Pareciera que no fue hace mucho, pero lo cierto es que ya han pasado un poco más de ocho años de aquel día en donde el mundo entero tenía puestos sus ojos en Chile. Un hecho extraordinario estaba a punto de ocurrir. Después de un poco más de dos meses, 33 mineros enterrados vivos a más de 700 metros de profundidad, serían sacados a la superficie a través de una cápsula bautizada como Fénix, en honor a la mítica ave. Era un evento único de sobrevivencia y periodistas de todo el mundo estaban en nuestro país para cubrir la noticia.
¿Qué era lo extraordinario? No existía precedente de un rescate de esta magnitud. Aquel día, se iba a presenciar un hecho inédito, catalogado por muchos simplemente como un milagro.
Literalmente, millones de personas en todo el mundo presenciaron nerviosas el descenso de la cápsula Fénix. Noticieros internacionales transmitieron en directo el rescate del primer minero, como si se tratara de la segunda llegada del hombre a la luna. Muchos aún pueden recordar en qué lugar preciso presenciaron expectantes como la realidad parecía una película de ficción.
Después de muchas horas de arduo trabajo, todos ellos fueron rescatados. Cada minero, en su forma particular, dio muestras evidentes de lo que significaba tener una segunda oportunidad en la vida. Algunos lloraron de emoción abrazados a sus familiares, otros se arrodillaron dando gracias a Dios, y otros simplemente llenos de euforia gritaron sin parar. Los que estaban muertos, ahora volvían a la vida.
El perdón y la gracia que Dios extendió a nuestras vidas es un suceso tan extraordinariamente milagroso como el ocurrido a estos hombres hace ocho años. En la carta escrita a los Efesios, el apóstol Pablo dice que Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida juntamente con Cristo, aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados (Ef 2:4-5). Sin Cristo en nuestras vidas, estamos igual que estos mineros a cientos de metros de profundidad, muertos espiritualmente, sin ninguna capacidad humana para revertir nuestra condición. Dios proveyó en su Hijo, aquella cápsula Fénix que descendió de su gloria eterna a las profundidades más oscuras de nuestra humanidad perdida.
El autor de la carta a los Hebreos declara que Jesús en su condición humana fue tentado en todo más no pecó (Heb 4:15). Vivió aquella vida perfecta que ninguno podía vivir, convirtiéndose en nuestro perfecto sustituto al morir por nuestros pecados, para así rescatarnos y restaurar nuestra comunión con nuestro Padre Celestial.
Al pensar en el rescate de los 33 mineros que trajo asombro y cobertura periodística mundial, reflexiono en lo siguiente: ¿habría sido este accidente una noticia mundial si el derrumbe hubiera dejado atrapados a estos hombres a tan sólo tres metros de la superficie con vías de escapes accesibles? Claramente que no. Hubieran escapado por sus propios medios, ya que muchos de ellos eran mineros experimentados. La expectación mundial estaba dada por el hecho de que era un rescate humanamente imposible.
¿Puede ser que a veces perdemos la dimensión del rescate que Cristo hizo por nosotros? ¿Puede ser que volvamos a creer que tan sólo estábamos a tres metros de profundidad y que hemos sido colaboradores experimentados en la salvación de nuestras almas? ¿Podríamos catalogar nuestro rescate como una noticia mundial o aquella que sale en un simple aviso en el periódico local?
La primera vez que reflexioné en estas preguntas, algo me traspasó el corazón. Temblé por dentro al pensar que no era absolutamente consciente de la tremenda distancia que me separaba del Dios Santo y de la inmensa gracia que me salvó. A menudo, tengo la ilusión de haber sido hallada a solo metros de la superficie, y que aún colaboro con los costos de mi rescate. A menudo, debo arrepentirme por menospreciar a mi hermano, que fue liberado de las mismas profundidades, aunque mi orgulloso corazón se sienta en una posición superior. A menudo, no vivo en el gozo que significa el privilegio de ser partícipe de la más grande noticia mundial de todos los tiempos, y por consecuencia, de no darla a conocer a otros. Paradójicamente, estas reflexiones han sido la constante fuente de confirmación de mi necesidad absoluta de su gracia.
No sabemos con claridad qué pasó con los mineros después de su rescate. Se han escrito libros, se han hecho algunos reportajes e incluso han inspiraron más de una película. Algunos han vuelto a las profundidades de las minas para continuar sustentando a sus familias. No cabe duda que fue un recate asombroso, pero sus implicancias posteriores solo serán recordadas como parte de la historia.
Sin embargo, tú y yo somos parte del verdadero y más grandioso rescate que el hombre podrá experimentar. Aquel realizado una vez y para siempre por el Hijo de Dios a favor de los pecadores. ¡Estábamos muertos y recibimos vida juntamente con Cristo! Que por su gracia, no perdamos el asombro y el gozo para proclamar el milagro de nuestra redención.

