El año pasado, mi abuelo tuvo un derrame cerebral y fui a visitarlo al hospital. Nos reunimos con nuestra familia en la sala de espera y en turnos pasábamos a verlo a su pieza. Durante una de las rotaciones en el lugar donde estábamos esperando, levanté la mirada y vi a mi abuela parada en la estación de enfermería, llorando. Corrí para estar a su lado y ahí me enteré que el doctor le había dicho que debía tomar la decisión de trasladar a mi abuelo a la unidad del dolor y cuidados paliativos. Yo no sabía qué hacer o cuáles eran las palabras correctas para decirle. Finalmente, la abracé y le dije, “vamos a orar”.
Fuimos a la capilla del hospital y clamamos al Señor. Lloramos; pedimos sabiduría, ayuda, fortaleza para sobrellevar la situación durante los próximos días.
Nos lamentamos.
Los salmos de lamento
Los diccionarios definen la palabra lamento como “sentir o expresar tristeza o aflicción”. No es una palabra que usemos mucho en esta época. De hecho, el lamento es un arte que no practicamos muy a menudo en la cultura Occidental. En lugar de expresar nuestras emociones, tendemos a esconderlas, distraernos para no sentirlas o aun fingir que no existen. Cuando las circunstancias difíciles interrumpen nuestras vidas, tendemos a buscar salvadores falsos para que nos rescaten. Nos escondemos en el trabajo, en entretenciones o en medio kilo de helado. Podemos incluso tomar las situaciones en nuestras propias manos y tratar de controlar nuestras circunstancias. Haríamos lo que fuera, menos enfrentar el dolor y la pena que sentimos.
Sin embargo, la Escritura está llena de lamentos. Habacuc lamentó el juicio que vendría sobre Israel. El libro de Lamentaciones es un largo lamento. Nuestro Salvador dio un grito de lamento en el huerto de Getsemaní. Los salmos de lamento son canciones poéticas que expresan con palabras la tristeza y los dolores del pueblo de Dios.
Los lamentos en la Escritura hacen mucho más que expresar emociones dolorosas. Los salmos de lamento, en particular, hacen más que sólo liberar emociones que estaban contenidas. Son mucho más que una simple catarsis. En su interior, estos salmos son teología, doxología, una forma de adoración; son recordatorios de la verdad. Ellos muestran cómo se pone la fe en práctica; son transformadores para el creyente. Hay muchas más cosas que podemos aprender de ellos.
El modelo de los lamentos
Aunque los salmos de lamento fueron escritos por diferentes salmistas, en diversas circunstancias y por distintas razones, aun así comparten una estructura y modelo común. Casi todos los lamentos van de lo negativo a lo positivo, de la tristeza a la alegría y del miedo a la confianza. Los lamentos representan el viaje del alma. Al seguir el camino que toma el salmista, podemos aprender el arte del lamento para que nosotros también podamos clamar a Dios en medio de nuestro dolor.
Los salmos de lamento comparten varios elementos comunes, pero los tres más importantes son:
- Clamor a Dios: en los lamentos, los salmistas comienzan con un clamor a Dios. Van ante Dios tal cual son, con ríos de lágrimas. No ordenan sus vidas antes de buscar a su Padre celestial. Dios ya sabe lo que está pasando en sus mentes y corazones, por lo que ellos no fingen que sus vidas son mejores de lo que son en realidad. Los salmistas expresan las profundidades de su dolor con descripciones y adjetivos gráficos: “estoy cansado de sollozar; todas las noches inundo de lágrimas mi cama, ¡mi lecho empapo con mi llanto!” (Sal 6:6).
- Pedir ayuda: luego los salmistas piden ayuda. Ruegan a Dios que los rescate; le piden que los libere del dolor; le piden ayuda y salvación. Cualquiera sea su necesidad, le piden a Dios que intervenga y que les provea: “Dios mío, no te alejes de mí; Dios mío ven pronto a ayudarme” (Sal 71:12).
- Responder con confianza y alabanza: a través de los lamentos, los escritores frecuentemente mencionan el carácter de Dios, sus obras de salvación en el pasado, su poder y su sabiduría, su amor y su fidelidad. A medida que los salmistas claman a Dios y recuerdan quién es Dios y lo que ha hecho, terminan su lamento con una respuesta de confianza, alabanza y adoración. Para aquellos de nosotros que leemos esos lamentos, pareciera que terminan abruptamente. Podríamos preguntarnos, ¿cómo los salmistas pasan de sentir que sus vidas están por acabar a alabar a Dios? Los lamentos no se desarrollan en tiempo real. Antes de escribir, los salmistas habían soportado una travesía de lucha con sus pensamientos y emociones, clamando a Dios una y otra vez y recordándose la verdad a sí mismos. Al hacer esto, ellos podían responder con confianza y alabanza a Dios: “Señor, mi Dios, con todo mi corazón te alabaré, y por siempre glorificaré tu nombre” (Sal 86:12).
Esto es sólo una pequeña degustación de lo que podemos aprender al estudiar el modelo que siguen los salmos de lamento. Aprender y adoptar este patrón como nuestro nos ayuda a clamar a Dios por nuestros propios dolores, tristezas, penas y miedos. Seguir el camino de los salmistas nos ayuda a sacar la mirada de nosotros mismos para poner nuestros ojos solo en aquel que puede salvarnos. Mientras más hagamos esto, más nos encontraremos en la presencia de nuestro Padre clemente en el cielo, el lugar al cual se nos anima a ir: “Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos” (Heb 4:16).