Era una fría noche de martes. Estuve todo el día aconsejando pacientes; en la tarde tuve que dar una clase de tres horas en el seminario. No es necesario decir que estaba física, mental y espiritualmente agotado.
Mientras conducía de vuelta a casa cerca de las 10:00 p.m., mi corazón se centraba en una sola cosa: relajarme. Después de todo, ¿acaso no tenía el derecho a eso? Pensaba que si había estado todo el día sirviendo fielmente al Señor y a las personas, entonces, por supuesto que Dios estaría de acuerdo con que tenía el derecho de desconectarme.
Comencé a visualizar, con ilusión, el perfecto final para un día agotador: por alguna inexplicable razón, en esta visión toda mi familia se había ido a dormir a las nueve en punto. La casa estaba en completo silencio, la sala de estar estaba vacía, y el televisor, libre. Me servía un vaso de Coca-Cola light muy fría y dejaba el gran y santo peso que Dios me había llamado a llevar de aconsejar y enseñar teología.
(Por si aún no te has dado cuenta, ¡me dirigía a mi casa con una actitud egoísta y egocéntrica!).
HABÍA ALGUIEN DESPIERTO
No pasó mucho tiempo para que mi ilusión se desvaneciera. Abrí la puerta silenciosamente y por un momento mi corazón tuvo esperanza (¡las luces estaban apagadas!). Sin embargo, no había puesto ni un pie en la entrada cuando escuché una voz enojada: era Ethan, mi hijo adolescente.
Voy a admitirlo, porque como padres, a todos nos ha pasado: todo se había arruinado para mí. Quería fingir que no lo había escuchado; quería irme y cerrar la puerta tras de mí y dormir en el auto. Esa noche no quería hacer nada que tuviese que ver con mi llamado como padre.
No podía escapar; sin embargo, aunque físicamente estaba ahí, luchaba con involucrarme espiritualmente en esto. Quise decirle a Ethan, “¿acaso no sabes el día que he tenido? ¿No sabes cuán cansado estoy después de servir a Dios todo el día? Lo que menos necesito en este momento es lidiar con tus problemas de adolescente. Simplemente, déjame solo”.
Todos estos pensamientos se propagaron en mi corazón, pero no dije ni una sola palabra. Sólo escuché a Ethan desahogarse con sus “problemas de adolescente”.
CONVERSACIONES COMUNES Y CORRIENTES
Lo que sucedía era que Ethan estaba enojado con su hermano mayor. Se quejaba bastante del hecho de que Dios dispuso que fuera el segundo hijo, ya que el mayor parecía “desperdiciar su vida”.
El asunto que inició esa pelea entre hermanos era insignificante; me vi tentado a decirle que simplemente tenía que vivir con eso. Después de todo, ¿no sabía todos los “grandes problemas” con los que había tenido que lidiar ese día en consejería? Sin embargo, en ese momento, algo diferente cautivó mi espíritu: esta era una conversación común y corriente, cargada de oportunidades celestiales. Era una situación normal dentro de la crianza, que ocurre innumerables veces cada día, pero dispuesta por un Dios amoroso y soberano, en la que el corazón de mi hijo adolescente estaba siendo expuesto.
Esta era más que otra conversación común y corriente entre Ethan y papá. Esta era una conversación sobre Dios, una conversación dinámica y única sobre redención en donde Dios estaba continuando la obra de rescate que había comenzado en mi hijo hace algunos años. La única pregunta en esta situación cotidiana era si yo seguiría el plan de Dios o el mío.
¿Le creería al evangelio en ese momento, confiando en que Dios me daría lo que necesitaba para hacer lo que me estaba llamando a hacer en la vida de mi hijo? ¿O creería las mentiras del reino del yo, aceptando que estaba agotado y tenía el derecho a dejar mis obligaciones de padre por esa noche y hacer que mi vida girara en torno a mí?
OPORTUNIDAD EXTRAORDINARIA
Le pedí a Ethan que se sentara en la mesa del comedor y me dijera qué estaba pasando. Él estaba herido y enojado; estaba exponiéndome su corazón sin saber. Conversamos detalladamente sobre su enojo y después de un rato él ya estaba listo para escuchar.
Un desacuerdo insignificante con su hermano abrió la puerta para conversar cosas que estaban lejos de ser insignificantes. La gracia de Dios me dio la fuerza y la paciencia que necesitaba; llenó mi boca con las palabras correctas. Ethan se vio a sí mismo de una forma distinta esa noche y confesó cosas que nunca antes había reconocido.
Se acercaba la medianoche cuando le di las buenas noches a Ethan y, aunque mi cuerpo estaba agotado, ¡mi alma estaba llena de energía! ¿Por qué? Porque lo que al principio parecía ser una conversación normal e irritante sobre una pelea insignificante entre hermanos había sido de hecho una oportunidad maravillosa para pastorear a mi hijo; una oportunidad dispuesta por un Dios de amor.
TU LLAMADO A LA CRIANZA
Decidí escribir sobre esta situación porque fue una de esas conversaciones comunes y corrientes que no sólo se dan diariamente, sino que muchas veces al día. Cada una de esas conversaciones está cargada de oportunidades y deben verse como algo más que problemas que se interponen en el camino de tu vida placentera.
Estas son las conversaciones para las que Dios diseñó a los padres. Eres un agente de Dios que está alerta. Has recibido un llamado increíble, ¡mucho más importante que el trabajo que haces de 9:00 a.m. a 5:00 p.m. o de 8:00 a.m. a 10:00 p.m.! Eres un instrumento de Dios para ayudar y preparar a tus hijos a medida que maduran para salir de casa hacia el mundo de Dios.
Estas 10.000 conversaciones comunes y corrientes le dan valor a tu vida. Es ahí donde harás una contribución que valdrá infinitamente más que cualquier carrera o logro financiero.
Dios te dará todo lo que necesitas para cada una de esas conversaciones.
Este recurso proviene de Paul Tripp Ministries. Si deseas recursos adicionales, visita www.paultripp.com. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda

