Es domingo, 5 de abril, 33 d.C. Este día cambiará el curso completo de la historia del mundo más que cualquier otro día previo o posterior, aunque solo un puñado de personas sabrá esto al final del día.
En una antigua y árida ciudad del Cercano Oriente, ese día ocurrirá un evento singular, desencadenando un movimiento tan fascinante, tan perdurable, tan influyente, tan imparable que dos mil años y miles de millones de adherentes después, aún estará creciendo, más rápido que nunca, mientras que el poderoso imperio que atestiguaba su nacimiento llevará mucho tiempo como antiguas ruinas. Este movimiento dará forma a naciones, abarcará océanos, dará nacimiento a universidades, inaugurará hospitales, transformará tribus de los lugares más remotos del mundo, y contarán, leerán y cantará sobre él en más idiomas que cualquier otro movimiento religioso por mucho.
Ese excepcional evento: el cuerpo de Jesús de Nazaret saldrá de su tumba.
Las mujeres
El saliente sol está coloreando el cielo de morado y azul; las nubes altas, de rojo y anaranjado. Un grupo de mujeres caminaba en las oscuras y silenciosas calles de Jerusalén. Ellas se dirigían hacia el jardín de la sepultura. Pocas palabras se comparten; no meramente para mantener un bajo perfil, sino que nadie tiene el coraje para hablar. La realidad, el horror, el dolor y la desorientación de la muerte de Jesús vuelve a nacer en ellas mientras más se acercan a su tumba.
El viernes, estas fieles mujeres habían estado velando la brutal ejecución de Jesús y permanecieron lo más cerca posible a él hasta que la roca selló su tumba. No obstante, José y Nicodemo apenas alcanzaron a sepultar al Señor antes de que comenzara el sábado al anochecer. Simplemente, no hubo tiempo para ungir el cuerpo apropiadamente. Estos devotos y valientes seguidores de Jesús tenían la intención de terminar su preciado y horrible trabajo esa mañana. Era mejor realizarlo antes de que la ciudad estuviera despierta y funcionando, para así evitar la no deseada atención.
Una de las mujeres nota el gran problema de correr la roca que cerraba la tumba; otra, ora para que los guardias romanos muestren misericordia y las ayuden.
Los guardias
Sin ellos saberlo, los guardias no están en una posición para ayudarlas. Se encuentran en la residencia del sumo sacerdote describiendo frenéticamente su aterradora experiencia a Caifás, a Anás y a un grupo de miembros del Sanedrín. «¡La tierra tembló! ¡Un ser brillante parecía descender desde los mismísimos cielos! ¡Quitó la roca como si fuera nada y se sentó sobre ella!». Todos habían colapsado de terror.
Caifás el saduceo escucha, con los ojos cerrados, frotándose la frente con la mano izquierda. Estos empedernidos hombres no pueden creer de verdad tal supersticiosa locura. Él sospecha que detrás de esta sobrenatural película de terror hay un incumplimiento en la ejecución de su trabajo. Él sabe que realmente están aterrados de las órdenes de ejecución de Pilato cuando descubra lo que pasó. Los guardias rogaron por protección. Caifás piensa que en realidad esto puede ser útil.
Los miembros del Concilio consultan. Claramente, habían subestimado el alcance de este elaborado engaño del Mesías. Deben adelantarse en la historia, controlar la narrativa. Cuentos sobre un Mesías resucitado se tomarán las calles con una multitud ignorante que exigirá una revolución. Los fanáticos se aprovecharán lo que más puedan. Sangre judía fluirá desde las espadas romanas y Roma terminará con el liderazgo ineficaz del Concilio. La palabra se esparcirá inmediatamente: los discípulos de Jesús robaron su cuerpo. Es la única explicación razonable y los guardias no deben ser perjudicados. Los necesitaremos como testigos defensores para dar la explicación razonable. Pilato entenderá esta necesidad, en vista del potencial carácter explosivo del momento.
Los miembros del Concilio desmitifican los eventos matutinos de los soldados y explican la urgencia de la situación. Se requiere su cooperación por el bien de todos. Se entrega una compensación económica por su «problema», junto con una promesa de que si ayudan a evitar más problemas, no sufrirán ningún daño de parte del gobernador. Si las explicaciones del Concilio no convencen a los guardias, definitivamente sí estarán muy agradecidos de la protección del Concilio.
La tumba
Una vez en el jardín, las mujeres se dan cuenta de que las cosas no están bien. En primer lugar, no hay guardias. Luego ven que la roca del sepulcro encierra un problema completamente diferente del que temían: ha sido bruscamente empujada hacia un lado. La entrada del sepulcro está muy abierta, al igual que las bocas de las mujeres. Se quedan paralizadas por un momento en confusión y miedo.
Entonces, María Magdalena camina hacia la entrada y da un paso hacia adentro; las otras la siguen tímidamente. Ella solloza con un grito ahogado. «El cuerpo de Jesús ya no está», —reporta—. A toda prisa, dejando a un lado sus especias, dice que debe contarle a Pedro, y se va corriendo.
Las otras se miran entre ellas y luego miran la tumba. La otra María las guía hacia adentro. Quizás encuentren pistas de lo que sucedió. De pronto, aparecen de la nada dos hombres, y las mujeres se caen de miedo. Los hombres están vestidos de un blanco enceguecedor. Las mujeres habrían protegido sus ojos de no haberlo hecho ya por el terror que sintieron. Los hombres les hablan al unísono de manera poderosa y extrañamente consoladora:
«¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acuérdense cómo les habló cuando estaba aún en Galilea, diciendo que el Hijo del Hombre debía ser entregado en manos de hombres pecadores, y ser crucificado, y al tercer día resucitar» (Lc 24:5-7).
Repentinamente, los hombres habían desaparecido. Las mujeres levantaron sus ojos vacilantes. ¿Acaso acaba de suceder esto? Se daban miradas aturdidas entre ellas por lo que no habría sido creído si no hubieran experimentado esto juntas. ¿Dijeron que Jesús resucitó? ¿Vivo? Ahora, ellas deben contarle a Pedro.
Los discípulos
Cuando María Magdalena llega a la guarida de los discípulos, se asegura de que nadie esté mirando, y luego toca la puerta. Juan la deja entrar. Ella pregunta por Pedro. Hay conmoción en sus ojos y pánico en su voz. Pedro da un paso para acercarse y ella habla bajo. Había estado en la tumba; está abierta; ¡el cuerpo de Jesús no está! ¡Tampoco están los guardias! La sangre brotaba del rostro de Pedro. Sale corriendo y Juan salió tras él. María continúa y no puede contener las lágrimas. Lo mataron, ¡por favor! ¿Acaso no lo pueden dejar de molestar, incluso ahora?
Mientras tanto, las otras mujeres, toman un camino indirecto hacia la guarida de los discípulos, intentando no llamar la atención. Tocaron la puerta y las dejaron pasar. También preguntaron por Pedro. «Se fue, al igual que Juan». «¿Qué está pasando?» Contaron su extraordinaria historia a los nueve que estaban ahí. Sin embargo, los hombres no dicen nada. Solo miran de vuelta con expresiones de incredulidad e incomodidad. Esta historia es un cuento de hadas.
Juan llega a la tumba primero que Pedro. Se detiene afuera y escudriña este sagrado lugar de muerte profana. Pedro llega segundos después y entra de golpe. Juan, envalentonado, lo sigue. No tenía sentido con lo que se encontraron. Claramente esta no era obra de ladrones de tumbas ni de vándalos. ¿Por qué alguien tomaría el cuerpo? Quizás lo cambiaron a otra tumba. Entonces, ¿por qué dejaron las vendas de sepultura? ¿Por qué el cuidado de doblar la toalla de cara? ¿Dónde están los guardias? Salieron perplejos y preocupados y pasaron por el lado de María que estaba apoyada en la roca, llorando en silencio.
El Señor
Después de un par de minutos, María se hace a un lado y escudriña la tumba. Da un grito ahogado nuevamente. Dos hombres en blanco brillante estaban sentados en el lecho de muerte. Le hablaron al unísono de manera poderosa y extrañamente consoladora: «¿Por qué lloras?» Pasmada y confundida, María tartamudeó: «se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han dejado».
Un ruido la asustó desde atrás. Ella se da vuelta. Un hombre está de pie a un par de metros. Una extraña sensación se posó sobre ella. ¿Quién es? ¿El jardinero? «Señor, si se lo ha llevado, dígame dónde lo ha dejado y me lo llevaré». Él la mira con una intensidad familiar. «María». Se abrieron sus ojos y su boca de par en par. Ella identifica su sensación extraña: ¡reconocimiento! ¡Es el Señor! «Rabí».
Así comienzan las apariciones. Un poco tiempo después se le aparece a Pedro (Lc 24:34; 1Co 15:5). En la tarde, pasa tres horas con otros dos discípulos de camino a Emaús, dándoles una lección sobre la historia redentora, solo revelándoles su identidad en la cena (Lc 24:13-35). En la noche, se le aparece a todos los discípulos, menos a uno (Lc:36-43; Jn 20:19-23).
La explicación más razonable
Así terminó el único día más importante en la historia. Y así comenzó el único movimiento más influyente de la historia. Lo ames o lo odies, el mundo no ha visto nada igual.
El extraordinario evento que coronó la grandeza de ese día, que lanzó al movimiento irreprimible, fue la salida de la tumba de Jesús de Nazaret.
Podríamos preguntarnos: ¿hubo alguna salida en primera instancia? ¿O la historia completa es igual de legendaria como la del conejo de Pascua? Pocos historiadores creíbles niegan la existencia de Jesús o su ejecución. La evidencia histórica es demasiado convincente; al igual que la evidencia histórica de que su tumba se encontró vacía.
Podríamos preguntarnos: ¿Jesús salió de la tumba como un cuerpo robado? Esta idea es menos creíble que la que dice que todo fue una leyenda. Las autoridades judías y romanas tenían todo el poder, todos los recursos y toda la motivación para rastrear un cuerpo o una evidencia convincente y testigos, pero nunca pudieron hacerlo. Nunca llegaron más allá de una aseveración ni pudieron silenciar a los testigos convincentes de su resurrección. Es extremadamente poco probable que estos testigos estuvieran mintiendo, considerando que casi todos los que aseguraban haber atestiguado la aparición de Jesús ese extraordinario domingo sufrieron muertes horribles debido a sus afirmaciones.
Entonces, ¿Jesús salió de la tumba como el Señor resucitado de vida? Al considerar la debilidad de las otras opciones posibles, mientras más la miramos, sorpresivamente esta se convierte en la explicación más razonable, al hacer de esta pregunta una inquietante. Algo simplemente asombroso sucedió ese día. La afirmación más extraña y menos probable si no sucedió realmente (que Jesús salió de la tumba vivo, como testificaban los testigos) ha sobrevivido y superado cada intento (a menudo brutal) para refutarla o acallarla. La iglesia que Jesús estableció se ha esparcido, contra todo pronóstico, en todo el mundo, tal y como él dijo que sucedería. Lo que sea que esto sea, no es un asunto de leyenda ni de mentira.
Esa tumba vacía, después de todos estos años, tiene más influencia que nunca. Se rehúsa a dejar el escenario de la atención del mundo. Mira seriamente a la tumba vacía y reflexiona en las palabras de los ángeles: «¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado» (Lc 24:5-6).
Luego, considera las palabras de Jesús: «No seas incrédulo, sino creyente» (Jn 20:27).