Nota del editor: este artículo forma parte de la serie «Cómo ayudar a tu iglesia local», publicada originalmente en Desiring God.
«Espero que salgas el domingo profundamente animado por el Evangelio, y también espero que salgas un poco cansado».
He recibido más de un par de miradas confusas cuando he pronunciado esa afirmación en la clase de futuros miembros de la iglesia. Muchos cristianos entienden la adoración comunitaria según la ilustración de la estación de combustible: la iglesia es donde «llenas tu estanque espiritual» para la semana que viene. Vamos a la iglesia esperando que satisfaga mis necesidades y que me deje a mí con cierta sensación o nivel de energía. No obstante, el enfoque de la estación de combustible es esencialmente uno de consumismo.
Es verdad, la adoración comunitaria ciertamente nos llenará a medida que encontramos la bondad y la gloria de Dios. En ese sentido, los cristianos sabios van a la iglesia a recibir. No obstante, como explico en las clases de nuestros futuros miembros, la adoración comunitaria debe dejarnos sintiéndonos tanto animados como un poco cansados. Porque, como otras áreas de la vida eclesial, la adoración comunitaria también es una oportunidad para servir.
Desde el servicio; para el servicio
Dios diseñó la vida en común de la iglesia y su adoración para incluir actos de servicio a otros. Cantamos alabanzas a Dios para animar a los demás con las letras del Evangelio (Ef 5:19). Nos esforzamos en poner atención a la predicación de la Palabra para que podamos no sólo cuidar de nuestras propias almas, sino que también el bienestar espiritual de otros (Ef 4:11-12). Oramos juntos por el bien de la unidad y la santidad de todo el cuerpo. Incluso el acto de reunirse es en sí mismo un acto de servicio a otros (Heb 10:24-25).
Todo este servicio requiere energía, por supuesto. Puede ser agotador. Nos fuerza a despojarnos de nuestro consumismo y a adoptar la posición de un siervo. Pero no debería ser una sorpresa que Dios haya diseñado la vida de la iglesia de esta manera.
Puesto que la iglesia nació desde el servicio. Existe sólo porque «ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Mr 10:45). El siervo sufriente no se humilló a sí mismo para morir bajo el tormento de la ira de Dios por nuestro pecado a fin de que Él pudiera hacer para sí mismo una comunidad de consumidores. Él murió para hacernos como Él; murió para que nosotros también pudiéramos ser «siervos de Dios» (1P 2:16).
Jesús mismo dejó claro este punto por medio de su ministerio de enseñanza. Cuando los discípulos discutían sobre cuál de ellos era el mayor, Jesús respondió: «si alguien desea ser el primero, será el último de todos y el servidor de todos» (Mr 9:35). Y cuando Jacobo y Juan pidieron sentarse uno a la derecha y otro a la izquierda en la gloria, Él dijo:
Ustedes saben que los que son reconocidos como gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos, y que sus grandes ejercen autoridad sobre ellos. Pero entre ustedes no es así, sino que cualquiera de ustedes que desee llegar a ser grande será su servidor, y cualquiera de ustedes que desee ser el primero será siervo de todos (Marcos 10:42-44).
Dos maneras de involucrarse
La enseñanza de Jesús ofrece un duro contraste con las suposiciones del mundo y nuestras propias inclinaciones consumistas. En el Reino al revés de Jesús, los ciudadanos hacen carrera para llegar al fondo. Se abren paso a empujones hacia el final de la fila. Hacen inversiones que generan ganancias para otros. Van por el récord de asistencia en lugar de por la corona de anotaciones. Operan a partir de la idea aparentemente absurda de que realmente se es más bendecido cuando se da que cuando se recibe (Hch 20:35).
Por supuesto, este llamado a servir desafía la noción de que la vida bendecida se trata completamente de la realización personal. También es un misil dirigido contra el consumismo profundamente arraigado en nuestros corazones: un consumismo que a menudo levanta su cabeza incluso en cómo abordamos nuestra relación con la iglesia local. En lugar de ir a la iglesia como un crítico culinario, apreciando la vibra y preguntando si es que la música encaja con nuestro gusto, Jesús nos enseña a aparecer como garzones, listos para limpiar mesas, lavar platos y llevar refrescos a otros (incluso mientras nuestras propias almas se dan un festín en la gloria de Dios, que todo lo satisface, en los elementos de la adoración).
Tristemente, nuestro consumismo puede ser tan pernicioso que incluso deforma nuestra ambición para servir en más consumismo. Podemos hacer del servicio en asunto que consista en realizar la actividad que queramos para expresarnos a nosotros mismos en maneras que encontremos satisfactorias. Podríamos preguntar sobre cómo podemos servir, pero buscamos el servicio que más nos produzca alegría. Podemos maniobrar para conseguir nuestra fantasía de posiciones ministeriales o incluso podemos esperar que la iglesia ponga en marcha los suficientes programas para que nuestro don pueda ser expuesto. Catequizados por el evangelio del individualismo expresivo, los cristianos modernos pueden incluso hacer que el servicio a la iglesia sea más sobre realización personal que sobre satisfacer necesidades. Incluso en el servicio, podríamos querer obtener más de lo que damos.
Nuestro patrón y poder
¿Cómo respondemos a semejante ensimismamiento tan arraigado? Para comenzar, hay que reconocer que al centro del consumismo está el orgullo. Tenemos un concepto más alto de nosotros mismos de lo que debemos. Como Jacobo y Juan, que querían sentarse a la derecha y a la izquierda de Jesús en el Reino, bautizamos nuestro orgullo con el lenguaje de la ambición espiritual.
La única solución a ese orgullo es ver y saborear nuevamente la humildad del Hijo del Hombre, que no vino a ser servido sino que a servir: Aquel que «aunque existía en forma de Dios […] se despojó a sí mismo tomando forma de siervo […]» (Fil 2:6-7). Como deja claro Pablo, la humildad de Cristo es tanto un patrón para nuestro servicio así como el poder para nuestro servicio. Debemos tener «esta actitud» de servicio como la de Cristo, aun cuando reconocer eso ya es nuestra por fe (Fil 2:5).
Sólo al ver en el Evangelio la profundidad de la propia humildad de Cristo podemos comenzar a alejar el orgullo y el consumismo que fluye de él. Podemos detener la búsqueda de nuestra propia gloria cuando, por fe, comprendemos que Cristo dejó su gloria por nosotros. Somos libres de buscar ambiciones egoístas para nuestro futuro cuando creemos que el mismo Hijo de Dios fue ambicioso por nuestro futuro, tan ambicioso que estuvo dispuesto a sufrir la ira de Dios para comprar ese glorioso futuro para nosotros. No tenemos que buscar la mera realización personal una vez que nos damos cuenta de que «se despojó a sí mismo» (Fil 2:7) a fin de que pudiéramos ser «llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios» (Ef 3:19).
Ándate cansado y como Cristo
Aceptar verdades como estas pueden romper el control del consumismo sobre nuestro enfoque de la vida de la iglesia y de la adoración comunitaria. Dejaremos de buscar sólo programas donde podamos expresar nuestros dones y comenzaremos a buscar personas, miembros con necesidades reales que podamos satisfacer. Reconoceremos que la iglesia no es una empresa de catering; es un cuerpo del pacto donde cada miembro tiene al Espíritu para el «bien común» (1Co 12:7).
Comenzaremos a ver que la membresía de la iglesia no es meramente una oportunidad para obtener algo, sino una oportunidad para comprometerse con un cierto grupo de cristianos a fin de darles algo. Aceptar esa vida en la iglesia local implica preocuparse tanto por la santidad de los miembros como por la nuestra. Al final, descubriremos que servir, no consumir, es una de las maneras más profundas en las que Dios llena nuestro tanque espiritual. Porque en su Reino, salvas tu vida al perderla (Lc 9:24).
La próxima vez que te reúnas con el pueblo de Dios, espero que te vayas fortalecido y espiritualmente alimentado, espero que hayas sido edificado por el Evangelio y asimismo espero que te vayas un poco cansado. Espero que te vayas un poco más parecido al Hijo del Hombre, que dio su vida para servir.