Uno de mis hijos tiene una manta favorita —en realidad, tiene dos porque compré otra en caso de que perdiera una; si tienes hijos, ¡sabes por qué lo digo!—. Se la compré antes de que naciera; tiene su nombre bordado en una de las puntas. Al principio ya era suave, pero con el tiempo se suavizó aun más. Cuando mi hijo era más pequeño, frente a cualquier momento de tristeza o de miedo, podía encontrarlo acurrucado en su mantita.
Todos tenemos cosas a las que corremos en busca de consuelo. Todos tenemos cosas a las que recurrimos instintiva y automáticamente buscando esperanza, aliento y fortaleza cuando nos debilitamos por las preocupaciones de esta vida.
¿Cuáles son las tuyas? Lo más probable es que no sea una manta. Sin embargo, podría ser la comida, la bebida, la televisión, las compras, el trabajo o el ejercicio. Podría ser una persona; una experiencia. Cuando la vida se pone difícil, todos acudimos a algo con la esperanza de que nos rescate, nos fortalezca o de alguna manera pueda mejorar las cosas.
FORTALEZA EN LA PALABRA
El salmo más largo en el libro de los Salmos es el 119. David dedicó los 176 versículos a hablar de la Palabra de Dios. Cada verso hace referencia a ella de alguna u otra forma destacando la sabiduría y la verdad de Dios.
“De angustia se derrite mi alma: susténtame conforme a tu palabra.” Salmo 119:28
Este pequeño versículo tiene mucho que decirnos sobre la fortaleza y sobre dónde podemos encontrarla. En primer lugar, el salmista está clamando al Señor, contándole su dolor. Él recurre al único sabio, el Rey del universo, el Hacedor y Sustentador de todas las cosas. Clama a Dios honestamente, expresando las profundidades de su angustia y pena.
En segundo lugar, el salmista pide ayuda. Pide fortaleza y la busca en Dios por medio de su Palabra. En la versión Nueva Traducción Viviente se traduce de la siguiente manera: “…aliéntame con tu palabra”. El salmista recurre a la Palabra de Dios como su fuente de fortaleza y aliento en los momentos de dolor.
¿Qué aprende el salmista de la Palabra de Dios? Más adelante, en el verso 50, él escribe, “Éste es mi consuelo en medio del dolor: que tu promesa me da vida”. Después agrega, “Tu palabra, Señor, es eterna, y está firme en los cielos. Tu fidelidad permanece para siempre; estableciste la tierra y quedó firme. Todo subsiste hoy, conforme a tus decretos, porque todo está a tu servicio. Si tu ley no fuera mi regocijo, la aflicción habría acabado conmigo. Jamás me olvidaré de tus preceptos, pues con ellos me has dado vida” (89-93). La Palabra de Dios le dio vida al salmista.
“El fundamento de nuestra fe se encuentra en lo que aprendemos en la Escritura sobre Dios, sobre quién es, qué ha hecho y quiénes somos a la luz de todo eso. Es el ancla que nos sostiene cuando las tormentas se presentan en nuestras vidas. Es una luz que nos guía y dirige en la oscuridad de nuestras circunstancias. Cuando nuestras emociones nos suben a una montaña rusa, nuestra teología es el horizonte firme que nos mantiene en nuestro lugar”. (A Heart Set Free [Un corazón liberado], p. 135).
LA FORTALEZA QUE NECESITAMOS
Cuando estamos hundidos en el dolor, cuando nos paraliza el miedo, cuando nos debilitamos por las preocupaciones de esta vida, necesitamos volvernos a la Palabra de Dios. Ella es nuestra fortaleza, pues es la forma en que Dios se comunica con nosotros. Por medio del Espíritu que obra en nosotros, él usa su Palabra para cambiarnos, corregirnos, consolarnos, guiarnos y equiparnos.
Como escribe el autor del libro de Hebreos, “Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón”. (4:12). Pablo escribe, “Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17). En Juan 17:17, Jesús dice que la Palabra nos santifica.
A este lado de la historia de redención, tenemos la Palabra completa de Dios. Todas las promesas en las que confió el salmista se han cumplido en Cristo. Jesús es la Palabra hecha carne; es la encarnación de la sabiduría; es la Palabra a la que apunta la Palabra escrita. Cuando recurrimos a Dios en busca de fortaleza, nos revela más de Cristo, quién es y qué ha hecho. Es en conocer a Cristo y ser conocido por él que encontramos la única esperanza que importa.
En nuestra naturaleza caída, cuando las preocupaciones de esta vida nos agobian, tendemos a buscar ayuda o fortaleza recurriendo a consuelos o soluciones temporales en vez de recurrir a Dios. Sin embargo, si los comparamos con Dios, todos son insignificantes. No logran entregar o proveer una esperanza perdurable. No obstante, al leer, estudiar y morar en la Palabra de Dios podemos encontrar la Palabra, Emanuel, y en él está la fuente de toda nuestra esperanza y fortaleza.