otros.
Ora: Jesús, siendo el Hijo perfecto de Dios, buscó en oración a su Padre en tiempos de aflicción y dificultad. Cuánto más nosotros necesitamos buscar en oración a nuestro Padre y recordar constantemente nuestra identidad como hijas de Dios.
Estudia su Palabra: Debemos evaluar nuestros pensamientos y emociones a la luz de la Palabra de Dios. Debemos examinar honestamente lo que estoy creyendo y valorando y lo que está determinando mis emociones y mi actuar. Su Palabra es la verdad donde podemos identificar y dejar al descubierto cada mentira de Satanás, cada falsedad que escuchamos a diario en este mundo postmoderno o las sutiles palabras internas que se originan en nuestro corazón pecador. La Palabra de Dios, es viva y eficaz y mediante la obra de su precioso Espíritu tiene el poder de transformar nuestro corazón, con sus pensamientos, emociones y voluntad.
Ten comunión con otros creyentes: En este mundo caído, donde lidiamos con nuestras emociones, no podemos solas. Es importante ser parte de una comunidad donde puedas compartir y crecer en el Evangelio. A parte de la reunión dominical, te animo a participar de grupos pequeños para estudiar la Palabra, orar, comer y conocer mejor a otros, para así tener instancias de mayor confianza donde puedas pedir ayuda cuando estés enfrentando un momento de dificultad. Busca también una amiga cercana y madura en el Evangelio, para hablar cosas más íntimas y para animarse una a la otra en la fe. También habrá situaciones que ameritarán recibir consejo de una persona con mayor preparación, capacitación y experiencia, la cual podrá discernir junto a ti si lo que te sucede requiere también de ayuda médica y el uso de fármacos. En un mundo donde nuestro cerebro también se enferma, un diagnóstico oportuno y tratamiento adecuado pueden ser un medio de gracia de nuestro Padre Celestial.
Las emociones volverán a ser el reflejo de una perfecta relación con Dios
Puede ser que nuestras circunstancias en esta tierra no cambien mayormente, puede ser que el dolor y la enfermedad nos acompañen, que las pérdidas no se superen completamente y nuestras emociones sigan siendo el reflejo de nuestras luchas. Sin embargo, esto no durará para siempre, porque Cristo vino a restaurarlo todo y volverá por su pueblo. Las emociones afectadas por este mundo roto no serán eternas. El miedo, la vergüenza y la culpa que aparecieron con la caída, un día ya no estarán y Él enjugará toda lágrima de nuestros ojos. Las palabras del apóstol Juan son nuestra cierta esperanza.
«Oí una potente voz que provenía del trono y decía: « ¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir» (Ap 21:3-4).