No tienes que mirar muy lejos para encontrar artículos sobre cómo y por qué el trabajo de un pastor es excepcionalmente difícil. He sido pastor por muchos años ya (a tiempo completo pagado y a medio tiempo) y puedo dar fe de que existen maneras en las que este trabajo difiere de cualquier otra vocación. Realmente viene con desafíos únicos, aunque sin duda da bendiciones únicas también. Lentamente, pero al fin, como un soplo de aire fresco, un aire refrescante en un caluroso día de verano, me di cuenta de una cosa sobre el pastoreo. Lo encontré liberador puesto que responde a una expectativa que los miembros de la iglesia pueden tener de sus pastores y, aún más, una expectativa que los pastores pueden tener de sí mismos. Esto es de lo que me di cuenta: el trabajo de un pastor no es arreglar las cosas.
Muchas personas comienzan a asistir a la iglesia por primera vez cuando buscan encontrar la solución a una circunstancia inquietante. Quieren tener un matrimonio fácil y alegre en lugar de uno difícil y doloroso. Quieren tener hijos educados y obedientes en lugar de unos fastidiosos y desobedientes. Quieren superar una adicción o ganarle a un mal hábito. Puntos bajos como estos a menudo proveen tierra fértil para el Evangelio y muchas personas llegan a la fe sólo después de haber alcanzado el fin de su propia fuerza, de sus propias capacidades. De esta manera la iglesia es el lugar en la que encuentran significado al encontrar a Jesucristo. No obstante, entran a la vida cristiana cargando demasiado dolor y tristeza.
De la misma manera, muchos creyentes genuinos comienzan a asistir a nuevas iglesias en tiempos difíciles. Quizás fueron empujados por los conflictos en una antigua congregación o tal vez un gran trauma que fue mal llevado o subestimado y su dolor los llevó a buscar un lugar donde sanar. De esta manera, la iglesia a menudo sirve como un tipo de refugio en sus momentos de aflicción.
Después, por supuesto, los miembros maduros y comprometidos de una iglesia local enfrentan dificultades y atraviesan experiencias desafiantes. Sus hijos crecen y rechazan la fe, sus amigos los atacan, experimentan el horror del abuso, los cónyuges de los que estaban seguros que iban a llegar a la fe dejan de acompañarlos a la iglesia. La vida está llena de penas tanto para los piadosos como para los impíos.
Todas estas personas, y muchas más, recurren a sus pastores. Recurren a sus pastores para obtener guía, consejo y sabiduría. La mitad de las veces, incluso si no lo dicen explícitamente, su gran esperanza es que el pastor pueda arreglar las cosas. Esperan que sea capaz de entregar la llave que quite el dolor, que alivie la pena, que restaure la separación. Por su parte, el pastor realmente espera ser capaz de hacer todo esto. Él pone la expectativa en sí mismo. Mide su éxito por su capacidad de entregar la solución.
Sin embargo, el rol del pastor no es arreglar, sino que ministrar. No es reparar lo que fue roto, restaurar lo que fue separado ni sanar lo herido. Al contrario, el trabajo del pastor (y su gran deleite) es ministrar. «Ministrar» es «cuidar» o «proveer». Un padre que abraza a su hija herida está ministrando consuelo; un doctor que atiende una herida está ministrando sanidad; y un pastor que lleva bien a cabo su llamado está ministrando verdad. Su rol único no es resolver problemas, sino que ministrar la Palabra de Dios a las personas que están bajo su cuidado. Él ministra la Palabra porque ella tiene poder, porque es cómo Dios se comunica. Él ministra la Palabra porque es pura, buena y verdadera. Él ministra la Palabra porque trae consuelo, esperanza y significado aun cuando no haya arreglo a la vista.
Esto no significa que el pastor no pueda ofrecer consejos prácticos. No significa que no pueda usar su sabiduría dada por Dios para sugerir o tomar medidas. No significa que no pueda usar la autoridad de su posición para reprender al desobediente o llamar a los pecadores a arrepentimiento. Sin embargo, en todo él necesita recordar que el éxito no se mide por arreglar un asunto, sino que al ministrar la verdad. La tarea principal es liderar a las personas a la Palabra de Dios, cuidadosa y pastoralmente ministrarles las palabras que necesitan escuchar en sus momentos más altos y en los más bajos.