Dios plantó la primera viña y Dios diseñó la primera uva. Él sabía precisamente qué ocurriría cuando esa modesta bolita fuera cosechada, aplastada, fermentada, agitada y presionada. Él sabía cómo haría sentir a un hombre: alegre (Sal 104:14-15). Él sabía que lo serviría (no agua, no leche, no sólo jugo) en las comidas más importantes de la iglesia (Mt 26:27).
Antes de pronunciar las advertencias, es bueno recordar que Dios ama el buen vino y todavía lo sirve para que sus hijos lo disfruten, pero su amor no es joven ni ingenuo. Su profeta advierte: «el vino traiciona» (noten, no dice el vino en exceso, sino que dice «el vino», el alcohol diario del día) «[…] el vino traiciona al hombre arrogante, de modo que no se queda en casa. Porque ensancha su garganta como el Seol, y es como la muerte, que nunca se sacia; reúne para sí todas las naciones, recoge para sí todos los pueblos» (Hab 2:5). Tan arrogante y despiadado como Hitler y tan codiciosa como la muerte, ¿acaso hemos considerado al tirano que muchos de nosotros hemos bebido a sorbos irreflexivamente entre bocado y bocado?
¿Quién sufre sin causa?
Si bien es más difícil que podamos encontrar ánimo para el consumo de alcohol en la Escritura, no es del todo difícil encontrar advertencias sobre sus abusos.
Moisés una vez lo describió como «[…] veneno de serpientes, y ponzoña mortal de cobras» (Dt 32:33). En el Salmo 75, es una imagen de la ira de Dios (Sal 75:8). Quienes se inclinan a su próxima bebida nunca verán el Reino de Dios (1Co 6:9-10; Gal 5:21). Y si alguno asegura ser hermano mientras abusa del alcohol sin arrepentimiento, debe ser quitado de la iglesia (por el bien de su alma). «Les escribí que no anduvieran en compañía de ninguno que, llamándose hermano, es un […] borracho, […]. Con esa persona, ni siquiera coman» (1Co 5:11). Las advertencias son tan serias como numerosas.
Un pasaje en particular, Proverbios 23:29-35, no sólo advierte sobre el juicio que caerá sobre la borrachera, sino sobre los peligros espirituales de este tipo de alcoholismo.
¿De quién son los ayes? ¿De quién las tristezas?
¿De quién las luchas? ¿De quién las quejas?
¿De quién las heridas sin causa?
¿De quién los ojos enrojecidos?
De los que se demoran mucho con el vino,
De los que van en busca de vinos mezclados (Proverbios 23:29-30).
El hombre sabio sigue para explicar sus ayes y tristezas, sus heridas y miserias. Un uso saludable y piadoso del alcohol sigue atento contra al menos estos cinco grandes peligros (todos resultados de beber en exceso): confusión, perversión, inestabilidad, parálisis e inutilidad.
Confusión
Tus ojos verán cosas extrañas […] (Proverbios 23:33).
El primer peligro de la borrachera es la confusión. Abusar del alcohol te hará ver cosas extrañas, te robará la capacidad de percibir la realidad. Verás cosas que no están ahí o verás cosas que están ahí, pero no como son. Como un hombre tirado a un lado de la calle, no podrás caminar recto, mucho menos de una manera digna de Dios (Col 1:10).
Vemos este peligro cuando Dios le dice a Aaron y a los sacerdotes: «[…] ustedes no beberán vino ni licor, ni tú ni tus hijos contigo, cuando entren en la tienda de reunión, para que no mueran. Es un estatuto perpetuo por todas sus generaciones» (Lv 10:8-9). ¿Por qué Dios le prohíbe a los sacerdotes beber alcohol? Porque ellos, más que cualquier otra persona, necesitaban ver la realidad lo suficientemente clara para guardar al pueblo del peligro, especialmente del peligro espiritual, y guiarlos a lo que es verdadero, hermoso y santo. «Y para que hagan distinción entre lo santo y lo profano, entre lo inmundo y lo limpio, y para que enseñen a los israelitas todos los estatutos que el Señor les ha dicho por medio de Moisés» (Lv 10:10-11).
La borrachera, en ese entonces y ahora, empaña las distinciones entre la vida y la muerte, y enturbia las promesas y los mandamientos de Dios.
Perversión
Tus ojos verán cosas extrañas, y tu corazón proferirá perversidades (Proverbios 23:33).
La Escritura repetidamente relaciona la borrachera a la inmoralidad, especialmente, a la inmoralidad sexual (ver Os 4:10-11; Jl 3:2-3). En los versículos anteriores al nuestro, el padre sabio dice:
Dame, hijo mío, tu corazón,
Y que tus ojos se deleiten en mis caminos.
Porque fosa profunda es la ramera
Y pozo angosto es la mujer desconocida.
Ciertamente ella acecha como ladrón,
Y multiplica los infieles entre los hombres.
¿De quién son los ayes? ¿De quién las tristezas? […] (Proverbios 23:26-29).
¿Por qué se mueve tan rápido, y sin ninguna transición, de prostitutas a copas de vino? Porque lo segundo demasiado a menudo lleva a lo primero. El alcohol excesivo exagera los placeres del pecado y oscurece sus costos y consecuencias. La borrachera hace que una fosa mortal se vea como un pozo, un ladrón sanguinario como un amigo confiable, una mujer prohibida como un arroyo secreto de deleite.
Por lo tanto, ¿cuál es la advertencia? El alcohol saca la perversidad del hombre. Él dice cosas que nunca habría dicho sobrio. Hace cosas que nunca habría hecho de otra manera. La borrachera deshizo al justo Noé después de que Dios lo liberara gracias al diluvio: «bebió el vino y se embriagó, y se desnudó en medio de su tienda» (Gn 9:21). El alcohol engañó a Lot y lo llevó al incesto (Gn 19:32). Cuando Nabal rechazó a David y dejó que sus hombres pasaran hambre, ¿qué avivó su necedad? «[…] El corazón de Nabal estaba alegre, pues estaba muy ebrio […] (1S 25:36). El alcohol no provoca perversión donde no la hay (Mt 15:11), pero puede avivar el pecado oculto hasta convertirlo en una llama devastadora y furiosa.
Inestabilidad
Y serás como el que se acuesta en medio del mar, o como el que se acuesta en lo alto de un mástil (Proverbios 23:34).
La imagen aquí se acerca a la confusión del versículo 33, pero lleva una advertencia única. Si la anterior era inhabilidad para discernir lo santo de lo que no lo es, lo real de lo irreal, esta imagen enfatiza la incapacidad. El alcohol adormece a un hombre mientras corre grave peligro, en situaciones donde su estado de alerta realmente importa. Incluso se queda dormido en la cofa, donde los vientos y las olas se sentirán más. Él está completa e increíblemente inconsciente del peligro.
De esta manera, el alcohol no sólo es un peligro para un hombre, sino que para todo el que dependa de él. Mientras duerme en la tormenta del mar, pone en peligro a todos los demás que están en el bote y deja cualquier cosa que podría haber hecho en manos de alguien más. Cuando más lo necesitan, no está disponible. Botella tras botella, hace de sí mismo una carga para aquellos a quienes ha sido llamado a proteger y proveer.
Peor que eso, el alcohol a menudo convierte a un hombre en terror para quienes él ama. Otro proverbio dice: «el vino es provocador, la bebida fuerte alborotadora, y cualquiera que con ellos se embriaga no es sabio» (Pr 20:1). Esta es la antítesis misma de Jesús, quien calmó los mares por aquellos a quienes Él amaba. Cuando viene la tormenta, este hombre crea incluso más caos. Crea tormentas donde no había ninguna. En lugar de un refugio estable, es volátil e impredecible.
Parálisis
Y dirás: «Me hirieron, pero no me dolió; me golpearon, pero no lo sentí. […]» (Proverbios 23:35).
De las cinco, esta podría ser la más aterradora. La borrachera adormece a un hombre ante la realidad y, específicamente, ante todo lo que lo amenace. Sus sentidos han sido tan enfriados que ni siquiera puede sentir cuando alguien lo golpea. Está herido, pero no puede sentir el dolor, lo que significa que ya no puede detectar el peligro.
Eso es lo que hace el dolor: nos alerta de alguna amenaza y nos llama a actuar. Si estamos borrachos, no escuchamos la alarma. «Estén alerta», advierte Jesús, «no sea que sus corazones se carguen con disipación, embriaguez y con las preocupaciones de la vida, y aquel día venga súbitamente sobre ustedes como un lazo» (Lc 21:34). Él enseña la lección con imágenes aún más terroríficas. Dice que cuando el siervo malvado beba con los borrachos
vendrá el señor de aquel siervo el día que no lo espera, y a una hora que no sabe, y lo azotará severamente y le asignará un lugar con los hipócritas; allí será el llanto y el crujir de dientes (Mateo 24:50-51).
El horror está en cuán rápido caerán de la comodidad de la borrachera a la agonía del juicio. Si los proverbios no los pondrán sobrios, el llanto lo hará.
Inutilidad
¿Cuándo despertaré de este sueño para ir a buscar otro trago? (Proverbios 23:35, NVI).
¿Existe una sola imagen que retrate mejor la inutilidad y la locura de la borrachera? El borracho busca satisfacción en su copa, pero busca y busca y nunca encuentra el fondo. No importa cuánto beba, su sed nunca se sacia. El consumo lo consume.
El Predicador de Eclesiastés estaba bien familiarizado con el licor: «consideré en mi corazón estimular mi cuerpo con el vino […]. Consideré luego todas las obras que mis manos habían hecho y el trabajo en que me había empeñado, y resultó que todo era vanidad y correr tras el viento, y sin provecho bajo el sol» (Ec 2:3-11). Ninguna cantidad de alcohol podría saciar el anhelo en su interior. Y sin embargo, millones siguen sirviéndose, emborrachándose y corriendo tras el viento.
El profeta Isaías había visto cómo el alcohol arruina las almas. Él les dijo a los líderes de Israel: «[…] ellos son pastores que no saben entender. Todos se han apartado por su propio camino, cada cual, hasta el último, busca su propia ganancia. “Vengan”, dicen, “busquemos vino y embriaguémonos de licor; y mañana será como hoy, solo que mucho mejor”» (Is 56:11-12). Piden vida al vino porque son necios, porque tercamente beben de pozos secos. Y sus almas resecas consumían a cualquiera que los siguiera. La borrachera es un pozo sin agua, una maratón sin una línea de meta, una maldición que no se levantará.
Beber con un vacío
Nada de esto, por ejemplo, niega la bondad profunda y espiritual del vino. Nuevamente, la Cena del Señor nos enseña que esto no es una bebida para las sombras, sino que para los cuatro vientos. Sin embargo, como muchos de los mejores regalos de Dios, el vino es aún más peligroso por haber sido impregnado con tanto potencial para bien.
Y, como también sucede con los mejores dones, la sabiduría respecto a la copa significará más que escuchar advertencias. Significará estar tan satisfecho de otro pozo más profundo que podemos disfrutar vino sin convertirnos en sus esclavos. «Y no se embriaguen con vino, en lo cual hay disolución, sino sean llenos del Espíritu» (Ef 5:18) [énfasis del autor]. En otras palabras, si decides beber, no bebas con un alma vacía. La mejor manera de protegerse de los peligros graves del alcohol es llenarse de Dios: beber diaria y profundamente de sus palabras, confiar en Él con nuestros temores y cargas por medio de la oración, agradecerle por las nuevas y únicas expresiones de su bondad, entregar nuestras vidas, dones y alegrías entre su pueblo, para cantar juntos nuestro amor por él. En corazones como estos, la borrachera no puede entrar por la puerta principal, mucho menos encontrar un asiento en el bar.
Irónicamente, las personas que viven así, cuyas vidas están regular y alegremente empapadas de Dios, no sólo evitan las terribles y destructivas maldiciones de la borrachera, sino que también podrían llegar a disfrutar en verdad y más completamente un poco de buen vino.