Existen algunas temporadas en nuestra vida cristiana en las que nos preguntamos dónde está Dios. Como una espesa niebla rasante que se despliega interminablemente a lo largo del suelo, estos momentos son oscuros y difíciles de atravesar. Dios parece —al menos para nosotros— notoriamente ausente. Clamamos a él y nos preguntamos si nos escucha siquiera; rogamos y suplicamos su ayuda, pero nada en nuestras circunstancias cambia.
Aunque sabemos en nuestra mente que Dios está siempre presente, muchas veces sentimos lo contrario. En especial, cuando estamos atravesando una prueba o cuando todo lo que vemos a nuestro alrededor es quebranto y pecado, pareciera como si Dios no estuviera haciendo nada. Nuestro corazón resuena junto a los hijos de Coré, «¿por qué escondes tu rostro y te olvidas de nuestro sufrimiento y opresión?» (Sal 44:24).
En la Escritura, encontramos otra parte en donde el escritor se pregunta dónde está Dios: el libro de Habacuc.
El lamento de Habacuc
Uno de mis pasajes favoritos en la Escritura se encuentra en el libro de Habacuc. Podría parecer un libro poco común para tener un versículo favorito, pues, a diferencia de la mayoría de ellos, éste no es una promesa. Tampoco es una lista de cosas importantes que se deben hacer, como la de Filipenses 4:8. Sin embargo, antes de mostrarles el pasaje, quisiera compartirles más sobre este profeta con tan interesante nombre.
Lo más probable es que Habacuc haya sido un profeta contemporáneo al profeta Jeremías. A diferencia de otros libros proféticos, Habacuc no profetiza al pueblo de Judá, pues el libro se trata de una conversación entre Habacuc y Dios. En el libro, Habacuc expresa su lamento a Dios. Al contrario de los lamentos en los Salmos, éste nos muestra la respuesta de Dios. En su lamento, Habacuc clama a Dios, pidiéndole ayuda, intervención y justicia. Como la mayoría de los otros lamentos, la respuesta de Habacuc es confianza en Dios.
El libro comienza con la visión del profeta de pecado y de idolatría a su alrededor, frente a lo cual se pregunta, «¿hasta cuándo, Señor, he de pedirte ayuda sin que tú me escuches? ¿Hasta cuándo he de quejarme de la violencia sin que tú nos salves? ¿Por qué me haces presenciar calamidades? ¿Por qué debo contemplar el sufrimiento? Veo ante mis ojos destrucción y violencia; surgen riñas y abundan las contiendas» (1:2-3).
Dios respondió su pregunta, pero no de la manera que Habacuc esperaba. Dios le dijo que él se ocuparía del pecado y de la idolatría; y lo haría al enviar a Babilonia a exigir su justicia. Dios no sólo juzgaría a Judá, sino que también a sus enemigos. «¡Miren a las naciones! ¡Contémplenlas y quédense asombrados! Estoy por hacer en estos días cosas tan sorprendentes que no las creerán aunque alguien se las explique. Estoy incitando a los caldeos, ese pueblo despiadado e impetuoso que recorre toda la tierra para apoderarse territorios ajenos. Son un pueblo temible y espantoso, que impone su propia justicia y grandeza» (1:5-7).
Para Habacuc, esto fue difícil de escuchar, pues Babilonia era una nación malvada. ¿Por qué Dios los usaría para castigar a Judá? Habacuc respondió y corroboró la soberanía, la santidad y poder de Dios, «¡Tú, Señor, existes desde la eternidad! ¡Tú, mi santo Dios, eres inmortal! Tú, Señor, los has puesto para hacer justicia; tú, mi Roca, los has puesto para ejecutar tu castigo» (1:12).
Sin embargo, él aun quería saber el por qué (v.13).
Dios respondió recordándole a Habacuc que él gobierna y reina sobre todas las cosas. Los propósitos de Dios ocurrirán en sus tiempos (2:3). Luego, Habacuc continúa con una lista de «tragedias» en contra de Babilonia, revelando el juicio que enfrentarían.
Podría parecer que el mal está ganando el día, pero vendrá un momento en que la gloria de Dios cubrirá la tierra, «porque así como las aguas cubren los mares, así también se llenará la tierra del conocimiento de la gloria del Señor» (2:14). Éste es un buen recordatorio para aquellos de nosotros que vemos el mal a nuestro alrededor en el mundo y en nuestras propias vidas, preguntándonos cuándo Dios se moverá. Como dijo nuestro Salvador, «yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo» (Jn 16:33). A través de su vida perfecta, su muerte sacrificial y su resurrección de la tumba, Cristo ha conquistado el pecado y a la muerte. Él es el gran Vencedor; él ganó la victoria. Como creyentes, estamos llamados a vivir por fe en lo que Cristo ha hecho. Es nuestra esperanza presente en este mundo caído y el pago inicial de nuestra esperanza venidera en la eternidad.
Habacuc respondió en oración en el capítulo 3. Él se centró en el carácter de Dios al describir su misericordia (v.2), su gloria, su poder y su santidad (vv. 3-6). Habacuc, entonces, continúa para recordar lo que Dios hizo en el pasado y su fidelidad hacia su pueblo, «indignado, marchas sobre la tierra; lleno de ira, trillas a las naciones. Saliste a liberar a tu pueblo, saliste a salvar a tu ungido. Aplastaste al rey de la perversa dinastía, ¡lo desnudaste de pies a cabeza!» (vv. 12-13).
Tal como otros lamentos en la Escritura, Habacuc fue honesto sobre cómo se sentía respecto al juicio que vendría, «al oírlo, se estremecieron mis entrañas; a su voz, me temblaron los labios; la carcoma me caló en los huesos, y se me aflojaron las piernas. Pero yo espero con paciencia el día en que la calamidad vendrá sobre la nación que nos invade» (v.16). Estaba lleno de miedo y de ansiedad, tanto que todo su cuerpo temblaba. Pero aun así…
Aunque…
El libro de Habacuc termina con mi pasaje favorito, «aunque la higuera no florezca, ni haya frutos en las vides; aunque falle la cosecha del olivo, y los campos no produzcan alimentos; aunque en el aprisco no haya ovejas, ni ganado alguno en los establos; aun así, yo me regocijaré en el Señor, ¡me alegraré en Dios, mi libertador! El Señor omnipotente es mi fuerza; da a mis pies la ligereza de una gacela y me hace caminar por las alturas» (3:17-19).
Este pasaje es mi favorito porque me recuerda que mi fe en Dios no descansa en lo que él provee o no provee, en si es que dirige mi vida de la forma en la que yo deseo o si me rescata de las dificultades de mi vida. Al contrario, me recuerda que mi gozo no depende de lo que tengo. Mi gozo se encuentra en Dios, que es mi salvación y mi fuerza. Cualquiera sean las circunstancias, los miedos o las ansiedades que tenga, cualquiera sea la oscuridad que acecha en el horizonte, cualquier cosa que esté sucediendo en el mundo a mi alrededor, Dios es mi salvación y mi gozo. Este pasaje no sólo es un recordatorio de verdad, sino que también es mi oración para que ésta sea la condición de mi corazón.
Habacuc puso su confianza y su esperanza en el Dios que fue fiel a su pueblo en el pasado y confió en sus promesas para el futuro. Jesús vino como la respuesta a esas promesas. Él es la respuesta al sufrimiento, a la injusticia y a la maldad del mundo. Él es aquel a quien apuntan todas las historias de redención y de libertad en el Antiguo testamento. A este lado de la cruz, podemos confiar en el plan perfecto de Dios y también podemos «esperar en silencio». Podemos regocijarnos incluso en medio de nuestras ansiedades (vs. 16). Cristo ha venido y está con nosotros en los días más oscuros. Él vendrá de nuevo y hará todas las cosas nuevas.
Este recurso fue publicado originalmente en esta dirección. | Traducción: María José Ojeda

