Existen dos hombres muy famosos en la Escritura que comparten el nombre José. Está el José del Antiguo Testamento, el gran salvador de la nación de Israel, cuya maravillosa historia, narrada en Génesis, trata sobre cómo pasó de ser abandonado por sus hermanos a convertirse en un gobernador de Egipto. Luego encontramos al José del Nuevo Testamento, el padre terrenal de Jesús, que creyó la noticia del ángel y se convirtió en el guardián del joven Mesías. Sin embargo, existe un tercer José, que a menudo pasa desapercibido debido al drama del momento en el que entró en escena.
Me encanta su historia de fe y creo que a ti también te gustará.
La escena en preparación
José de Arimatea entra en escena en el momento en que la gran narración redentora se estaba llevando a cabo, inmediatamente después de la muerte de Jesús. No podría haber habido una tragedia más grande que la de ese momento. Los fariseos habían acusado falsamente al Mesías y lo habían asesinado, crucificándolo como el criminal más bajo. Como parte de su tortura, se aseguraron de burlarse de su supuesta realeza. Al ver esto, los discípulos de Cristo huyeron con un horror impensable.
¿Acaso era posible que la vida de Jesús terminara de esta manera? ¿Podría ser que la fe de aquellos que lo seguían fuera vana? ¿Sería posible que las señales y las maravillas que habían visto y la increíble enseñanza que habían oído no fueran tan asombrosas y sorprendentes después de todo? Si Jesús era verdaderamente el Hijo de Dios, ¿cómo pudo haber muerto? Si Cristo realmente tenía el poder divino que decía tener, ¿por qué no lo usó para aplastar a sus enemigos que maquinaban su muerte?
Estas eran las preguntas, las dudas y los miedos que inundaron las mentes y las almas de aquellos que estuvieron presentes en la crucifixión. Si tú y yo hubiésemos estado ahí, habríamos reaccionado de la misma manera. Recuerda, lo impensable acababa de suceder y los seguidores de Jesús no conocían el final de la historia como nosotros.
Preguntas, dudas y miedos
José de Arimatea tuvo las mismas preguntas, dudas y miedos. Como todos los demás, él no tenía idea de lo que Dios estaba haciendo. Él no tenía la capacidad de ver el futuro, entonces ¿cómo podría haber sabido que acababa de suceder lo peor (la muerte del Mesías) y que esto en realidad se convertiría en lo mejor que podría haber pasado? Este José no tuvo una revelación especial que lo ayudara a comprender que la cruz no era un momento de derrota divina, sino más bien una declaración pública de victoria divina. En ese momento, parecía que todo estaba perdido. Había mucho que él simplemente no entendía.
A pesar de la confusión y del terror del momento, José de Arimatea tomó una postura valiente y fiel, la cual discutiré en los párrafos siguientes. Pero primero, es importante reconocer que José no fue valiente ni fiel porque había descubierto lo que Dios estaba haciendo.
Es tentador para nosotros creer que tendremos mucha más paz, que seremos mucho más obedientes y que mostraremos mucha más valentía en la vida si pudiéramos ver lo que Dios está haciendo. Si tan solo supiéramos por qué tuvimos que perder ese trabajo; por qué tuvimos que experimentar esa enfermedad; por qué tuvimos que soportar ese matrimonio que terminó en una traición desastrosa. Si tan solo hubiésemos sabido… entonces podríamos haber dormido en paz, podríamos haber vivido más obedientemente y podríamos haber actuado más valientemente.
O al menos eso es lo que nos decimos.
Todos vivimos momentos en los que la vida no tiene sentido. Todos enfrentamos situaciones en las que nos parece que quien Dios dice ser se contradice con lo que él nos ha hecho vivir. En esos momentos, es una gran tentación cuestionar el poder, la bondad, la sabiduría y el amor de Dios. Cuando nos permitimos dudar del carácter de Dios, dejamos de correr a él por ayuda y vivimos en un aislamiento espiritual, cautivos y paralizados por nuestras preguntas, dudas y miedos.
Este era el dilema de Asaf, el autor del Salmo 73. La gente malvada a su alrededor vivía en prosperidad mientras que él, un tipo que se había autoproclamado como un hombre bueno, era azotado. En confusión, miedo y enojo, escribió, «ciertamente en vano he guardado puro mi corazón y lavado mis manos en inocencia» (v. 13, NBLH). Otra traducción captura bien su amargura: «¿Conservé puro mi corazón en vano? ¿Me mantuve en inocencia sin ninguna razón?» (NTV).
La pregunta de Asaf no fue una autoevaluación filosófica. Al contrario, fue una acusación personal contra el carácter de Dios, nacida de un corazón amargado. Asaf confesó después, «cuando mi corazón se llenó de amargura, y en mi interior sentía punzadas, entonces era yo torpe y sin entendimiento; era como una bestia delante de ti» (vv. 22-23, NBLH).
A lo que quiero apuntar es a esto: Asaf exigió saber lo que Dios aún no le había revelado como requisito para confiar en él. ¿Cuántas veces nosotros hacemos lo mismo?
El hecho es que no importa cuán alto sea tu coeficiente intelectual bíblico ni cuán sólida sea tu comprensión teológica, siempre habrá misterio en tu vida. Dios nos revela lo que necesitamos saber con el fin de que lo sigamos por fe, pero nunca nos prometió revelarnos todo lo que sabe o todo lo que está haciendo. Es importante recordar que la voluntad secreta de Dios se llama «voluntad secreta» porque es, y siempre será, ¡un secreto!
No encuentras la paz de la mente ni el descanso del alma cuando resuelves tu vida, sino que cuando confías en aquel que tiene todo resuelto y gobierna sobre todas las cosas para su gloria y para tu bien. Cuando tú y yo intentamos dar sentido a las cosas que no entendemos (porque Dios no nos ha dicho lo que necesitamos saber para entenderlas), siempre terminaremos sintiendo envidia de otros y amargura con Dios.
Una acción valiente y amorosa
Regresemos a la historia. Nuevamente, es fundamental recordar que las acciones de José de Arimatea no fueron encendidas por una comprensión especial o una revelación privada. Este hombre no sabía más que algún otro discípulo. Con eso en mente, lee lo que hizo:
Ya al atardecer, como era el día de la preparación, es decir, la víspera del día de reposo, vino José de Arimatea, miembro prominente del Concilio, que también esperaba el reino de Dios; y llenándose de valor, entró adonde estaba Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se sorprendió de que ya hubiera muerto, y llamando al centurión, le preguntó si ya estaba muerto. Y al comprobar esto por medio del centurión, le concedió el cuerpo a José, quien compró un lienzo de lino, y bajando el cuerpo de la cruz, lo envolvió en el lienzo de lino y lo puso en un sepulcro que había sido excavado en la roca; e hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro (Mr 15:42-46, NBLH).
Mientras los otros discípulos se escondían por confusión y miedo, José de Arimatea actuó con una valentía y un amor notables. Si notas en el pasaje, este hombre tenía todo que perder al realizar esta acción. Él era miembro del Concilio del Sanedrín y fueron sus colegas quienes acaban de presionar a Pilato para que juzgara a Jesús por traición y lo colgara en una cruz.
Pedir el cuerpo de ese hombre crucificado era una declaración pública de su amor por Jesús. José de Arimatea ya no sería más un discípulo secreto (Jn 19:38). Aunque podría haber seguido pasando desapercibido, José se metió en medio del drama religioso y político, el mismísimo drama que llevó al resto de los discípulos a esconderse. En una acción, José arriesgó todo: su riqueza, su reputación, su poder e incluso su vida.
No obstante, José de Arimatea amaba demasiado a su Señor como para dejar que su cuerpo se pudriera en la cruz o como para permitir que hubiese sido ignominiosamente arrojado junto a otros criminales a alguna tumba pública. Con un corazón en adoración, él le dio al Mesías un sepulcro, y con un corazón de amor, él sepultó a su Señor con honor.
Lo que José no sabía
Lo que José no sabía era que la sepultura que le dio a Jesús no sería el fin. Por el poder y la gracia de Dios, su tumba no era un ataúd de muerte, sino una puerta a la vida. Después de tres días, la piedra sería removida y las envolturas de lino serían dejadas, porque Jesús volvería a vivir, y también lo harían todos los que lo seguirían por fe. La tumba que José ofreció no era un lugar de descanso final, sino más bien, el símbolo máximo de la victoria completa y final sobre el pecado y la muerte y la entrega de la promesa de perdón y vida nueva para todos los que ponen su confianza en él.
José de Arimatea no tenía idea de que las generaciones de creyentes que vendrían no mirarían llorando su tumba sellada con una piedra fija, sino que la mirarían con la alegría de tener una esperanza eterna, pues la piedra de la tumba sería quitada. El sepulcro de muerte de José ahora es honrado como un símbolo de vida. Se levanta como una imagen del poder del Dios todopoderoso. Vive como un retrato de la fidelidad de Dios. Es un signo que apunta hacia la gracia de Dios. Se asienta en la historia del ser humano como una garantía de la finalización de la obra redentora de Dios.
La tumba vacía de José es un dedo que apunta hacia otra resurrección que vendría. Resucitaremos de este mundo marcado por el pecado y manchado por el sufrimiento hacia un nuevo mundo con el Hijo al centro y sin poder encontrar pecado ni sufrimiento en ningún lado. El sepulcro de José significa que vendría un día en el que nunca más se necesitará una tumba, porque la muerte misma estará muerta.
¿No es increíble que todo aquel que creyó en Jesús fue animado por la tumba vacía de José? El acto común y corriente de dejar un cuerpo en una tumba se convirtió en la escena del hecho más extraordinario que pudo haber pasado. Mientras subía las escaleras para pedirle a Pilato el cuerpo de Jesús, José no tenía idea del significado de lo que estaba por hacer. Él no actuó porque supiera lo que iba a suceder, sino porque sabía por quién actuaba.
¿Y qué hay de ti? ¿Adónde te está llamando Dios a ser valiente en tu fe? ¿Hacia dónde te está empujando a hacer algo simplemente porque lo amas? Quién sabe qué cosas extraordinarias hará con tu pequeño acto de fe y de amor.
José de Arimatea no tenía idea de lo que resultaría de su valiente acto de amor reverencial, y nosotros tampoco sabemos lo que Dios hará en nosotros y por medio de nosotros a medida que actuamos en la valentía de la fe y con corazones de amor en adoración. Nuestro Señor es capaz de tomar respuestas de fe comunes y corrientes y hacer cosas extraordinarias con ellas, y debemos recordar que tenemos todo lo que necesitamos en lo que él ha revelado para actuar en la valentía de la fe y en la adoración de amor.
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