Nota del editor: esta es la respuesta a una de las diferentes preguntas que los oyentes del pódcast Ask Pastor John le hacen al pastor John Piper.
Hace poco alguien me pidió que me aventurara a responder esta pregunta: ¿cuál es la pregunta más común que nos llega al pódcast? Y no sé exactamente cuál es la respuesta. Por lo que haré una suposición realmente. Con base en mi experiencia, diría que es esta: a menudo, la pregunta que más nos hacen tiene que ver con el pecado imperdonable. Y con eso, me refiero al sentido más amplio del término, no sólo «¿qué es el pecado imperdonable (tal como lo define la Escritura)?», sino «¿he cometido un pecado que sea tan feo, tan asqueroso, tan atroz, tan premeditado, tan repetitivo, tan arbitrariamente malvado que Dios indudablemente no podrá perdonarme por ello?». Esa es mi respuesta. En mi mejor suposición, esa es la pregunta más común. Es ciertamente uno de los temas dominantes en el pódcast de Ask Pastor John [Pregúntale al pastor John] a lo largo de los años, como puedes ver en el libro de Ask Pastor John en las páginas 337-339.
¿Dios perdonará mi peor pecado? Esa es la pregunta de una joven anónima que escucha el pódcast. «Querido, pastor John, tuve un aborto. Esa es la única cosa que sabía que nunca jamás haría, pero lo hice. No puedo comenzar a detallar aquí el dolor y el daño que me ha provocado, y sé que merezco cada pedacito de ello. Me siento como si siempre fuera una cristiana de segunda categoría por lo que he hecho.
Era creyente cuando cometí ese pecado. No lo hice para evitar una “interrupción” en mi vida, sino porque no confiaba en que pudiera ofrecerle cualquier calidad de vida a un hijo o hija en ese tiempo. En mi mente torcida, sentía que estaba haciendo lo mejor para el niño o la niña al prevenir que tuviera que sufrir en una familia rota o en una casa de acogida. Entiendo que esa manera de pensar es absurda. Simplemente, no entendía eso en ese tiempo. Crecí en una familia que estaba dividida antes de que yo naciera, y temía que mi hijo o hija hubiera tenido ese tipo de vida. No podía soportar la idea de eso.
Ahora siento que esto es algo por lo que siempre debería ser castigada. No he vuelto a la iglesia en años desde que esto ocurrió. Sé que no pertenezco ahí. No merezco ir. ¿Dios querría siquiera perdonarme por eso? ¿Me quiere y aún tiene los planes que tenía para mí antes, o esos planes se esfumaron? Estoy indignada conmigo misma. Sólo espero que aún haya esperanza para mí, aunque sé que incluso querer eso es egoísta e injustificado en este momento».
Cuando escucho la pregunta tan llena de autorecriminación, duda, temor y culpa, me gustaría mucho presentarle a esta mujer (me encantaría saber su nombre, para poder llamarla por su nombre) lo que por muchos años he llamado «culpa valiente».
Culpa real, fe real
Basé el término «culpa valiente» en el profeta Miqueas:
No te alegres de mí, enemiga mía.
Aunque caiga, me levantaré,
Aunque more en tinieblas, el Señor es mi luz.
La indignación del Señor soportaré,
Porque he pecado contra Él,
Hasta que defienda mi causa y establezca mi derecho.
Él me sacará a la luz,
Y yo veré su justicia (Miqueas 7:8-9).
Miqueas reconoce sus pecados. Él admite su culpa y el hecho de que está en oscuridad. Él está sentado ahí; bajo el Señor. Él lo disciplina; está bajo su juicio. Él sabe que es debido a su pecado. Él dice: «moro en tinieblas […] la indignación del Señor soportaré, porque he pecado contra Él». Él no da ninguna excusa. Él no está pretendiendo que esto sea del diablo. Él sabe que esto es del Señor y es horrible.
Así que, él reconoce sus pecados. Admite su culpa y luego dice que morará en esta tiniebla, bajo el desagrado del Señor, «hasta que defienda mi causa y establezca mi derecho». No contra mí, sino que establezca mi derecho. «Entonces me sacará a la luz y veré su justicia».
Eso es maravilloso. Esto es increíblemente valiente. Estoy bajo el juicio oscuro del Señor y aún confío en Él para que sea mi Dios y me reivindique. Por lo tanto, «no te alegres de mí, enemiga mía. Aunque caiga, me levantaré». Esa es la única manera en que sé cómo sobrevivir como pecador salvado. La culpa real, la pena real, el dolor real, la oscuridad real bajo la disciplina de Dios y la fe valiente real en que el mismo Dios que me disciplina y está descontento conmigo está de mi lado y me reivindicará. Por lo tanto, esa es la verdad básica que me gustaría construir en su vida.
Siete respuestas a la desesperanza
Con eso de trasfondo, lo que me gustaría hacer, y pienso que podría ser útil, es simplemente tomar, quizás, seis o siete de sus afirmaciones sobre sí misma y comentarlas.
1. «Siento que esto es algo por lo que siempre debo ser castigada». Bien, sí, lo es. El aborto (y cualquier otro pecado) es algo por lo que siempre debiéramos ser castigados. Y hay un universo de diferencia entre «debo ser castigada» y «seré castigada». La culpa valiente del Evangelio dice: «soy culpable. Debo ser castigada ahora y siempre». Ese es el significado puro del pecado y de la justicia. Y el Evangelio valiente dice: «no seré castigada. No seré castigada porque Jesús cargó el castigo por mí y he renunciado a toda mi autosuficiencia y me lanzo completamente a su misericordia».
Pienso en Gálatas 3:13: «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho maldición por nosotros». Y luego tenemos a Isaías 53:5: «pero Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, y por sus heridas hemos sido sanados». Entonces, sí, deberías ser castigada por tu aborto siempre. Reconoce esa culpa y luego sé valiente y abraza el Evangelio de que Cristo cargó nuestros pecados en su cuerpo en la cruz. Y ahora en Él, Dios está por mí, no contra mí. Yo debo ser castigado y no seré castigado. Esa es mi respuesta al primer comentario.
2. «Sé que no pertenezco [a una iglesia]. No merezco ir». Si sólo las personas que pertenecen a una iglesia son aquellas que merecen estar con el pueblo de Dios en su presencia, adorándolo y creciendo en Él, nadie pertenecería a una iglesia. Nadie iría a la iglesia. Cuando Pablo describió a los miembros de la iglesia en Corinto, él hizo una lista de sus pecados así:
ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios. Y esto eran algunos de ustedes; pero fueron lavados, pero fueron santificados, pero fueron justificados en el nombre del Señor Jesucristo […] (1 Corintios 6:9-11).
Las únicas personas que pertenecen a la iglesia son pecadores que han sido lavados y justificados por fe. Por lo tanto, no, no mereces ir a la iglesia. Por esa razón es que sí debes ir, porque la iglesia es la única institución en el universo diseñada para personas que no merecen estar ahí. Ese es su significado. Ese es el significado de las iglesias del Evangelio.
3. «Estoy indignada conmigo misma». Bueno, eso está bien. Recordar el aborto y no indignarse sería un signo de enfermedad. Verlo con indignación es un signo de salud. A menos que haya una indignación valiente, colapsarás. La indignación valiente del Evangelio no paraliza. Rinde el ser y anda en el poder de la gracia. Todos nosotros somos Indignos, y no debemos huir de ello, sino que correr a través de ello hacia la gracia de Dios.
4. «Sólo espero que aún haya esperanza para mí». Bien, porque sí hay esperanza para ti. Pablo dice que todo en la Escritura está escrito a fin de que los pecadores pudiéramos tener esperanza (Ro 15:4). La esperanza es lo único de lo que siempre puedes estar segura de que le agrada al Señor. Me encanta el Salmo 147:11: «el Señor favorece a los que le temen, a los que esperan en su misericordia». Él ama a las personas, Él se deleita en personas que se apartan de sí mismos —y de esperar en la fuerza del caballo o en las piernas ágiles del hombre—y esperan en Él.
5. «Querer eso es egoísta». Bueno, sería egoísta si sólo quisieras usar a Dios para tener una conciencia aliviada. No obstante, si quieres perdón porque quieres a Dios, eso no es egoísta. Eso es para lo que fuiste hecha. Y honra a Dios, no a ti. Honra a Dios. Dios es glorificado cuando quieres estar satisfecha en Él.
6. «Querer que aún haya esperanza es injustificado». No, eso es falso. Eso es simplemente falso. La esperanza no es injustificada. Es infinitamente justificada, no por tu bondad, sino por la sangre de Jesús. Si estás ante Dios y esperas entrar en su presencia con gozo eterno, y Él dijera: «¿qué justificación puedes tener para esperar que te reciba?», la respuesta es esta: «la sangre y justicia de tu Hijo. Mi Salvador es mi única justificación». Eso es cierto. No existe justificación para la esperanza en nosotros. Existe infinita justificación en la sangre de Jesús. Por lo tanto, que tu esperanza sea injustificada esa es una afirmación falsa. No es injustificada.
7. Esta es la última afirmación: «¿[Dios] me quiere y aún tiene planes para mí?». Y la respuesta está en el último capítulo de la Biblia, como si Dios quisiera que fuera lo último que suene en nuestros oídos. El último capítulo, Apocalipsis 22:17, dice: «el Espíritu y la esposa dicen: “ven”. Y el que oye, diga: “ven”. Y el que tiene sed, venga; y el que desee, que tome gratuitamente del agua de la vida». Por lo tanto, si tienes sed de Dios, Él te invita. Él te quiere. Y cuando vas a Él, Él tiene planes para ti. Tu vida no será desperdiciada si vas a Él. «“Porque Yo sé los planes que tengo para ustedes”, declara el Señor, “planes de bienestar y no de calamidad, para darles un futuro y una esperanza”» (Jr 29:11).